Narra James.
Pude sentir el calor emanando de cada parte de mi cuerpo, con el rostro, el cuello y las axilas empapadas de sudor, mientras que sentía la cara caliente como fuego. Además de que me sentía sumamente mareado, así que abrí los ojos con un poco de dificultad.
Al principio veía totalmente borroso, con un fondo oscuro tapando toda mi vista. Hasta que logré ver claramente el techo, estaba acostado boca arriba mientras mi cuerpo estaba sumamente caliente.
Cuando logré ver por completo, noté en qué lugar estaba. Las camillas, las estanterías y la habitación tan iluminada de antorchas me dejaban en claro donde me encontraba. Además de que estaba tendido sobre una de las camillas y tapado con sábanas hasta el cuello.
Intenté recordar que había pasado, y lo último que logré recordar fue a Evans levantando los brazos, con sus dientes de castor mientras una ráfaga de fuego me seguía y me impactaba justo en la cara, pero aquel fuego nunca logró quemarme.
Miré hacia los lados en busca de alguien que pudiera decirme que rayos había pasado y porque yo me sentía tan mal. Y todo lo que encontré fue a ella.
Estaba sentada en un sillón rojo justo a mi lado, tenía los ojos cerrados y la cara un poco roja. Su cabello pelirrojo estaba amarrado en una coleta pero aún así se veía como una escoba, y en sus manos tenía un cuaderno lleno de dibujos con un lápiz afirmado sobre este.
A su lado había un bol con agua y hielo, con varios pañuelos dentro. Y noté que había un pañuelo mojado sobre mi cabeza y sobre mi pecho, pero estos ya estaban calientes por mi temperatura corporal.
Intenté ponerme de pie, pero sólo conseguí sentarme sobre la camilla, miré a Evans toda cansada y llegué a una conclusión.
Caí con fiebre y ella estaba cuidando de mí. Pero la pregunta era, ¿Por qué lo hacía?
— Evans. — la llamé para hacer que despertara, pero ella sólo soltó un gruñido que me indicó seguir —. Evans, vamos, despierta.
Pero ella ni se inmutó ante mis palabras, así que usé otro recurso.
— ¡Evans, despierta! — exclamé con fuerza, haciendo que ella se despertara de golpe y totalmente escandalizada.
— ¡Maldita sea, Potter! — gritó ella tomando el cuaderno que tenía entre sus manos mientras dormía y me lo lanzó a la cabeza.
— ¡Auch!
Ella frunció el ceño con rabia mientras yo giré los ojos, esa chica me volvía loco.
Se llevó las manos a la cabeza y se restregó los ojos, luego dio un pequeño bostezo para finalmente mirarme y hablar.
— Bien, ya despertaste. — dijo con voz apagada. Al parecer su único deseo era que yo quedase en coma por la eternidad.
— Sí, ahora, ¿Me puedes explicar qué pasó? Porque no entiendo nada. — le pregunté.
— Claro, pues, me atacaste con un maleficio que me hizo crecer los dientes de manera descomunal, y como no podía pronunciar un hechizo para asesinarte utilicé un encantamiento no verbal y eso provocó que te subiera la fiebre y cayeras inconsciente, fin de la historia, ¿Quieres jugo? — ella señaló la encimera que estaba sobre el mesón a mi lado, ahí había comida y unas velas encendidas.
— No, gracias. — dije con sarcasmo —. Bien, así que intentaste asesinarme y ahora cuidas de mí, ¿Segura que no eres tú la que tiene fiebre?
— Estoy perfectamente, Potter. Pero Mcgonagall me dejó cuidando de ti como castigo por crear un disturbio en el pasillo. — me explicó cruzando los brazos.
— ¿Y por qué no lo hizo Poppy?
— Es Madame Pomfrey, más respeto, Potter.
— Como sea. — dije —. ¿Por qué estás tú aquí?
— Madame Pomfrey tiene que vigilar de cerca a una chica que sufrió graves quemaduras y no podía hacerse cargo de ti, así que me pidieron que me quedara, y a Mcgonagall se le ocurrió la brillante idea de usar eso como mi castigo. — explicó poniéndose de pie.
Ella se acercó al mesón que cargaba con comida y me acercó un vaso de jugo de calabaza, y yo lo tomé con gusto. Estaba sediento.
— Bebe eso, ya llevas mucho tiempo dormido y no has comido casi nada. — dijo ella una vez que yo tomé el jugo entre mis manos.
Cuando lo terminé me quitó el vaso y lo puso de nuevo en el mesón.
Ella tomó una toalla y se acercó a mí.
Debo reconocerlo, tener a Evans cerca no me desagradó en lo absoluto. Después de todo, ella me gustaba demasiado, más de lo que me ha gustado cualquier otra chica en mi vida.
Empezó a secar todo el sudor de mi rostro y el de mi cuello. Y finalmente, puso su mano en mi frente para comprobar como estaba, y cuando la quitó hizo una mueca de desagrado.
Dejó la toalla húmeda y se acercó a ese bol con agua fría que estaba también en mesón. Tomó un pañuelo, le quitó el exceso de agua y lo puso en mi cabeza.
— Aún tienes fiebre, pero al menos no estás como antes.
Ella tomó otro pañuelo y volvió a mí.
— Recuéstate. — me pidió, y así lo hice. Para que ella pusiera el pañuelo frío en mi pecho —. Cuando te enfríes un poco podrás comer algo.
En ningún momento dejé de mirarla, me extrañaba tanto como se comportaba. Me extrañó el hecho de que no haya preferido suicidarse antes que cuidar de mí.
— ¿Qué? — me preguntó notando mi mirada extrañada.
— Nada, es sólo que, es raro verte siendo amable conmigo. — respondí sonriendo un poco.
— No estoy siendo amable, Potter. Sólo hago lo que me obligaron a hacer, y mientras más pronto te recuperes, más libertad tendré de irme. — contestó ella con frialdad, esa frialdad tan típica de ella cuando se trataba de mí —. Así que hazme un favor. Recupérate y vuelve a hacer lo que sea que hagas durante tu tiempo libre.
— Está bien. — respondí —. En unas horas estaré bien.
— Eso espero, son las tres de la mañana, definitivamente si no estás bien hasta dentro de las ocho tendré que obligarte a estar bien. — amenazó ella.
— ¿Sabes qué me haría sentir bien? — pregunté con voz interesada.
— ¿Qué?
— Un beso.