Hay algo que me define y son mis reglas. Cuatro sencillas reglas que fui creando con el paso del tiempo y que hasta ahora había cumplido.
No hables con gente desconocida, no te hace falta amigos.
Rompí una regla. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué?
Esas son las preguntas que rondaron por mi cabeza después de pronunciar las palabras:
—¿No es difícil escribir en un camión en movimiento? — las palabras sencillamente salieron de mis labios y no pude detenerlas.
El chico volteo a verme y me sonrió. —No, ya estoy acostumbrado. Aprovecho las dos horas que paso aquí adelantando tareas. —dijo para darse vuelta y observarme mejor. Sus ojos son verdes, un tono muy extraño y diferente, como mezclado con tonos cafés y amarillos.
—¿De que es tu tarea? — me animé a preguntar sintiendo como mi cuello y cara se tornaban de un tono rojo. Me estaba sonrojando.
—Es de cálculo, a mi profesor le pareció buena idea dejar tarea el primer día. —tomo la hoja y me la extendió esperando a que la tomara. Estire mi mano y tome la hoja, me temblaba la mano y se hizo obvio cuando esta provoco que la hoja se moviera en mi mano.
Observé los ejercicios y los reconocí. Estos eran los mismo que tenía que realizar yo, era la misma tarea. —¿Estas en la clase de Zaraté?
—Si, un buen profesor, pero muy estricto.
—Ni me lo digas, en toda su clase me preguntaba que le había pasado para que siempre pareciera malhumorado. —le regrese la hoja y esperaba su pregunta, esa que ya me sabía.
—¿También estas en su clase? No te note el día de hoy.
—No te preocupes, yo no noto a nadie en ninguna clase. Pero posiblemente recuerdes a mi amiga, una pelirroja que iba de duende de la aldea.
Se rio. Fue suave, natural. Una pequeña risa que me contagió, una por la que termine riendo.
—Si, la recuerdo. Por un momento pensé que me había vuelto loco y que estaba imaginando a un hada en el salón.
—Es muy alegre y creo que le gusta que todos lo sepan— me relaje en el asiento, tome una postura donde podía contemplar el paisaje que pasaba a través de la ventana, desde esta postura el sol se reflejaba en el rosto del chico con lentes.
Su piel era pálida y en su cara se notaba los lunares que poseía y que rondaban por su cuello; unas pequeñas pecas se posaban en su nariz y pómulos. Era lindo de ver. Una belleza poco peculiar.
—¿A ti también te gusta que todos sepan que es alegre? — pregunto mientras dirigía su mirada a la ventana que estaba detrás mío.
—A mí me gusta que sea ella. Lo note quien lo note.
Un silencio se introdujo entre nosotros, no uno incomodo, uno tranquilo el tipo de silencio que se disfruta. Ambos veíamos la ventana, observábamos los árboles que dejábamos atrás, los establecimientos y a las personas que iban caminando por la acera. Pasamos por el museo de la ciudad, una entrada al parque central y un par de invernaderos.
De un momento a otro lo sentí moverse a mi lado, estaba guardando sus cosas, cerro su mochila y se paró, se colocó sus gafas que amenazaban con resbalar por su nariz fina.
—Me gustó disfrutar del silencio contigo—dijo mientras veía aun por la ventana. — Te veo en clases.
Dicho eso, camino por el pasillo del camión y antes de que lo notará le grite: —Mi nombre es Alai.
Bajo del camión y por la venta pude observarlo, cuando su mirada se detuvo en la mía dijo: —Yo me llamo Leo.
Poco a poco el transporte lo dejo atrás. ¿Qué diablos acaba de pasar?
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Deje la mochila y las llaves en el sillón, camine perezosamente hacia la nevera esperando encontrar algo que comer. Había unas uvas que deliberadamente me guiñaron el ojo. Tome mis cosas y me encamine hacia mi habitación, algo que realmente amaba de esa casa era mi habitación.
Cuando nos mudamos mi madre consiguió una pequeña casa cerca de la de mis abuelos, sus padres; lo único malo es que solo contaba con dos habitaciones. Mi hermana armo circo, maroma, teatro y al final ella se quedó con la segunda habitación. ¿Dónde duermo yo? En el altillo, un lugar pequeño, perfecto para una sola persona. Había una ventana circular que daba a la calle, había luces navideñas colgando por el techo y un par de fotos colgadas al igual que unos pájaros de papel que había hecho Azul para mí.
Mi cama consistía en un colchón colocado en una base en el suelo, tenía un pequeño librero donde colocaba los libros que tenía pensado leer próximamente. Este era mi pequeño mundo.