Siempre nos quedará el divorcio

De regreso al pasado

Jayce

Miro la destartalada casa en planta baja que tengo enfrente, hacía años que no la visitaba. Dos chavales que no superan los once años están apostados en la entrada, las camisetas de tirantes dejan al descubierto el tatuaje en la clavícula derecha idéntico al mío. Siento pena por ellos, son demasiado jóvenes para entender que están tirando por la borda su futuro uniéndose a la banda. Por mucho esfuerzo que haga, sé que no podré salvarlos a todos. Además, una de las condiciones cuando me desvinculé fue dejarlos hacer, no entrometerme en sus negocios. Condición que nunca he cumplido, intento hacer lo correcto por los niños sin que La Muerte pueda ir en mi contra.

Avanzo hasta ellos y veo cómo se interponen en mi camino. Sonrío para mis adentros, en mi juventud me comportaba de igual modo. A la temprana edad de doce años ya tenía actitud de hombre duro, peligroso, nadie en la ciudad era capaz de acercarse a mí sin temblar. En parte mi éxito con las mujeres fue debido a la fachada de chico malo que proyectaba, todas querían domar al indomable Jayce, conforme maduré solo me trajo inconvenientes.

Hoy en día sigo manteniendo la pose de hombre peligroso, es debido a la musculatura y a los tatuajes que envuelven mi cuerpo y al igual que me ocurría en la juventud, ninguna mujer ha sido capaz de conquistarme.

Abro la chaqueta mostrando el símbolo. Abren los ojos al descubrir que soy uno de ellos, aunque sea mentira, puesto que no tapar el tatuaje que me une a la banda fue por si en algún momento necesitaba regresar a mi antigua vida. Me saludan uniendo los pulgares e índices, gesto que usan todos los miembros de pandilla para identificarse.

Llego a la altura del salón, para mi sorpresa todo se mantiene igual que cuando la frecuentaba a diario, nada ha cambiado desde entonces. Diego se halla sentado en el sofá con el mando de la consola en las manos, lo acompañan cinco chicos en edad escolar que no conozco. Camino hasta situarme a sus espaldas para ver cómo conduce el Mustang rojo, fuera de la vida de delincuencia es lo único que se le da bien: los videojuegos. Espero a que finalice la partida, todos conocen su carácter: si deseas mantener los huesos en su sitio, lo mejor es no interrumpirlo cuando echa una partida.

—Sabía que regresarías con tus hermanos. —Saluda una vez que se despoja del mando entregándoselo a un joven de quince años para que prosiga con la partida.

Me tenso al escucharlo, hace ocho años prometí no regresar bajo su mandato y tengo intención de mantener tal promesa.

—Diego. —Saludo sin mostrar el símbolo que caracteriza a la banda.

Me palmea la espalda, de esa manera llama la atención de los chicos.

—Este es el mejor hermano que hemos tenido —les dice para impresionarlos—. No es necesario que pases el ritual de iniciación de nuevo, eso lo dejamos para los jóvenes. Con que vuelvas a jurar lealtad es suficiente.

—No estoy aquí para regresar a la banda.

No le agrada que me dirija a ellos como banda callejera, ellos se describen como una familia unida; la realidad, es que eres prisionero de las decisiones de Diego una vez aceptas el ritual de iniciación.

—Entonces, ¿a qué has venido?

Le indico con la mirada la puerta del salón, entiende que deseo hablar con él a solas. Me guía por la vivienda hasta un cuarto que usa como despacho. Tomo asiento cuando lo indica, hacerlo antes sería faltarle el respeto, cosa que no pretendo.

—¿Qué quieres? —pregunta, encendiéndose un cigarro.

No soy amante de las bandas, de hecho, me encantaría poder erradicarlas y evitar así un nefasto futuro a miles de niños; pero, la realidad es que tras los últimos movimientos de Sousa, no me queda otra salida que acudir a mi antigua familia.

—Sousa está haciéndose con San Juan, necesito que lo frenes.

Durante un rato se dedica a mirarme, sé que le agrada la idea de que regrese con ellos, en varias ocasiones me ha visitado en el bar para ofrecerme un alto cargo dentro de la banda, siempre lo he rechazado. Deseo llevar una vida decente y poder cumplir la promesa que le hice a Julio hace dos años: adoptarlo.

—He escuchado rumores, aunque pensaba que no se atrevería después del último encuentro que tuvimos. Tendré que volver a visitarlo, nadie se entromete en mis negocios.

Hablamos algo más de una hora, promete no dejar a Sousa salirse con la suya y arrebatarle su terreno. El trapicheo con la droga es un negocio rentable, más cuando él no es quien se ensucia las manos, para ello tiene a los menores de edad. Salgo de la casa lamentándome por mis actos, sé que no es buena idea acudir a La Muerte, no hay alternativa si no deseamos perder más jóvenes en el orfanato y en la ciudad.

Regreso a Shumara y me encierro en el despacho. Necesito hacer cuentas, me falta la mitad del dinero para pagar la libertad de Julio y arrebatárselo a Sousa de las manos. Si no lo consigo en menos de dos meses, es cuando cumple el plazo, veré como Julio se involucra de pleno en el contrabando.

 

 

El martes decido visitar al Julio en el orfanato. Aparco la moto en el jardín que hay enfrente y miro la construcción con añoranza. Me viene a la memoria los años que viví aquí en la juventud. Nada ha cambiado después de tanto tiempo, el edificio de dos plantas sigue perenne. Su inmaculada fachada blanca me da la bienvenida a la infancia.




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