Siempre nos quedará el divorcio

Confesiones

Jayce

—¿Cuándo ibas a decírnoslo? —pregunta Mateo al entrar, junto a Max, en la oficina de Shumara.

Desvío la vista de los documentos para mirar a mis hermanos. Los ojos castaños de Mateo me observan acusatoriamente.

—¿Decíos qué? —Creo saber a qué se refiere, pero si lo digo de inmediato sería admitir mi error.

—Que te reuniste con La Muerte —asevera Mateo. No niego nada, es evidente que ellos tienen los mismos contactos que yo—. Joder, Jay, se supone que estás fuera de ese mundo.

—Y lo estoy, Mateo, lo estoy —afirmo rotundo.

No quiero que piensen que he regresado a la banda, esos años quedaron atrás. Si aguanté todo ese tiempo dejándome mangonear por La Muerte, solo fue para poder ayudarles con sus estudios universitarios. Los dos eran inteligentes y no quería que desaprovecharan la oportunidad de cursarlos por el mero hecho de no poder permitírselo. Le hice prometer a Ricardo que nunca les diría la verdad de la procedencia del dinero, aún creen que fue el Estado quien se encargó de sus estudios.

—Entonces, ¿por qué te vieron en su casa cuando te dije que no lo hicieras? —inquiere Max que habla por primera vez.

No tengo escapatoria, debo decir la verdad, nuestra relación siempre se ha basado en no mentirnos, bastante mal me siento por ocultarle la verdad sobre sus estudios. Sé que en algún momento tendré que aclararlo todo, pero hasta ahora no he encontrado el momento idóneo para confesárselo.

—Escuché una conversación de Ramírez. —Miento—. Sousa le consiguió la adopción de un niño de seis años, proviene del mismo orfanato que la mujer que convive con él. ¿No os resulta extraño? —Ninguno de los dos comenta nada, se mantienen pensativos—. La mano derecha de Acosta viajó hace dos días a Miami, ya sabemos qué significa eso. ¿Qué queréis que haga? ¿Que me quede quieto viendo cómo ese cabrón sigue destruyendo las vidas de inocentes?

Ambos callan, imagino que no se han enterado de los últimos movimientos de nuestros enemigos acérrimos. Desde que los padres de Sousa y Ramírez se instalaron en el país hace años y la llegada de ellos cinco años atrás, se han hecho los dueños de los negocios más turbulentos de la ciudad. Ambos son iguales: no tienen escrúpulos, les importa poco el bienestar de la gente, sobre todo de la juventud, y lo único que desean es el poder que han impuesto a base de violencia, extorsiones y muertes.

—¿Cuándo?

—El mismo día que visité a La Muerte. Además, Sousa tiene intención de comenzar a reclutar niñas en el orfanato. Sus clientes japoneses les están pidiendo latinas, si no las saca del centro lo hará de la ciudad, no es la primera vez que desaparece una joven.

Max se lleva la mano a la nuca, todavía se siente incompetente por no localizar, junto a la policía, a las cinco desaparecidas de este año. Estoy seguro de que la cifra aumentará conforme ambos socios amplíen sus negocios.

—Hay que frenar esto como sea —se queja Mateo.

—¿Por qué te crees que visité a La Muerte? —admito —. Él es el único que puede contenerlos, de otro modo me veré obligado a regresar. Si lo hago puedo despedirme de la adopción de Julio.

Max se incorpora, no le agrada la idea de que vuelva a pertenecer a la pandilla.

—Ni se te ocurra hacer tal cosa. Julio espera trasladarse a vivir contigo antes de que finalice el año, no le destruyas la única ilusión que tiene en la vida —comenta, mesándose el pelo—. Danos algo de tiempo al inspector Cruz y a mí, seguimos recabando información para apresarlos.  

—Tiempo es lo que no tenemos —replico, incorporándome—. Vi con mis propios ojos el cheque que le entregó a Ricardo hace un mes cuando recogió su nueva mercancía, que, por cierto, sigue trabajando en el orfanato. ¿Cuánto tiempo crees que tardará la mujer en convencer a las chicas de que trabajen para Sousa?

Saben de quién hablo: la española que reside con Sousa en su mansión. Imagino que será otra de sus putas, pero por el momento sigo sin poder demostrarlo. Las horas que invierto en seguirla no dan frutos, no hay forma de pillarla desprevenida y crear un encuentro casual. Lo único que he podido apreciar de la chica es que no parece pertenecer al entorno Sousa, pero cuando uno vive en la pobreza es fácil dejarse engañar por los lujos.

—Jay, ella no es como imaginas.

—Mateo tiene razón —reafirma Max dándole la razón a nuestro hermano.

—Otros ilusos que ha engatusado con su belleza —sentencio.

Como ninguno de los dos corrige mi afirmación, les explico los motivos para visitar a mi antiguo dueño, porque eso es lo que era. La conversación que mantuvimos y les aseguro una docena de veces que no estoy interesado en regresar a la banda, aunque si él no consigue echar a los socios del país antes o después me veré obligado a tragarme mis palabras.

Max se marcha cuando se asegura de que digo la verdad. Mateo acepta la invitación de cenar juntos en mi casa, Alejandra está cubriendo a María en el bar y todavía le quedan unas horas para salir.

Preparo una cena rápida y nos acomodamos en la mesa del salón. Sirvo un par de cervezas para acompañar. Hablamos del gimnasio y de los avances de Julio con el kick boxing. Para los Rivera, Julio es un miembro más de nuestra extraña familia.




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