Siempre nos quedará el divorcio

Luchar contra los sentimientos

Jayce

Mateo sigue empeñado en que me tome la molestia de conocer a su compañera, objeta que es una chica decente y no está vinculada a los socios españoles. Me encanta su entusiasmo, pero soy más reticente que él. Sigo empecinado en que es una de sus chicas y está en el orfanato para reclutar adolescentes. Con esa idea rondándome la cabeza, hablo de mis temores con Alejandra, quien opina igual que yo, tampoco le agrada la idea de que una de las mujeres de Sousa colabore en el centro y pase tanto tiempo con los chicos.

Intento visitar a Julio en las horas que ella no está, así tengo la ventaja de hablar con el resto de los trabajadores. Carina y Carla hablan maravillas de la chica, otras que se han dejado impresionar por su apariencia sencilla, espero que la decepción no sea elevada cuando vean que estoy en lo cierto, aunque lo será.

Lo malo de todo esto, es que yo mismo empiezo a pensar que estoy equivocado, porque por mucho que investigo a la española no hallo nada extraño en su comportamiento. Durante días observo cómo cuida de los más pequeños, una mujer adiestrada por Sousa no lloraría cuando un niño se hace una brecha al caer del columpio, ella sí.

Descubrir su sensibilidad es mi perdición, desde aquel día es como si un imán me atrajera a ella sin poder evitarlo. Sin querer me veo merodeando por las noches el orfanato y así verla abandonar el lugar. Me digo, noche tras noche, que es parte del plan trazado para convencerme de que no comienzo a sentir algo por ella.

La sorpresa llega cuando la veo conducir un coche viejo, Sousa nunca permitiría que una de sus mujeres llevase tal chatarra. Empiezo a pensar que Mateo tiene razón y la chica no tiene vínculos con él, pero sigo sin entender por qué vive en su residencia si no tienen conexión. Es algo que por mucho interés que pongo no consigo demostrar.

Los días transcurren con normalidad, si a normalidad se le puede llamar a estar obsesionado de una mujer que no conozco y con la que debo guardarme las espaldas si estoy en lo cierto. Las horas en el bar me descubro pensando en ella, me ocurre lo mismo cada noche en la soledad de mi habitación. 

El mes de plazo para pagar la liberación de Julio se me escapa de las manos, en dos días cumple y todavía me falta parte del dinero. Como último remedio vuelvo a ir al banco, con suerte me concederán los quince mil dólares necesarios sin que me echen a patadas.

Para causarle buena impresión al director, me visto con la única camisa y pantalón de pinzas que tengo colgado en el armario, el resto son camisetas y tejanos, a cuál de todos más desgastados. Abrocho todos los botones de la camisa para esconder el máximo de tatuajes, los únicos visibles son los de las manos.

Conduzco con tranquilidad por las calles hasta llegar a la oficina, estaciono la moto y me animo mentalmente. Seguro que esta vez no me lo deniega, la cantidad es irrisoria en comparación al valor de la vivienda y del bar.

Accedo al banco y le explico a la cajera el motivo de mi visita. Con amabilidad me guía hasta una mesa ubicada al final de la oficina. Un hombre de pelo canoso me invita a tomar asiento. Espero paciente hasta que el señor se digna a despegar la vista del monitor y fijarla en mí. Al hacerlo tuerce la boca en señal de desagrado, ese gesto me da a entender que me recuerda de la última vez.

—Buenos días, señor Rivera. ¿Qué desea?

—Buenos días. ¿Quería saber si es posible que me concediera un crédito de quince mil dólares?

El hombre menea la cabeza en señal de negación, comenzamos igual de mal. Teclea mis datos en la computadora, no es necesario que se los dé, soy cliente suyo muchos años. Los minutos pasan y el buen hombre sigue concentrado en los números que tiene en la pantalla.

—Como le dije la vez anterior, no podemos concederle ningún crédito.

Debido a los nervios, me acomodo en la orilla del asiento y coloco los codos en la mesa.

—Verá, si no necesitara el dinero, créame que no estaría aquí una segunda vez.

—Lo siento, señor Rivera, pero la política de empresa no permite conceder créditos a personas con antecedentes penales.

Intento calmarme antes de responderle, si me altero será peor.

—Hace años que cambié mi estilo de vida y no me meto en problemas. ¿No es suficiente aval mi casa y mi negocio para concederme el préstamo?

Vuelve a centrarse en la pantalla del ordenador, hace como que consulta algo. La verdad de tal parafernalia es que solo intenta ganar tiempo para darme una negativa, la cual no tarda en llegar.

—Como ya le he dicho, la política de empresa lo impide. Lo siento, señor Rivera.

Me despido del hombre y abandono el banco cabizbajo, mi única opción eran ellos y vuelven a denegarme ayuda. Camino hasta la motocicleta sumido en mis pensamientos, no sé cómo explicarle a Julio que no dispongo del dinero para pagar su libertad. Le prometí cuidar de él y darle una juventud mejor que la mía, ahora mismo lo veo todo negro. Si no consigo un milagro, en dos días veré cómo el chico tendrá que trabajar para Sousa.

La idea de sacarlo del país comienza a tomar forma, con el efectivo del que dispongo nos da para marcharnos y comenzar una nueva vida en otro lugar lejos de las garras de un indeseable. El problema de mi plan es que para salvar a uno abandono a decenas de ellos. No, esa no es la solución.




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