El monitor ha estado prendido, suspendido, prendido, suspendido. Cada minuto que pasa la tenue luz refleja mi cara en la pantalla y mis dedos siguen inmóviles en el teclado, ¿qué diablos estoy haciendo? esto es nuevo para mi sin duda, sigo sin saber qué escribir y a quién, ¿acaso ha sido la patética inspiración de una saga literaria que hablaba sobre romance? un romance tan inusual, de altas, bajas, pero precioso, lo he de admitir. No lo sé, creo que ha sido así.
Bien, aquí estoy, sentada frente a mi laptop que ocupa casi todo el espacio del escritorio de mi cuarto; cuadernos, hojas llenas de escrituras, libros y lápices inundan la pequeña cama.
«Mierda, qué minúscula es mi habitación.»
Recuerdo haberle dicho a mi madre que quería esta habitación porque era pequeña y acogedora, creía que era un espacio sólo para mí, donde no tuviera interrupciones, pero conforme pasan los días siento que estoy atrapada en un sótano aislado y umbrío. A pesar de eso, la casa es pequeña y bonita, sin duda, el piso está hecho de madera caoba que combina perfectamente con las escaleras que son del mismo material, solo que un poco más claro el color. Las paredes son blancas y están adornadas por uno que otro cuadro fotográfico, las lámparas que cuelgan en el techo son modernas y elegantes, sin embargo, las habitaciones dejan mucho que desear, la mayoría son pequeñas.
La insistente de mi madre quería una casa lo más lejana posible a Veracruz, mi lugar de origen. No le importaba que fuera demasiado grande o chica, demasiado cara o barata. Así que, en cuanto Jaime, su compañero de trabajo, le ofreció la casa de sus abuelos en Puebla, ella aceptó inmediatamente, dejando a cuenta un 50% del dinero total de la renta de 12 meses y así, sin consultarme, a los dos días ya nos estábamos mudando aquí dejando a mi padre en casa. El solo recuerdo de pensar en ello me ha puesto ¿triste? no, ¿preocupada? tal vez, mi padre no es capaz de buscarnos, eso lo sé, pero no sé por qué siento lastima por él después de todas las cosas que nos ha hecho. Nunca supo ser un buen esposo y padre.
Realmente lo que me quiebra la cabeza es el hecho de cómo me irá en este lugar, Puebla parece ser un sitio agradable en cierto sentido, es cálido en la mayor parte del año, excepto en invierno, he oído, bueno más bien, he investigado que hace un frío cabrón. A decir verdad, eso no me angustia porque tarde o temprano me iré acostumbrando al clima, a las personas, a los vecinos, a las calles y a los longevos árboles secos que se avecinan por las casas. Pareciera como si fuera un camino largo e interminable hacia un lugar recóndito lleno de raíces, flores marchitas, hojas regadas y un olor singular que clama que el otoño está por llegar.
Quiero estar en mi hogar, quiero decir, mi verdadero hogar, en Veracruz, ¿por qué se le ocurrió a mi madre separarse ahora?, ¿no podía esperar a que el juez emitiera el acta de divorcio?, ¿no podría hacerlo dentro de un año?, ¿no podía esperar a que terminara la universidad?
Desde esa noche de febrero ya nada volvió a ser igual, en mi mente solo quedan recuerdos vagos de mis padres, del vecino Christopher, de mi mejor amiga Rubí y de mí.
***
Rubí y yo volvíamos de nuestro primer día de universidad, estábamos a punto de llegar a mi casa cuando oímos gritos, estruendos y más gritos. El corazón me salía del pecho y en ese momento mi mente pensó lo peor.
«De nuevo están peleando mis padres.»
Creía que la terapia psicológica en parejas con la doctora Lilya había funcionado, pero estaba totalmente equivocada, ellos no iban a cambiar, no eran felices, vivían desgraciados y ese era su destino. En cuanto entramos, la casa era un desastre, platos y vasos de cristal rotos por doquier, los marcos de pinturas que había hecho cuando tenía ocho años y que yacían en las paredes estaban totalmente rotos. Busqué a mis padres de inmediato, tenía mucho miedo de que nuevamente volvieran a recurrir a la violencia, ya no quería más, estaba harta y asustada. Rubí y yo nos dirigimos a la cocina y vaya sorpresa que nos llevamos. Mi madre estaba agarrando con fuerza por la espalda a mi padre que tenía la mano ensangrentada mirando con furia a... joder, a nuestro vecino, Christopher. Estaba irreconocible, tenía la cara hinchada, con golpes y estaba sangrando por la nariz.
—¿¡Qué mierda pasa aquí?! —mascullé desesperada y un poco temerosa.
Mis padres ni siquiera se percataron de nuestra presencia, no obstante, Christopher sí lo hizo.
—¡Alba llama a la policía! —gritó aún más fuerte que yo.
No daba crédito a lo que sucedía ¿qué diablos hace el vecino en la casa? y ¿por qué mi padre lo está golpeando?
Ellos seguían alzando la voz y cada vez mi cabeza daba vueltas, mis pies estaban inmovilizados y mi garganta estaba seca; como odiaba sentir esa sensación. De repente, todos las voces alrededor se ahogaron en una voz profunda que atravesó la sala gritando.
—¡CÁLLENSE DE UNA PUTA VEZ TODOS!, ¡QUÉ DEMONIOS PASA!
Esa voz tan grotesca era de Rubí, por un momento había olvidado que venía conmigo, sin embargo, agradecí a Dios que estuviera realmente allí.
Todos se volvieron a mirarnos, así que obligué a mis pies a caminar lentamente hacia mi padre convenciéndole de que se controlara, él al ver que realmente estaba alterada y ansiosa, lo hizo. Mi madre lo soltó de inmediato y se postró junto a Christopher.