Siempre se trató de mí

CAPÍTULO 5

El profesor de Taller de Arquitectura me mira impaciente, esperando que conteste la pregunta que me hizo hace unos segundos, siento como el nerviosismo recorre mi cuerpo dejándome parcialmente petrificada, a tal grado de que no poder mover los dedos de las manos, hago una mueca y siento intensamente la mirada de todos mis compañeros de clase. No logro articular palabra alguna, no sé si se deba a que me agarró totalmente distraída o porque realmente no sé la respuesta a la pregunta que me ha hecho.

De pronto, una música de fondo hace que el profesor y mis compañeros volteen curiosos hacia un rincón del salón.

«Oh, life is bigger It's bigger, than you and you are not me…»

Reconozco esa canción, cuando estoy a punto de girar la cabeza…

«¡Auch!»

Un tremendo golpe hace que me despierte abruptamente del sueño, entreabro los ojos somnolienta y me agarro la frente; me pegué con la cabecera de la cama.

«Menos mal fue solo un sueño.»

Me duele la cabeza, y no por el golpe, sino por el resfriado que ya se manifiesta en mi cuerpo, tengo escurrimiento nasal y dolor de garganta, creo que las pastillas no funcionaron. Me quedo en silencio, mirando el techo de mi cuarto, tengo flojera de levantarme, pero sé que, si no lo hago ahora, se me hará tarde para el primer día.

Me visto con toda la flojera del mundo poniéndome unos jeans de mezclilla ajustados, una sudadera rosa y unas botas negras que me llegan hasta los tobillos, me paro frente al espejo y empiezo a peinar mi cabello para después sujetarlo con una liga. Bajo con torpeza a la cocina y me encuentro a mi madre recién levantada, una sonrisa se me dibuja en el rostro cuando veo que me está preparando unos deliciosos hotcakes.

—Buenos días, huele delicioso —me siento en una silla del comedor.

—Buenos días —responde— ¿Cómo amaneciste?

—Mal, me duele todo —me toco la cabeza.

—Apresúrate a desayunar para que te tomes otra pastilla diferente.

—Gracias por prepararme el desayuno en mi primer día de mi último año de universidad, suena raro ¿no crees?

—¿No me vas a dar mi beso? —dice mi madre y yo río.

—Buen intento. —Me sirvo un poco de café.

Desde la primaria, solía darle un beso de buenos días en su mejilla, y también le daba un tierno beso de despedida porque veía que los padres de Rubí se los daban a ella, así que pensé en que, si mis padres no me los daban, tal vez yo se los podría dar esperando que ellos captaran mi intención, sin embargo, con el tiempo no sucedió y me cansé de ser quien siempre se los daba, así que dejé de hacerlo. Solamente así pudieron valorarlo.

Cuando termino de desayunar, me tomo otra pastilla para mitigar los dolores, espero que esta vez sí me haga efecto, tomo mi mochila y me despido de mi madre, como siempre me da la bendición, lo cual siempre le he agradecido.

Por suerte, el autobús no está tan lleno y rápidamente llego a mi destino: la Facultad de Arquitectura de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Sin duda alguna es bonita, los edificios son blancos y tiene muchas áreas verdes, hay muchos estudiantes que van y vienen, por suerte no estoy tan perdida porque tengo un mapa digital en el celular y porque hay alumnos de nuevo ingreso, como yo, aunque el mío sea el último año.

Subo las escaleras del primer edificio y sigo la dirección que me indica el mapa hasta llegar al piso dos, diviso el aula a un costado que, supongo, es mi salón de clases. La puerta está abierta, así que entro tímidamente y sólo veo a un grupo de tres personas sentadas en las bancas de enfrente y en cuanto notan mi presencia inmediatamente se vuelven hacia mí.

—Hola —digo con mi mejor cara a pesar de que me siento fatal— ¿Esta es la clase de Taller de Arquitectura?

Siento como la chica de chamarra de cuero, cabello lacio negro y ojos claros me lanza una mirada intensa, como si fuese una amenaza.

—Hola compañera —dice asomándose por detrás un chico de pantalón de mezclilla, playera negra y cabello un tanto largo—. Sí, aquí se tomará esa clase.

—¿Con el Doctor Ramón Alcázar? —pregunto para estar más convencida.

—Sí, ese mero —se limita a responder el mismo chico.

—Muy bien, gracias —digo sin más y me dirijo a sentarme en el otro extremo del salón.

—Eres de último año, ¿no? —el otro chico de lentes y cabello castaño se para y avanza hacia mí.

Trago grueso.

—Sí —alzo la vista y me mantengo con la mejor sonrisa posible convenciéndole de que tengo seguridad en lo que digo.

—Oye, te conozco… —dice entrecerrando los ojos—. ¡Sí! —dice señalándome—. Eres la chica de ayer, del camión.

Cuando lo observo detenidamente me doy cuenta de que, efectivamente es el chico que ayer le gritó al conductor del camión. Es alto, delgado, de tez blanca, a excepción de que ahora no trae gorra.

«Mierda.»

***

—¿Ah sí? —intento fingir con una sonrisa.




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