Han pasado 15 minutos y ningún autobús pasa por la calle, miro mi reloj agobiada y me pregunto, ¿debería empezar a caminar? o ¿tomar un taxi?, de cualquier forma, siento que llegaré tarde a la universidad. Si me decido ahora tal vez llegue exactamente a las nueve, pero si me espero otros cinco minutos tal vez llegue diez minutos tarde.
—¡Hey! —Escucho que alguien grita.
Cuando vuelvo la cabeza veo a la misma chica de ayer de cabello cobrizo que baja de un coche rojo carmín. Sus labios pintados con labial rojo hacen que combinen perfectamente con su cabello, sus zapatillas y su auto.
«Eso sí que es tener estilo y estar a la moda.»
Bajo la vista viendo lo que traigo puesto y se me llena la cara de vergüenza. Mis jeans gastados, una blusa blanca y botas cortas negras no son mi mejor vestimenta.
—Hola, ¿tú también vives por aquí? —le pregunto al fin.
—Sí qué coincidencia ¿no?, ¿qué estás haciendo?
—Espero el autobús, pero ninguno pasa y ya voy tarde… bueno vamos —corrijo.
—Nena, el autobús no pasará y tampoco ningún taxi —abro mis ojos como platos y maldigo para mis adentros. —Está cerrada la calle por donde suelen pasar —continúa.
—¿En serio? —digo un poco exasperada—. Bueno, deberíamos irnos.
—Ven conmigo nena, yo te puedo llevar—. Empieza a caminar haciendo sonar sus retumbantes tacones.
—No sé si sea buena idea —me llevo los dedos a la boca mirando hacia mi casa que está a tan solo 30 metros de la calle.
—¿Por qué? —enarca una ceja.
—No quiero parecer grosera, pero a penas te conozco y yo no soy de aquí —ella suelta una carcajada y no sé qué le parece tan gracioso.
—No manches ¿piensas que soy una secuestradora o criminal? —enuncia aún riendo— o sea me han dicho zorra, puta y ramera, pero nunca criminal o ratera.
Se lleva la mano al pecho haciendo un ademán de estar ofendida.
—Perdón, no lo quise decir de esa forma —me disculpo rápidamente—. Es solo que… lo mejor será irme aparte.
Doy unos cuantos pasos sin saber exactamente a donde voy.
—Nena, ya en serio, ¿vienes o no conmigo? —me pregunta ya en un tono más serio.
Miro mi reloj y ya rebasan las ocho y media, es muy tarde, creo que estoy siendo un poco dramática; me parezco a mi estúpido padre.
Accedo a ir con ella, me subo a su coche, me pongo el cinturón y una vez más me disculpo con ella.
—Ya dejate de disculpar Alba, no pasa nada —se echa de reversa y en un solo movimiento, el auto sale del jardín donde yacía—. Sujetate nena, llegamos a la clase porque llegamos.
Se acomoda su cabello en el espejo retrovisor, saca unos lentes oscuros y se los pone, luciendo aún más fabulosa que hace unos momentos.
—Oye no me has dicho tu nombre —comento— por lo que veo tu ya sabes el mío.
—Me llamo Sandra, y sí, a lo mejor pienses que soy chismosa, pero ayer vi tu nombre mientras lo anotabas y me ha parecido muy bonito y único, ¿qué significa?
—Me parece que significa “aurora” y simboliza la luz, también tiene su origen en el latín, su significado es “blanco”. Mi madre fue la que puso ese nombre porque su abuela, o sea mi bisabuela se llamaba así, de hecho, hasta donde ella recuerda, todos los nombres de sus antepasados empiezan con la letra “A”; mi mamá se llama Ana Alicia.
Sacudo la cabeza.
«¿Por qué le estoy diciendo esto?» luego por eso piensan que soy aburrida.
—Wow —exclama sin alcanzar a comprender— supongo que también tiene relación con las auroras boreales y todo eso ¿no?
—Mmm, sí, eso creo —suelto una risita.
Sandra también me habla del significado de su nombre y me pregunta otras cosas relacionadas a mi cambio de residencia, sin embargo, no le cuento la verdad, no quiero que tan rápido tenga un mal concepto mío.
La plática se extiende, pero nos obligamos a detenernos cuando nos percatamos de que hemos llegado al estacionamiento de la universidad, realmente no tardamos en llegar. Las dos nos dirigimos juntas al salón.
Después de la primera clase, decido juntarme con ella, me parece una chica muy agradable y divertida, saludo de lejos a Andrés que está con Daniel, Monserrat y otros más porque la verdad no quise acercarme.
Al salir de la facultad me dirijo de nuevo hacia la librería, he sabido tomar las rutas correctas porque mi madre habló con Jaime, quien nos vendió la casa, para que nos diera un mapa, itinerarios y demás información que nos pudiera ser de ayuda aquí en Puebla. Como rayo apareciendo en medio de la tormenta me acuerdo de ella.
«¡Mamá!»
Debo hablarle y saber si ya fue al doctor o mínimo saber si está bien, soy una hija desconsiderada.
La librería tiene un letrero que indica que está cerrada, por lo que me ha comentado Diana, los martes cierran media hora antes de las dos de la tarde para recibir y revisar el nuevo material que llega, pasado ese tiempo, vuelven a abrir. Por suerte, ella me ha dado una llave para que pueda entrar sin interrupciones.