Siempre se trató de mí

CAPÍTULO 11

Han pasado casi treinta minutos, los demás se han ido de la mesa, menos Sandra y yo que nos encontramos platicando sobre la universidad y nuestros planes a futuro.

—¿Aún no inicias el servicio social? —me cuestiona—. No, no, no, creí que eras más responsable —bromea.

—Sé que no es excusa, pero con el cambio de residencia se me ha dificultado buscar algún sitio —resoplo.

—No te angusties, aquí en la ciudad hay muchas oportunidades, sólo es cuestión de buscar bien y cuando menos te lo esperes aparecerá una —da un sorbo a su cerveza—. Ya verás.

—Esperemos que sí.

Volteo y lo veo de reojo, está con Andrés y otros dos chicos conversando, se ve jodidamente bien ahí parado sin hacer nada. Él se ríe y puedo notar de nuevo esos hermosos hoyuelos en su rostro, enseguida se relame sus labios y siento como mi pulso se acelera.

Me pregunto si se sorprendió al verme tanto como yo, aunque no quiero hacerme ilusiones, pero sería bueno saberlo. Desvío la mirada rápidamente, no quiero que me atrape viéndolo. 

La música sigue resonando en las paredes de la casa, pero ahora es música mucho más lenta y hasta cierto punto romántica y melancólica. Algunas parejas están bailando lentamente en el centro de la pista.

Pienso sin querer en todo lo que me dijo mi madre, sus palabras realmente me han conmovido, nunca la había oído expresarse así de mí. Estando aquí, en esta fiesta, me siento cómoda, pero realmente no sé si es lo que quiero realizar a menudo, digo, esto es lo que muchos chicos y chicas de mi edad habitúan hacer, pero desde que era una adolescente siempre me ha gustado salir a lugares no tan concurridos y alborotados; supongo que es parte de mi personalidad. 

—Oye, ¿quieres venir a jugar? —me pregunta Sandra—. Mi amiga organizó una ronda de beer pong.

—Mmm… —titubeo—. No, gracias, tengo que regresar media sobria a mi casa si no me irá peor que un niño rompiendo su consola de videojuegos nueva.

—¡Ay! —hace un puchero—. Está bien, ganaré por tí nena —me lanza un beso en el aire y yo finjo atraparlo.

Ella se dirige a la cocina y se reúne con un grupo de personas, entre ellas la chica de cabello negro intenso que acomoda enérgica los típicos vasos rojos de plástico en ambos extremos de la mesa.

Recordar el juego de beer pong me hace pasar una gran vergüenza, y es que, a pesar de que en la preparatoria Rubí y yo solíamos beber, en la fiesta de graduación nos pusimos la borrachera de nuestras vidas. Después de que algunos compañeros finalizaron sus respectivos discursos en el salón de eventos, perdimos la cuenta de cuánto alcohol ingerimos, sólo recuerdo que hacíamos un brindis por cualquier cosa, hasta por el perro de la escuela brindamos con tal de beber más y más. Me acuerdo que aposté con Rubí a que sería capaz de besarme a Moisés, uno de mis compañeros y el más simpático de la clase, y lo logré, para mí buena suerte nadie nos vio, así que se quedó solo entre los dos. 

Rubí y yo acabamos vomitando dos veces, después de eso, nuestros padres nos tuvieron que cargar de vuelta al coche para irnos a casa. Al día siguiente, tuve que ir al doctor porque sentía que la cabeza me explotaba y el estómago se me revolvía con solo oler los alimentos.

¿Quién carajos va al doctor sabiendo que son los efectos colaterales del alcohol? sí, solo yo. Fue tan vergonzoso, pero al menos tenemos una buena anécdota que contar. 

Al cabo de un lapso de tiempo y desde lo lejos observo cómo el equipo de Sandra va perdiendo, ella y otros tres más han estado tomando la mayoría del líquido de los vasos. Espero que sea cerveza si no les va a ir mal. 

—¿Alba, cierto? —alguien toca mi hombro izquierdo y cuando volteo me percato de que es él.

EMERGENCIA, 911. EMERGENCIA 911. EMERGENCIA 911.

NO PUEDE SER.

—¡Hola! —casparreo.

—¿Qué tal te la estás pasando? —inquiere con esa sonrisa tan angelical.

—¡Bien! —grito. Las palmas de mis manos empiezan a sudar.

—¿Quieres ir al jardín de afuera? Para hablar mejor. 

—¿Eh? —No presto atención ante lo nerviosa que me encuentro.

—Que si quieres ir al jardín de afuera —repite.

—¡Ah sí! Claro.

«¡Oh por Dios, quiere hablar conmigo! tendremos nuestra primera conversación real.»

Su sola presencia me hace sentir muchas cosas, en serio me gusta, pero creo que hasta el momento lo que siento por él sólo es eso, atracción física. No lo conozco, y a veces me pasa que, cuando empiezo a tratar a alguien, su personalidad me termina decepcionando o a veces soy yo quien termina decepcionándolo. Eso explica el porqué sólo he tenido dos novios en toda mi maldita vida. Uno más formal que otro.

Cuando salimos al pequeño jardín que está al fondo, veo que es más espacioso de lo que parecía, a unos metros de nosotros están sólo tres chicas platicando sentadas sobre un pedazo de madera que simula ser una banca, ¿o acaso si es una banca?

El césped parece fresco y limpio, pero está un poco húmedo, nos encontramos en época de tormentas y granizadas, por lo que últimamente ha llovido más de lo normal.




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