ELIÁN R.
27 de diciembre.
Desde que comenzó diciembre, todos los días se han ido muy rápido, sin embargo, Nochebuena y Navidad siempre tienen algo que inclusive pareciera que son días que en un abrir y cerrar de ojos se esfuman rápidamente.
Pese a que no estuve en la cena familiar, Karina me mandó muchas fotos de la comida y decoración, por fortuna pude comer un poco de recalentado al día siguiente, estaba delicioso.
Esperanza cocina muy bien, tiene un taller gastronómico en dónde imparte cursos, clases y tips de cocina. Mi papá creía que era el máster en la cocina hasta que la conoció, a veces la acompaña al taller, creo que se volvió fanático tanto de ella como de su comida.
Se conocieron pasados tres años de la muerte de mi madre en una reunión por amigos en común, mi papá necesitaba a alguien que brindara un sofisticado banquete para la celebración de la inauguración de otra librería, un socio suyo recomendó a Esperanza y bueno, lo demás es historia.
Sabíamos que tanto él, como Karina y yo debíamos continuar adelante con nuestras vidas, dejar que la herida sanara poco a poco sin tener que resistirnos o negarnos a las situaciones que la vida nos pusiera enfrente.
Desde que llegó Esperanza se convirtió literalmente en nuestra esperanza de vida, es una mujer cálida, alegre y comprensiva; para nada quiere ocupar el cargo de nuestra madre, ella nos lo ha dejado muy en claro. Además ayudó muchísimo a Karina en su proceso psicológico, la consoló en sus momentos más tristes y la acompañó en los felices.
Estoy muy agradecido por eso, pareciera como si nuestra verdadera madre, desde el cielo, supiera lo que necesitábamos y nos mandó a un ángel como ella.
El sonido de una llamada entrante hace que eche un vistazo a la pantalla del teléfono, en el momento en que veo el nombre, siento cómo se me dibuja una sonrisa tonta en el rostro. Es ella.
—Hola —contesto con mi mejor voz.
—Emm… Hola Elián, me preguntaba si de casualidad estás en la clínica donde trabajas.
—Sí, estoy aquí, pero mi turno ya se va a terminar ¿por qué?, ¿todo bien?
—En realidad no, acabo de llegar de Veracruz y creo que me fracturé mi pie —dice afligida.
—¿En serio? Bueno, ven, te espero ¿sabes llegar a la clínica?
—Sí, encontré la dirección, mi mamá me va a acompañar.
—Estaré en el consultorio tres, pregunta por mí, diles que tienes cita —refiero para que no tenga inconvenientes al ingresar.
—De acuerdo, gracias —cuelga.
Después de media hora y al ver que no llegan, salgo ansioso a echar un vistazo al pasillo en dirección hacia la farmacia y en ese momento, Alba y su mamá, la señora que el otro día amablemente me abrió su puerta, ingresan por la entrada principal de la clínica.
Ella viene con un pie arriba, apoyándose del brazo de su madre. La recepcionista les hace unas cuantas preguntas mientras anota algo en su computadora, Alba alza la cara y me ve de inmediato, me saluda de lejos con la mano y decido caminar hasta donde están para ayudarla.
Conforme avanzo, noto que se ve diferente, más hermosa, creo que se cortó un poco el cabello. No sé, pero cada vez que veo a esta chica tiene algo que hace que me atraiga un poco más.
—Hola —ríe apenada. Sus mejillas se tornan de un color rosado.
—Hola buenas tardes —saludo a su mamá—. Ven te ayudo Alba.
Me coloco en el otro extremo, pongo mi mano cuidadosamente sobre su cintura y ella extiende su brazo apoyándose en mi cuello.
Nos dirigimos hasta mi consultorio, le ayudo a sentarse en la mesa de exploración y su mamá se sienta en una silla.
—Y bien ¿cómo pasó esto? —pregunto poniéndome los lentes.
—Ay doctor —habla primero su mamá— dice que se bajó del taxi y que a la hora de apoyar el pie, se le dobló.
—Vamos a echar un vistazo.
Ella se quita lentamente su tenis, le toco algunas zonas en las que ella manifiesta poco y mucho dolor.
—Al momento de apoyar el pie sobre el suelo, ¿qué tan intenso es el dolor del uno al diez?
—Siete u ocho —responde.
—¿Por qué crees que te habías fracturado? —río y enarco una ceja.
—Porque me duele mucho.
—Mira, si te hubieras fracturado el pie, no podrías ni siquiera apoyarlo, es un dolor insoportable que incluso no disminuye con inyecciones —le explico—. Solo es una torcedura. Te daré unos analgésicos y antiinflamatorios. Estarás bien.
Ella trata de alcanzar su tenis y se baja de la mesa de exploración dando un pequeño brinco apoyándose con su otro pie, sin embargo, se tambalea y cae de sentón.
—¡Cuidado! —me acerco rápidamente y la tomo de la mano.
Ella se estremece cuando mi piel toca la suya, pero aun así no la aparta. Al momento de levantarse, nuestras miradas se cruzan y en ese instante puedo sentir como la palma de su mano comienza a transpirar. Alba parece darse cuenta, desvía la mirada velozmente y me suelta.