ELIÁN R.
Nos agarró la noche en medio de la poza de agua mineral, por fortuna Jesús llevó mi auto hasta más de la mitad de camino, por lo que no tardamos tanto en ir por Alba.
Al ver la hora, Jesús nos ofreció quedarnos en una cabaña de esas que están a disposición de la gente que quiere pasar una experiencia agradable y completa. Ambos sabíamos que era lo mejor y aceptamos.
Le pedí de favor que nos llevara a la cabaña ropa extra para bañarnos, algunas compresas calientes y analgésicos para el dolor de Alba, ya que en estos momentos no podía hacer nada más por ella; era necesario llevarla a la clínica hasta el otro día para una valoración.
Ella se metió como pudo a bañar y mientras solicité que nos llevaran algunos de los mejores platillos que tenían, no es por nada, pero sin lugar a duda la gastronomía de México es exquisita.
Unos minutos más tarde, nos llevan la comida y no puedo estar más encantado con lo que nos han traído: mixiotes de pollo y conejo, sopes, tlacoyos, quesadillas y su tradicional refresco artesanal elaborado a base de manzanas.
—¿No vas a bañarte? —me pregunta Alba cuando sale del baño, lleva puesta una pijama de algodón blanca. Jesús le prestó un bastón para poder sostenerse y le ha servido bastante para apoyarse al caminar.
—No, lo haré después de comer —digo acomodando la mesa—. Muero de hambre.
—Yo también.
—Pues sentémonos, ya ordené la comida —sonrío y ella suelta una pequeña risita.
—Se ve todo delicioso —exclama cuando se acerca y ve los diversos platillos.
Enciendo una vela que nos han traído y la pongo en el centro de la mesa, nos sentamos y procedemos a servirnos.
La cabaña es muy acogedora, recuerdo que cuando vine con mi familia la primera vez, queríamos rentar una cabaña, pero mi madre no soportó la estancia ni una hora debido a las picaduras de los mosquitos. Tiempo después descubrimos que era alérgica, entonces ya no se pudo intentar de nueva cuenta, pero me alegro de que al fin haya la oportunidad de, no solo quedarme en una cabaña aquí en Zacatlán, sino, compartirla con Alba. Su compañía lo es todo para mí aunque ella no lo sepa.
—¿Qué tal están los tlacoyos? Yo ya casi me acabo el mixiote —enuncio después de varios minutos degustando.
—Pruébalos, están muy ricos —ella toma uno, dudosa me lo acerca a mi boca y sin pensarlo dos veces le doy una gran mordida.
—Wow —asiento saboreando— están muy buenos. Definitivamente los nopales realzan más el sabor.
—Elián… —Alba deja de comer y me ve—. Te agradezco… —se aclara la garganta— por todo lo que has hecho por mí hoy. No sabía que necesitaba este viaje hasta que de verdad me sentí liberada, rodeada de toda la madre naturaleza.
—Me da gusto que te sientas así Alba.
—No quiero asustarte con lo que voy a decir, pero sentí una conexión especial, pude conectarme conmigo misma y descifrar mensajes de la vida. Así es como me sentí.
La tenue luz de la vela alumbra su rostro y puedo ver que sus mejillas se han tornado de un color rosado. Es hermosa.
—Lo sé, no me creerás, pero así me sentí la primera vez que vine, tenía 17 años —parpadeo y desvío la mirada, no puedo dejar de verla, pero no quiero que se sienta incómoda—. Yo siempre he dicho que este es un lugar mágico, venir aquí te recuerda las mil y una razones para seguir y no darte por vencido. Te revitaliza de alguna forma.
—Sé que con un gracias no puedo recompensarte, pero desde el fondo de mi corazón en serio te lo agradezco —junta sus manos en forma de plegaria.
—No me agradezcas, lo hago porque quiero compartir experiencias como estás con personas como tú —extiendo mi mano y ella la choca conmigo.
Seguimos degustando los platillos y después de terminar, recoger y limpiar la mesa, me dispongo a bañarme.
Antes de entrar, observo nerviosa a Alba, que está sentada en uno de los sillones de la pequeña sala con lo que parece ser un cuaderno entre las manos.
—¿Estás bien? —pregunto.
—¿Ah? —dice cerrando el cuaderno rápidamente—. Si, estoy bien.
—De acuerdo. Me meteré a bañar —refiero sin tomarle importancia.
—Sí, ve, no te preocupes.
Me doy prisa al bañarme, y en menos de quince minutos ya terminé, me pongo el pantalón de chándal, sin embargo y para mí mala suerte, me percato de que olvidé la chaqueta del pijama. Me seco el cabello con una toalla pequeña y salgo del baño sin tener otra opción.
—¿Alba? —digo extrañado al no verla en ninguna parte.
Rebusco entre la ropa extra que nos trajo Jesús hasta que por fin encuentro la chaqueta, en el momento en que la estoy desdoblando, la cerradura de la puerta hace ruido y de inmediato se abre la puerta.
—¡Oigan! —grito y cuando la puerta se abre por completo, me percato de que es ella.
—Soy yo. —Se asoma tímidamente.
Trae una pequeña caja con moño entre sus manos.
—Perdón, me asusté —río nervioso.