En el firmamento celestial, Dios se encontraba recorriendo los jardines del palacio hasta que una voz sobre sus espaldas lo sobresaltó. Al girarse se encontró con una sombra cubierta de pies a cabeza con un manto negro.
— ¿Admirando tu creación perfecta? — preguntó la sombra sarcásticamente al mismo tiempo levantaba la capucha dejando al descubierto su rostro pálido.
— Luzfel... — habló Dios casi en un susurro, aunque no estaba sorprendido.
— ¿Estás feliz de verme? Porque yo no, es desagradable estar aquí y un fastidio — habló con una mirada malvada — ¿Qué pasa? ¿No tengo derecho de estar en el cielo? — preguntó con enfado al ver que Dios no respondía —. Esas pequeñas cosas raras son unos desagradecidos, ¿no lo crees? Ni siquiera te respetan y aún así estás aquí sufriendo por ellos — Dios esbozó una pequeña sonrisa, a pesar de todo lo que había pasado, Luzfel seguía llamando a los humanos "pequeñas cosas raras" y con ello la nostalgia lo envolvió.
— Creo que te equivocas, Luzfel. Les di la vida para que puedan encontrar la verdad, ser felices y justos a lo largo de sus vidas. No importa como sean, de todas formas los amo — respondió con alegría.
— Sí, sí, sé todo eso. Pero también sé que sin mi presencia, la vida sería muy aburrida. Después de todo, qué sería de los santos si no existiera el Diablo. No habría nadie con quien luchar — mostró una sonrisa — ¿Por qué no pones sus vidas en mis manos? Es una buena sugerencia, piénsalo, si los hago sufrir siquiera un poco regresarán a ti.
— No estoy de acuerdo con ello, Luzfel, ellos tienen la libertad de hacer lo que desean — ambos quedaron en silencio.
— Recuerdo estos jardines — habló Luzfel para sorpresa de Dios —. Corría en ellas la mayor parte del tiempo junto a Belzir, amaba demasiado escuchar el sonido que hacía el río arrastrando consigo las pequeñas piedras — su voz sonó tan triste — Ahora no queda nada de eso y todo gracias a ti... ¡Te odio por todo lo que me hiciste, y algún día te destruiré y me apoderare de este reino! — su odio era tan notorio, jamás podrá olvidar y perdonar todo lo que le hicieron.
— Entiendo tú dolor, hijo mío, pero tú odio te está...
— ¡No soy tu hijo! ¡Tú no entiendes nada, no comprendes todo el dolor que hay dentro de mí, tú no tuviste que convivir con ello que para aliviarlo tenías que ser fuerte y hacer que el dolor se convirtiera en odio! — rugió enfadado — ¿Sabes? Ellos me tienen mucho miedo, algunos me odian, aunque hay algunos que hasta me adoran, ja, ja, ja — se refería a los humanos —. Debo admitir que estas cosas me empezaron a gustar, los haré sufrir a cada uno de ellos, sus vidas serán tan miserables como la mía. Sembrare miedo en sus corazones, su debilidad es mi mayor alimento. Yo volveré "padre" — dijo burlonamente la última palabra, luego desapareció sin dejar rastro alguno en el lugar.
Dios permaneció pensativo, Luzfel lo dejó con un reguero de pensamientos, aunque su repentina aparición no lo sorprendió. Los recuerdos aún estaban intactos y con ello todo el dolor seguía presente en su corazón.
— ¿Padre, se encuentra bien? — apareció Mizasel.
— Sí, solo que... él volvió.
— ¿Después de miles de años, después de lo que pasó, se atreve a pisar el paraíso? — preguntó el ángel un poco molesto, de cualquier forma Luzfel seguía siendo su hermano pequeño, y el amor y afecto que sentía por él aún seguían intactos — ¿Padre? Todavía no logro entender cómo mi hermano Luzfel se llenó de odio y rencor. Desde que partió a aquella misión, regresó con una sed de venganza y casi destruye nuestro hogar. No debemos permitir que vuelva.
— La verdad pronto saldrá a la luz hijo mío, su destino ya está escrito — respondió Dios tratando de mantener calma —. Ve al templo de los guardianes, un nuevo guardián está a punto de nacer — ordenó e inmediatamente se marchó sin decir más, dejando al ángel con ciertas dudas.
Cuando Mizasel llegó al templo de los guardianes, notó que el arcángel Sariel y el arcángel Raphael ya estaban al pie de una hermosa cuna.
— Mizasel, llegas tarde — Sariel fue el primero en hablar.
— Fui a ver a nuestro padre. Al parecer Luzfel ha regresado — los informó.
— ¡¿Qué?!… — ambos ángeles se sorprendieron.
— Todo esto es muy extraño, Luzfel nunca más volvió a pisar el paraíso después de su destierro, ahora resulta que ha regresado nuevamente y no se sabe con qué propósito — comentó Mizasel.
— Estoy seguro de que nuestro padre ya tiene un plan para encerrar a Luzfel por toda la eternidad, está causando mucha destrucción en la tierra — dijo Raphael, aunque esa idea no le pareció del todo bien.
— Debemos estar listos, sé que sonará tonto lo que diré, pero... — hizo una pausa —. En verdad extraño a mi hermano pequeño — habló Sariel con la voz apagada.
— Yo también me siento inútil, ni siquiera pude protegerlo y partió solo a aquella misión... — se reprochó Mizasel —. Fue muy duro para mí desterrarlo.
— Fue muy duro para los tres, no podemos regresar el tiempo atrás, ahora solo nos queda detenerlo porque se volvió un ser muy malvado — habló Raphael.
El amor entre aquellos hermanos era único y especial. Tenían un fuerte lazo emocional basado en el amor, la confianza y el apoyo mutuo. Compartían momentos de felicidad, alegría y diversión juntos, creando recuerdos duraderos. Y el haber perdido a uno de ellos les era muy doloroso y difícil de aceptar. Lo que ninguno sabía, es que la historia no comenzó como ellos creen.
Mizasel se acercó a la cuna y dijo:
— Nuestra guardiana es tan hermosa — tocó las suaves mejillas de la pequeña con el dedo índice — ¿Qué es esto? — preguntó tocando el hombro izquierdo de la pequeña, cerca a la clavícula, tenía una marca en forma de una sola ala —. Es una marca de nacimiento. Esto me recuerda a... Luzfel — habló casi en un susurro. .