Hedala, 2 de abril del 2018.
De: Kali O’Neill
Para: Eloisa González
¡Por el Bendito, casi me olvidé de contarte sobre mi primer caso!
Hace tres días el capitán Radcliffe nos llamó a Alessio y a mí para que le ayudáramos a determinar cuál era la verdad detrás de la muerte de una mujer de 50 años que había sido encontrada en su casa con un disparo en la cabeza.
El suceso tuvo lugar en un departamento pequeño y cutre en la zona mala de “El plateado” –esa misma que solíamos evitar cuando éramos más jóvenes y nos escapamos de noche– y al llegar lo único que se nos notificó fue que el nombre de la víctima era Maggie Ríos.
Me molesta un poco que ni el capitán ni sus detectives se molestaran en disimular su desconfianza con respecto a nosotros dos. Todos creían que éramos un chiste y unos farsantes, y no dudaron en hacérnoslo saber directamente.
Pero bueno, son gajes del oficio a los que tendremos que irnos acostumbrando.
Así que llegamos a la escena sin saber muy bien que había sucedido, más allá de que la Señora Rios había muerto o sido asesinada una semana atrás.
En ese momento me alegré de haber hecho amistad con April la forense, porque –cuando entendí las intenciones de los detectives– bastó con una llamada para que averiguara todo lo que necesitaba saber: el primero en llegar a la escena fue el hijo de un policía, el cual encontró a Julian Ríos cubierto de la sangre de su tía muerta. Había sido arrestado de inmediato. Sin embargo, había salido libre al no hallarse pruebas de su culpabilidad. April, sin embargo, sospechaba que esto se debía a que no era culpable en lo absoluto, incluso cuando existía un posible móvil para el crimen: la familia Ríos tenía una enorme deuda que casualmente podía ser cubierta casi en su totalidad con el dinero proveniente del seguro de vida de Maggie.
No obstante, las pruebas encontradas no eran concluyentes y a falta de nuevo evidencia el caso se había estancado.
Al entrar al departamento lo primero que noté fue el olor a químicos de limpieza y la oscuridad que se adhería a todo, incluso a mi propia piel. Las ventanas se encontraban cubiertas por cortinas marrones gruesas que no permitían el paso de la luz y parecía que las paredes no habían recibido una mano de pintura en los últimos diez años.
Tengo que admitir que me encontraba un poco asustada. Había usado mi don infinidad de veces antes, pero nunca en una situación como aquella. Una situación en la que podía decir sin lugar a dudas que lo que encontraría sería muy desagradable.
El detective Eads nos siguió cuando nos adentramos en el pequeño apartamento hasta llegar a la habitación en la que los acontecimientos tuvieron lugar.
El cuarto estaba pintado en un azul triste, casi gris, pero lo que más llamó mi atención no fue aquello, sino el espejo ovalado de marco negro que se extendía en la pared opuesta a la entrada de la habitación y que poseía una vista perfecta hacía la cama.
Todo parecía estar en orden: la ropa dentro del ropero, las gavetas bien cerradas, los cuadros con fotos familiares viejas perfectamente alineados, pero, aun así, todo parecía incorrecto.
Demasiado silencio, excepto por…
–¿Estás preparada para comenzar con esto, Kali Sahara? – Me preguntó Alessio con una seriedad que sólo conseguía hacerme sentir más nerviosa.
–Preparada es mi segundo nombre, Wright.
Alessio asintió y se dispuso a comenzar con el trabajo.
Él cerró los ojos, tomó una respiración profunda, y sus ojos iluminaron la oscuridad como una estrella en una noche despejada, al mismo tiempo que por su cuerpo aparecieron líneas de luz delgadas pero rápidas como un rayo. El detective Eads retrocedió, con una mirada tan espantada que sentí el deseo de interrumpir el momento para gritarle: ¡Ja, idiota, te dije que no éramos unos locos! Pero antes de que pudiera decir una palabra todo había terminado y Alessio sostenía en su mano una daga de tamaño mediano que desprendía una luz que iluminaba todas las esquinas, incluso aquellas en las que, según las leyes naturales por las que se regía el mundo, debía de existir sombra.
Nunca me cansaba de ver a Alessio utilizar su don. Era fascinante. Mágico.
–¿Qué demonios ha sido eso? – Preguntó un aterrado Eads
–¿Esto? –tomé la daga que Alessio sostenía en sus manos– Es una daga psiónica.