I
Allegro appassionato
No, no sois como yo.
Y sería en vano que intentaseis poneros en mi lugar, pues desconocéis qué clase de leña alimenta la lumbre que caldea mi alma.
A veces al escucharlos interpretar, mientras deslizan el arco sobre las cuerdas, levanto la mirada y la enfrento a vuestros rostros. No importa dónde suceda, tampoco importa vuestra edad, siempre ocurre lo mismo. Vuestras caras revelan el efecto que la música causa en vuestros corazones, en vuestras cabezas, en vuestros ánimos, y durante el tiempo en que los músicos manejan tal control en vuestros sentimientos os mantienen en un estado ingrávido, como barcas que flotan en un estanque amarradas a la orilla, y la soga que os sujeta es un arte invisible e intangible, un arte que flota en el aire mientras lo evocan.
Quizá para algunos afortunados aquellas melodías vuelvan en el futuro a sus oídos, pero para el resto serán historia. Cuando cesen, desaparecerán para siempre, y siempre es demasiado tiempo.
Y así os vais, con una sonrisa a veces, otras con gesto grave o de profunda introspección, os vais mientras en vuestras memorias aún resuenan acordes que ya se han convertido en pasado. El recuerdo perdurará unas horas, unos días tal vez, pero finalmente asomará la confusión y la música desaparecerá de vuestra memoria. Ocurre siempre.
La melodía que flota en el aire, que compartimos el público y los intérpretes, se disipará y si os ha llegado a emocionar, solo os quedará como premio una profunda desazón, por no poder retener todos aquellos sones y el anhelo de volver a deleitaros con ellos en el futuro.
Desde la primera vez que escuché aquella música, que escuché la Folia, entendí que el sentido de mi vida debía encaminarse a ser capaz de evocar esos sonidos a propia voluntad, negándome a que el arte más maravilloso y cruel que existe me sume a la condena dispuesta para quienes no consagran su vida a él: al vago recuerdo primero y después al olvido.
Entendedme, entonces, entended que por evitar vuestro anodino destino haré lo que haga falta.