Siete encuentros para entender

Capítulo 14.

Después de que Lex ayudó a Sam Carter a divorciarse y quedarse con su dinero y su negocio, realmente comenzó a pensar en que la ley matrimonial era exactamente lo que quería hacer. Regresó a casa y abrió su bufete.

La noticia de que Lex Norton lograra resolver en un plazo muy breve el caso, que se prolongó durante todo un año, consiguió sus primeros clientes. Y luego todo rodó como una bola de nieve. Tuvo que buscar urgentemente un nuevo espacio de oficina más grande, encontrar una secretaria adecuada, que no solo supiera hacer la manicura, sino que también se ocupara de los documentos y de varios asistentes. Nunca habría hecho este trabajo él mismo, pero tuvo mucha suerte.

Uno de los felices clientes se ofreció a ayudarle. Tenía una de las agencias de contratación más prestigiosas. Así apareció la señora Vázquez en su despacho. Una secretaria de cincuenta años con una mirada, que parecía explorar el alma. La siguieron Monse y Porres, muy buenos abogados.

 Le tomó un año y medio de su vida liberar a cuarenta parejas. Como decía acertadamente el clásico: "Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera". Y Lex se enfrentaba a esto casi todos los días. Lo único que él entendió era, que ningún amor, por grande que fuera, no aguanta el matrimonio.

Cerró la carpeta con otro caso, y estaba a punto de ponerlo en la estantería, cuando apareció en la puerta su amigo del club privado, llamado "Juego", Ivar Kerin, a donde él se metió por su recomendación y esta noche tendría que ser su primera competición, una carrera de coches viejos no más de mil dólares.

– ¿Estás listo? – preguntó su compañero.

– Sí, el mecánico dijo, que el auto está listo, o más bien llegará a meta, – Lex se rio entre dientes.

– Mi "Chica" también está en movimiento.

– Más bien "Abuela", – sonrió Lex.

Cuando llegaron al campo de entrenamiento, donde estaba programada la carrera, Lex vio una imagen indescriptible.

– ¡Parece un vertedero de desguaces!

– ¿Qué querías por mil dólares?

– ¡Apuesto a que te ganaré hoy! – Lex miró con desdén al Cadillac de Ivar.

– ¿Cuantos? – preguntó su compañero.

– Quinientos dólares.

– ¡Acepto la apuesta! – Convino Ivar. – Eres mi “chica", – acarició su Cadillac negro por el lado brillante. – Les mostraremos, ¿verdad? Por cierto, – se volvió hacia Lex, – ¡tiene un motor increíble! ¡Considere pura exclusividad! ¿Y tú "Pantera" aprieta al menos hasta los cien?

– No lo sé, ya veremos, – sonrió Lex.

Norton tenía solo una, pero una pasión ardiente: las apuestas. Todo comenzó en Oxford, donde los chicos apostaban sobre casi todo. Además, el premio de la controversia a menudo no era decisivo. El proceso en sí era mucho más importante.

El público, como los coches, era variado y de diferentes edades. Se fijó en varios hombres de años muy respetables, a muchos de ellos los conocía. Los más jóvenes trajeron consigo grupos de apoyo en forma de chicas con la apariencia de modelos de piernas inimaginablemente largas. Anticipándose al espectáculo, las chicas se rieron, disparaban con sus ojos a cada hombre más o menos guapo. Se sentía un espíritu de competición y emoción en el aire. De repente, Lex quiso ponerse rápidamente al volante de su Škoda y mostrarles todo lo que su coche era capaz de hacer. Tenía mucha confianza en su mecánico.

Finalmente, los organizadores lograron sacar a los espectadores y fans de la pista. Se dio el comienzo. Más de treinta motores rugieron casi al mismo tiempo. ¡Fue genial!

Lex llegó tercero. Se ganó la apuesta, las miradas de admiración de las chicas de la moda y una palmadita de aprobación en el hombro de sus rivales recientes.

La "chica" de Ivar se arrastró al final. Incluso el motor "puramente exclusivo" no ayudó para nada.

– Son todas las intrigas de los enemigos y una coincidencia fatal, – murmuró su compañero, contando quinientos dólares. – No deberías estar feliz, Norton. Es solo que los principiantes tienen suerte: la ley de la naturaleza. Y, de todos modos, hoy me invitarás a beber tequila.

Lex regresó a casa de excelente humor. Por primera vez en los últimos años, la vida se llenó de colores.

Las tareas en el club siempre fueron diferentes. A veces se parecían vagamente a la "inmersión total" prometida por Ivar, pero la mayoría de las veces no tenían nada que ver con la vida de los mortales ordinarios. A veces olían a delitos menores. A veces eran como el juego "The Last Hero". Pero la próxima semana, el juego podría convertirse en algo extraordinario de nombre en código "Inmersión total". Además, los participantes deberían sumergirse hasta el fondo. Disfrazados de vagabundos, tenían que aguantar el mayor tiempo posible o ganar cincuenta dólares, lo que no era nada realista.

Naturalmente, no pudo evitar compartir con su mejor amigo Gor esa impactante "victoria" en las carreras y le habló del "Juego". No tardó en persuadirlo para que ingresara en el club y participara en la próxima competición, pero las consecuencias de esto fueron mucho más tristes para Gor.

Si Lex supiera de esto de antemano, nunca habría traído a su primo a este club. Pero no lo sabía, por eso con todas ganas estaba esperando el día del “Juego”.

Cuando Lex se vio en el espejo, se asustó a sí mismo. Desde otro lado a él lo miraba un tipo bruto y con la cara de asesino en serie.

– Tienes suerte, Lex, – dijo Gor sonriendo, – ahora nadie se acercará a ti, ni yo.

– ¡Mírate a ti! – exclamó Norton enfadado, – pareces un alcohólico perdido.

– No te enfades, primo, pero de verdad tienes un aspecto de exconvicto y de pocos amigos, – se rio Gor.

Y tenía razón, cuando les dejaron en la calle en puntos diferentes, Lex notó que la gente no se acercaba a él. Incluso, cuando él por la tarde bajo al metro y vio un músico callejero, entonces le pidió cortésmente permiso a tocar la guitarra, pero el chico se asustó y marchó corriendo, dejando sus cosas.



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En el texto hay: amor y odio maltentendidos, confuciones

Editado: 26.09.2021

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