– Sabes, tal vez si el diablo hubiera dejado sus contactos en alguna parte, habría acudido a él en busca de ayuda para pasar el examen de este monstruo, – dijo Cristi con tristeza, removiendo perezosamente el helado en su café.
– No eres la primera, ni la última. Me echó por segunda vez, – respondió Vicki.
– Pregunto, ¿para qué un periodista necesita conocer los conceptos del derecho mundial? – Cristi estaba indignada.
– Quizás para no ir a la cárcel por obtener información ilegalmente.
– Hablando de información, hoy es mi primera cita con un conejillo de indias, – dijo alegremente Cristi.
– Cuidado, porque te puedes topar con un maníaco o, como Olga, con su futuro marido, – sonrió Vicki, pero en sus ojos de nuevo apareció sentimiento de dolor.
Después de que rompiera con Tim Barton, ella cambiara mucho. Dejó de ir a las discotecas, cortó con sus amigas, se encerró en sí misma y no quiso hablar en absoluto del motivo de su separación. Cristi no insistió, sabiendo muy bien que no tenía derecho a entrar en su alma, además, su intuición simplemente gritaba que no aceptaría lo que podría escuchar, lo rechazaría. Como si sintiera que Vicki estaba escondiendo un enorme y terrible secreto de su pasado, y Cristi no quería ahondar en él, infligiéndole nuevas heridas.
– Está bien, me voy, porque llego tarde, – dijo y besó a su amiga en la mejilla. – Mañana te cuento cómo me fue.
El día fue francamente difícil. Una noche de insomnio en compañía de resúmenes y libros, preparativos rápidos y convulsos para el examen, preguntas difíciles y una reprimenda desagradable por parte del profesor del derecho ... Vaya, este día podría llamarse, sin exagerar, como uno de los malditos, si no fuera por el deseo de ver al pretendiente número uno. Sería su primer reportaje serio con historias, con descripción, con análisis. En unas palabras Cristi se sentía como una periodista de verdad.
La primera cita se llamaba Anatoly, tenía treinta años y todavía vivía con su madre. Se conocieron en una web de citas hacía dos días. Charlaron por WhatsApp poco, porque él quería verla en persona.
Anatoly llegó a tiempo y físicamente no era muy diferente de la foto en la web, pero allí estaba al menos cinco años más joven que ahora. “La primera impresión no es mala, pero todos los botones de su camisa están abrochados y eso sin corbata, bien afeitado, pero la inevitable calva en su cabello castaño ya es visible ". – Cristi comenzó a editar el informe en su cabeza.
– Estudié en la universidad en la Facultad de Física Cuántica, luego pasé a trabajar en el Instituto de Investigación y sigo ahí ya siete años. Pagan poco, esta es una institución presupuestaria, pero el horario es fijo, fines de semana y festivos libres, como se esperaba. Creo, que, aunque es un salario bajo, todo está de acuerdo con el código laboral y es buen trabajo.
"No mintió sobre su trabajo, aunque ese trabajo no era nada del otro mundo. Él carece de iniciativa, está deprimido y flemático, lo más probable es que su madre dirige su vida, lo que significa que los dos leyeron mi perfil", – pensó Cristi.
Se quedaron sin temas de conversación comunes en la etapa, cuando le trajeron la ensalada. Con desgana pinchaba la lechuga con un tenedor y ya empezaba a buscar a la camarera con la mirada para pedir la cuenta y salir rápidamente de aquí. Anatoly rechazó la comida y el café, diciendo que no le gustaba comer fuera de su casa. Se le deslizaron las gafas hasta la punta de la nariz y se apresuró a volver a colocarlas en su lugar con el dedo índice.
– Ahora cuéntame sobre ti. – preguntó él, bebiendo jugo de naranja con una pajita.
Cristi tenía preparadas varias historias falsas de su vida y estaba a punto de contar una de ellas, pero entonces sonó el teléfono. Era su padre.
– ¿Dónde estás? – preguntó nervioso.
– En una cafetería con ... – dijo la chica y miró a Anatoly, – con una amiga.
– ¡Cris necesito tu ayuda urgentemente! Kostikov tuvo un accidente, voy al hospital, para ver como esta, y no hay nadie para entrevistar a Lex Norton. ¿Puedes hacerlo? Te enviaré su dirección y las preguntas de la entrevista ahora por correo.
– Está bien, – dijo, – iré ahora mismo.
Anatoly la miraba sin entender nada.
– Lo siento, Anatoly, mis hijos de repente se pusieron malos, tengo que irme urgentemente, – respondió ella, como disculpándose.
– ¿Tienes hijos?
– Sí, dos, chico y chico, lamento no haberte escrito antes, pero todo fue tan rápido, casi ni hablamos, no tuve tiempo de contártelo.
– ¡¿No tuviste tiempo?! En realidad, esas cosas deberías decirlas de inmediato, – exclamó. – Si supiera, que tenías hijos no te invitaría. ¿Y ahora qué hago? ¿Gastar dinero para nada?
"¡Entonces entiendo a dónde vas! ¿No quieres pagar tu jugo? Por eso no pidió nada de comer. ¡Cascarrabias! ¡Y este inútil estaba buscando una mujer joven y hermosa con una educación superior y un apartamento en el centro! ¡Sí!" – Pensó Cristi, y dijo en voz alta:
– ¡Es un circo con pingüinos! No te preocupes, te invito yo, – y lo acarició en la calva emergente.
Se acercó a la camarera, pidió la cuenta y sin siquiera despedirse de su interlocutor se dirigió a la salida.
Cristina entró en su auto, no tuvo tiempo para pensar y analizar la primera cita, así como para irse a casa a cambiarse, porque llegó un mensaje de su padre. Miró la dirección y luego el reloj. La entrevista estaba programada para las seis y media en la oficina de Norton, y ella tenía solo veinte minutos para llegar, y eso sin contar los atascos de tráfico en ese momento. No había ninguna posibilidad mirar las preguntas, que ese abogado debía responder, al menos con un ojo.
"¿Quizás será más rápido en el metro? Y no necesitaré buscar estacionamiento", – pensó y, tomando su bolso, salió del auto. Sólo cuando bajó al metro se dio cuenta del error que había cometido. Si los atascos en la parte superior eran de automóviles, aquí eran de personas. La empujaban, la planchaban, la apartaban constantemente, la tocaban con bolsas y codos, y cuando salió a la superficie su cabello dejaba mucho que desear, su corte de pelo a la moda se erguía como un erizo, su maquillaje arruinado y su mono plateado estaba abollado, como si acabara de sacarlo de una secadora.