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Mala suerte
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Cuando era niña estuve a punto de ahogarme en el río, el agua me entró por la nariz y me hacía sentir como si mis pulmones se estuvieran incendiando por dentro, por un momento sentí que mi corazón se cansó de luchar y simplemente se detuvo. Mi padre al darse cuenta me sacó de prisa del agua y me reanimó. En ese momento tenía una sensación similar. Solo que lo que me asfixiaba no era agua, era sentimientos que nunca había tenido, y esta vez mi padre no estaba ahí para ayudarme.
Cenisia Evda, la chica que siempre estaba a su derecha en la fila de Esteridrakon tenía el cabello suelto, perfecto y lacio, estaba adornado con una cinta azul. Había modificado un poco el peto uniforme que usábamos para la recolección y sostenía la canasta con sus manos largas. Incluso las botas negras y oscas en ella se veían distintas, se veían más femeninas.
— ¡Casi ocupa mi lugar! —ladró Cenisia, con ese acento tan extraño que nadie más tenía. Era como si tubiera algo en la boca y como si algo en su lengua no le permitiera decir bien la ese.
Ivvo, había respondido algo, pero lo dijo tan bajo que no logré descifrar la corta respuesta.
Todo el tiempo que estuvimos esperando a que algún jefe llegara estuvieron pegados, y ella aprovechaba cualquier pretexto para arrimarse al brazo de Ivvo Yo continuaba parada, incomoda, con los brazos cruzados, esperando y tratando de mirar al lado contrario en el que se encontraban secreteando.
Un chico con un caminar torpe y una mirada perdida se dirigió al final de la fila, pero al ser rechazado por la chica de al lado, comenzó a caminar hacia adelante donde me encontraba.
Tenía la sensación de que la gente se reía del caminar del chico; pero no fue hasta que escuché las cosas tan hirientes que le decían que me percaté de que no era alguien muy deseado. Había caminado demasiado rápido hacia mí por lo que cualquiera podría haber dicho que nos conocíamos de antes, pero la realidad era que aunque vivviamos en un pueblo, era los suficientemente grande como para nunca haberlo visto en mi vida.
—Mira es el.
—Que raro es.
— ¿Por qué siempre estará perdido?
— ¿Cómo creyó que podría ser mi compañero de cosecha?
Cuando el chico se detuvo a mi lado pude mirarlo a detalle. Tenía la cara con un poco de acné el cabello despeinado, unas gafas rotas y las botas sucias. Me miró con la cara agachada como buscando aprobación y cuando vio que no dije nada, suspiró y sus ojos dejaron de verse tensos.
—Mira el compañero que le tocó—. La voz de Cenisia era tan molesta, como el sonido de mi despertador por las mañanas, pero se acentuaba un poco más por el tono burlesco con el que lo dijo.
—Perdón —dijo el chico de mirada perdida—. ¿Por casualidad te molestaría que me enfilara aquí?
Agité la cabeza en señal de negación.
—Gracias.
—No hay de que, tampoco tengo compañero —respondí con una sonrisa.
—Entiendo —dijo el muchacho con la mitad del rostro cubierto de cabello—. Bueno, entonces esperemos.
Se puso firme.
Lo único que podía escuchar detrás eran cuchicheos, voces y burlas, incluso de los escasos adultos que se encontraban trabajando en la cosecha. Esteridrakon traía algo contra aquel muchacho escuálido, pero la verdad no me importaba.
—Me llamo Octubre —dijo mientras rompía la posición de soldado —. ¿Te cambiaste de horario de trabajo? Te había visto en Gezza.
Revolvió su cabello más de lo que ya estaba y se ajustó las gafas plateadas, los lentes eran cuadrados, casi cubrían su cara completa, y las terminales tenían cabezas de dragón.
—No, estoy cumpliendo horas de castigo, aún sigo en la Gezza. Solo serán dos Días.
Aunque continuaba hablando con Octubre, no conseguía concentrarme en nuestra platica, estaba más bien tratando de entender lo que hablaban Ivvo y Cenisia.
—Me pasó hace tres meses—dijo. Con voz entrecortada.
— ¿Perdón? —dije. El muchacho había notado que no estaba prestando atención a nuestra pobre charla.
—Oh, lo del castigo, Luca me castigó por pasarme de los veinte minutos en el comedor. No quiso entender que alguien ató mis agujetas a la patas de la silla. Tarde cinco minutos en poder desatarlas. Hizo que cargara los costales de tres de mis compañeros.
Se rascó la cabeza. Octubre se veía triste.
Alguna vez había visto a Luca Aislnt, el jefe en turno de Esteridrakon a la hora del cambio de turno. Era alto, pálido y llevaba el pelo relamido que aplastaba más a su cráneo cuando se quitaba el yelmo. Aunque nunca había trabajado con él, sus gritos no eran más amables que los de George el cerdo, cada vez que se veían en el cambio de turno intercambiaban un saludo típico de los trabajadores reales. Consistía en llevarse la mano derecha con los dedos juntos hacia la mejilla izquierda, después con un movimiento definido se ponía la mano frente a la cara y se mantenía así por una fracción de segundo antes de bajarla de nuevo a su posición habitual.
—¿Siempre hacen esto? —pregunté—. Bueno, me refiero a ¿te tratan así todo el tiempo?
Hice las dos preguntas tan rápido como pude.
Octubre me miró confundido, no esperaba que fuera tan directa con el tema, quizá esperaba que siguiera ignorando lo que pasó; pero sonrío mientras miraba atrás en la fila.
—Creen que soy torpe —murmuró.
—¿Por qué creen eso?
—Porque lo soy—respondió Octubre mirando hacia abajo. Me daba la impresión de que quería esconder su rostro de mí—. Lo sé, simplemente. Siempre tengo accidentes. Un día me puedo caer de las escaleras, resbalarme por las pendientes, recibir picadas de insectos extraños, y por si no fuera suficiente soy alérgico a las Afirge.
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una historia de amor de adolescentes, hombrelobo, personajes con poderes seres misticos y magia en g
Editado: 15.10.2019