Cuervos vestidos de rosa
Después de anécdotas e historias cómicas en las que no parábamos de reír Julián y yo despedimos el mediodía. Acto seguido, en la tarde, con el viento más sereno y los rayos solares amainados nos dispusimos a cabalgar.
Una vez que recorrimos los auténticos establos de los caballos, donde si había animales y no materiales y madera, contemplamos desde lejos el ganado comiendo en los pastizales, custodiados por cuatro pastores ubicados estratégicamente a cada extremo del campo.
Uno bajo las sombra de un lánguido árbol se escondía del sol, otro ahuyentaba con el cayado a los animales que se alejaban demasiado de sus límites. Un tercero se limitaba afanosamente a observar al cuarto, el cual con ansia cabalgaba, alejándose y volviendo enérgicamente en un tipo de juego con el perro que tenían de mascota y quien era guía de las vacas.
Cuando regresamos a casa y estuvimos en el sendero empedrado izquierdo, de inmediato fragancias y distintas tonalidades de colores nos inundaron. Julián priorizo en ralentizar la marcha y disfrutar con la vista el inmenso jardín.
—Dígame, ¿Cuántos jardines he visto ya? —pregunto maravillado.
Reí ante la admiración que prorrumpía en sus ojos.
—Oficialmente son tres, y de los tres creo que este es el primero que ve.
—¿Y del establo, que me dice de ese?
—Ese es un jardín salvaje y podado por la naturaleza, no oficial—explique—, no se sorprenda señor Julián...
El carraspeo de inmediato, arrugando los gestos.
—Por favor, señorita Gretel, adoptemos la confianza de llamarnos por nuestros nombres directamente.
Parpadeante lo mire, medio nerviosa, medio valiente y enteramente sorprendida.
—Eso sería atrevido, apenas si nos conocemos, ¿Qué van a pensar los demás? ¿Qué va pensar mi...—termine suspirando.
¿Qué va pensar mi madre?
El asintió lentamente, pensativo y con un destello de burla en los ojos el cual no entendí.
—La entiendo pero, recuerdo que eso no le importo cuando me atrapo en sus brazos, dejándome impresionado en el acto.
—Estaba emocionada. —me excuse de inmediato. —comprenda, amo recibir correspondencia de Darwin y yo...
—Estaba feliz—zanjo interrumpiéndome —. Estaba feliz y no escatimo bordear a un hombre extraño, ¿Por qué cree que fue eso?
—No lo sé y ya no tiene caso pensarlo.
—Discrepo, tiene mucho caso.—sonrió.
Resople comedida—Por favor no insista.
—Déjeme insistir.
—¡No! —exclame renuente.
—¿Por qué? —Exhortó apasionado mientras interponía su caballo contra el mío.
—¡Porque no es justo! De rienda suelta con su imaginación a eso señor abogado. —dije altiva esquivando su mirada.
—Apelare por una mejor respuesta—insistió dejando mi mano para levantar mi mentón en alto.
Nuestros ojos se encontraron confirmándome una clara obsesión el cual me expreso que no se detendría hasta saber mi injusticia. Así que me rendí y confesé mi testimonio.
—¡Bien! —Exclame—. A usted no le lanzaran piedras ni le infringirán miradas de reojo por tener la costumbre de establecer amistades y después llevarlas a un estado inseparable. Sin embargo, a mí me comerían viva ¿sabe por qué? Porque en una mujer hay mucho más celo y cuidado mientras que en un hombre más ligereza y confianza.
Suspire cansada.
—Tengo límites y estos son mis amparo, además; no soy mujer de romper de reglas, salir y enfrentar potestades. No me ayude a pecar que sola se hacerlo.
Sabía que quizás mis palabras habían sido abultadas, excesivamente colmadas de ficción y demasiado ardorosas pero, no estaba preparada para recibir desmedida confianza. Sabia más que nadie que el confiar era entregar y entregar era no volver a saber de lo cedido y, ante esto mi única seguridad era el tiempo, quien me reafirmaba donde colocarme y juzgar, desde luego en silencio, mi futuro proceder y al que pretendía estar conmigo.
—¡Juzgo a esta sociedad por creer que todas las mujeres son culpables por desear una sensata libertad! —expreso circunspecto acercándose a un arco cundido de flores. —.Tendrían que pasar sobre mi nombre para hacerlo sobre el suyo, señorita.
El arranco una florecilla amarilla y cuando me la ofreció pude notar algo en su ensombrecido rostro, el brillo socarrón en sus ojos de pronto se había esfumado para convertirse en uno frio y colmado de abstracción. Me asuste, porque no sabía que era lo que mis palabras habían causado en él.
—¿Por qué una sensata libertad? ¿Acaso condenaría a alguien por ansiar una más arriesgada? —pregunte anhelante debido a su precipitado cambio. —Señor Julián, usted me intriga.
—Y usted cansancio...
—¿Entonces no me soporta? —exprese herida al mismo tiempo que animaba al caballo a avanzar.
Escuche un leve suspiro a mi espalda.
—Pequeña sufrible, ¿Por qué se engaña demasiado pronto? Ahora me doy cuenta que su espíritu es fuerte pero su corazón es frágil.
Me detuve y lo escuche.
—Amo soportarla pero me cansa su miedo.
—No tengo miedo y no me ha respondido.
—Mientras que usted muestra callada altanería su voz estremecida me confirma flaqueza.
Bufe un poco hastiada.
—¿Y cuál es ese miedo? —cuestione volviéndome a verlo.
Se encogió de hombros.
—Quizás tener un bien preciado y luego perderlo. —de presto su voz se tornó intensa— ¿Tiene amigos, señorita?
—¿Ah? —sí, una sola en realidad.
—Olvídelo. —zanjo
—Si usted lo dice —dije desinteresada — Ahora, dígame ¿Qué libertad sensata es esa?
Él se dedicó a contemplar las flores y arrancar pequeños tallos verdes y secos, a acariciar pétalos y arrancar otros. En pocos segundos él se olvidó de mí y sobre todo desecho la idea que me carcomía la mente por saber y entender,
—Yo la interrumpí cuando hablaba de las flores. Por favor continúe...