La semana se fue en un abrir y cerrar de ojos y llegó el fin de semanas, pero no cualquier fin de semana sino uno diferente a los demás, uno en el que Érika se levantó esperando lo peor, pero eso nunca llegó.
Se había roto el ciclo que llevaba unos años repitiéndose a su alrededor. Se había ido el causante de sus pesadillas y por primera vez en mucho tiempo, no supo que hacer.
Era sábado y la rutina de sábado estaba fija en su cabeza. Iniciaba con un despertar resignado en el que sabía que hiciera lo que hiciera las cosas se darían igual y si trataba de evitarlo sería peor; seguía con un paso lento del tiempo que parecía no querer irse nunca de su vida porque cada segundo duraba horas y cada hora le resultaba dolorosa; y terminaba con las lágrimas en sus ojos, la culpa en su cabeza, la soledad quemándole lo más hondo del alma y la desesperación consumiéndola. Pero esta vez no fue así, simplemente fue un día normal en el que pintó hasta cansarse y en el que se puso de acuerdo con Rafael y Juana pare reunirse al día siguiente, el cual, también fue diferente.
En la noche no tuvo pesadillas, no la despertó la desesperación de ver en su mente lo que pasó tantas veces en su realidad y tampoco despertó con lágrimas en sus mejillas.
Sus ojos se abrieron despacio y tomaron su tiempo para descubrir que un nuevo día había llegado, desde allí todo empezó con bien pie. Desayunó sola, como cada día, limpió la casa con música, hizo unas cuantas tareas y cuando llegó la hora de la reunión con los chicos se sentó a esperar a que llegara Juana para ir juntas a casa de Rafael.
Unos minutos después su móvil empezó a sonar anunciando una llamada, ella miró la pantalla, la tumbó y le escribió un mensaje a Juana.
¿Qué pasa?
Tengo que salir con mi madre.
No podré reunirme con ustedes. 😭
No juegues, no quiero ir sola para allá.
Tiene que ir, sabes que el proyecto es
para el martes y no tenemos nada preparado.
Hay que iniciarlo. Además, tú tienes la idea
clara y puedes guiar el proceso.
Si no hay de otra,
mándame la dirección de Rafael.
Está bien.
Que tengas suerte
Soltó el teléfono y se estrujó los ojos con los dedos índice y pulgar mientras soltaba un suspiro cargado de agotamiento.
Había pasado una semana en la que Rafael y ella se habían visto cada día, habían estudiado juntos en cada almuerzo y se podría decir que empezaron a llevarse bien, pero ella no terminaba de acostumbrarse a su cercanía porque cuando estaba a su lado su corazón se aceleraba, contenía la respiración y su atención dejaba de estar en cualquier otro sitio para estar puesta por completo en él, tampoco se había acostumbrado a su sonrisa porque cada vez que la veía en su rostro el pecho se le revolvía; pero lo peor era que cada roce accidental que tenían mientras estudiaban o cada saludo de mano que se daban le enviaba choques eléctricos.
Sentía que cuando estaba con Rafael no era ella, que había algo que no terminaba de encajar entre los dos porque era el único que le provocaba estás cosas y creía que eso debía ser una señal para que tuviera cuidado con él.
No le fue difícil llegar a la casa del chico, pues resulta que lo había chocado justo frente a esta.
Apenas tocó la puerta apareció un niño de unos 5 años, con el pelo rizado y unos ojitos grises que ella ya había visto en otra persona.
- ¿Eres amiga de Rafa? - preguntó mirándola de forma curiosa.
-Pues, algo así. Estamos en la misma escuela-
No lo consideraba más que un compañero de clases y con lo que sentía cuando estaba con él, presentía que no serían más que eso. Compañeros de clases.
-Yo soy Raymon ¿Cómo te llamas?
- Hola Raymon, yo me llamo Érika. Imagino que tú eres su hermano.
-Sip, soy su…- una voz proveniente de dentro de la casa lo interrumpió.
-Ray ¿Dónde metiste mi mó… -se detuvo al verlos. -Érika
-Hola- dijo ella y dio una rápida inspección por su dorso desnudo con pequeñas gotitas de agua como adorno. Su pulso se alteró. Siguió el camino hasta encontrarse con su pelo, también estaba mojado y se repartía en un grupo de rebeldes que iban para todos lados y otro que le caían en la frente hasta casi taparte los ojos. Se lo había cortado.
-Pasa, por favor y espérame unos minutos- ella asintió y lo vió observar a su hermano que lo miraba como si quiera convencerlo de que era inocente de una travesura. - Tú ven conmigo-
El niño soltó un suspiro y lo siguió. Ambos desaparecieron tras cruzar una puerta.