Silur volteó a mirar a Razelión confundido.
—¿Cómo es eso de que cuando terminemos aquí, seremos compañeros? Nosotros fuimos contratados por ti, eres nuestro superior a cargo.
—¿No te cansas de vivir siempre bajo esas reglas sin fundamento?
—Son reglas simples, Razelión. Además, nuestras ordenes son claras: acompañarte; no obedecer a alguien más.
—Olvídalo, Silur. Ya vas a entender en su momento.
—Eso es justo lo que me preocupa. Eres enigmático, poco serio, te niegas a compartir información sobre la misión con nosotros... —miró molesto hacia la espesura del bosque.
—Veníamos congeniando tan bien, y ahora te vuelves a molestar conmigo por esto. Eres un pesado, soldado.
—Si, señor —lo miró con seriedad y continuó explorando los alrededores con la vista en busca de peligros.
Se escucharon cortes a unos metros y momentos después estaba Kiremas con ellos dejando la leña al borde del camino empezando una fogata improvisada frotando dos ramas secas.
—¿Si sabes que existen los mecheros, cierto? —preguntó Razelión sarcásticamente.
—No aprendí técnicas de supervivencia para no usarlas —respondió Kiremas sonriendo. Volteó hacia Silur, que seguía vigilando los alrededores—. ¿Novedades?
—Nada por ahora. Falta poco para que salga el sol.
—Está preocupado porque le dije que seríamos compañeros luego de esta misión, y no puede entender como podemos serlo si sus ordenes son acompañarme a mi —interrumpió Razelión.
—Oh —respondió asintiendo Kiremas—, ¿Pero si nuestra misión es acompañarte a donde vayas... y tú sigues las ordenes de otro, no sería lo mismo técnicamente, que obedezcamos a tu jefe?
—Mira, Silur, él lo entendió enseguida —le hizo un gesto dándole la razón.
—Procuraré interpretar el código como lo hace mi compañero en el futuro.
—¿Cuando estás enojado te vuelves un robot o algo así? —hizo una mueca de molestia.
—Solo cuando es mi superior el que me saca de quicio, señor.
—Bah, no tiene caso —respondió Razelión con disgusto y se acercó al deslizador abriendo el portaequipaje, sacando de adentro una heladera portátil—. Salchichas de cerdo. ¿Las han probado? Son geniales asadas.
—Nunca las probé. Y eso que he comido guisado de oso —respondió con curiosidad Kiremas.
—Deja que se descongelen un poco cerca de la fogata y luego podremos cocinarlas —Le lanzó la bolsa que contenía las salchichas, y fue por el pan.
Luego de una hora de cocina, comida y charla, el sol se abría paso con dificultad entre las copas de los árboles en el bosque. Ese era el motivo de su lúgubre nombre; en lo profundo de él, se podía permanecer prácticamente en la oscuridad en pleno día.
—El amanecer sobre esta tierra es más colorido que en el crisol —comentó Kiremas.
—Y eso que este lugar es bastante deprimente... no has visto un amanecer sobre una colina florida en primavera —respondió Razelión, terminando de comer una salchicha entre dos panes y tragando con celeridad—. Es una lástima, en verdad —continuó, con la mirada en el piso.
—¿Qué es una lástima?
—No tiene importancia —Se levantó y fue a donde estaba Silur, que había terminado de comer hacía unos momentos y estaba dibujando con una rama sobre el suelo.
—Eso... ¿Eso es lo que ves en tus sueños?
—Si... te hice caso, me puse a dibujar que soñé, a ver si eventualmente desaparece.
—¿Eso es todo? ¿Está completo?
—Si, lo terminé hace un momento. Lo he visto cada noche al dormir, lo conozco de memoria.
—Entiendo —miró al piso pensativo.
—¿Estamos listos para continuar? —Se acercó Kiremas a ambos y observó el dibujo un segundo.
—Si, de hecho estamos listos...
Razelión los alejó del dibujo y se aclaró la garganta.