Habían pasado tres días desde que Silur había llegado a Arcalis, y se había enterado de su verdadera naturaleza: era un abisal, un ser sin alma cuyos ancestros habían condenado a la esclavitud bajo el yugo del guardián traidor de la diosa, Xephagón. Luego de mucho meditarlo, decidió unirse a Razelión, el único que él conocía que compartía su maldición.
En esos días recorrió Raion Aurum, el distrito en el que Razelión (y ahora él también) vivían. Era un lugar alejado del centro urbano de Arcalis; olvidado; con grandes edificaciones de fachadas sucias y vecinos inmiscuidos en actividades de dudosa legalidad. Aurum había sido un lugar importante hace años, cuando se encontraba a pocos kilómetros de la mina de oro, que al agotarse dejó miles de trabajadores sin empleo. Muchos de ellos se convirtieron en buscadores de oro independientes, geólogos, ingenieros; otros en mercenarios, comerciantes, ladrones, incluso cazadores de monstruos, ya que la mina abandonada se había transformado en un refugio ideal para ellos.
Se abrió la puerta de la casa y Silur entró, yendo directamente al living.
—Razelión, estoy aquí.
—¿Cómo te fue? —se escuchó desde la cocina.
—Encontré trabajo.
—Sabía que no tardarías en encontrar uso a tus habilidades. ¿Qué conseguiste?
—Guardia de seguridad en los convoy de suministros que viajan por tierra a un pequeño pueblo de granjeros a unos kilómetros de aquí.
—Suena bien. ¿Qué llevan?
—No me han dado detalles, pero supongo que trigo, maíz, esas cosas.
—Bueno, te deseo suerte con eso —se acercó tomando una lata de gaseosa que había sacado del refrigerador—. ¿Estás listo para practicar tus poderes abisales?
—¿Qué? —Lo miró confundido y se acercó fingiendo no haber oído bien.
—¿Quieres dominar tus poderes abisales, si o no? —insistió tragando un sorbo de gaseosa.
—Creí que mi habilidad con la espada era mi "don".
—Bueno, Silur, en realidad tu habilidad con la espada es puro talento natural. Tu fuerza y resistencia, sin embargo...
—¿Qué?
—Nadie blande una espada como la que usan en el crisol, con una mano como si fuera un cuchillo de cocina, lo que pasa es que en tu vida lo has visto normal...
—Es el entrenamiento del crisol.
—No es entrenamiento, amigo, lo siento.
—De alguna forma odio que me cuentes cosas que desconozco, pero mi curiosidad es demasiada para fingir que puedo vivir ignorándolo. ¿Qué quieres decir?
—Cuando el Imperio Lonathiano desarrolló el B.C.P.A. (Blindaje cinético personal avanzado), que volvía casi inservibles las armas de proyectiles; y los escudos magnéticos para edificaciones, que desviaban los misiles a kilómetros de sus objetivos, las naciones del mundo buscaron formar una alianza para mantener la paz con una potencia tan desarrollada.
—¿Cómo sabes todo esto?
—Leo mucho —sonrió, tomó otro sorbo de su bebida y señaló unos libros que tenía algo desordenados sobre una mesita.
—Son unos despreciables saqueadores.
—Saqueadores desarrollados... En fin, funcionarios de Lonathal declararon en el foro de la alianza, que en Gelir se experimentaba con humanos.
—Una acusación ridícula.
—Silur, tú eres prueba viviente de ello.
—¿De qué estás hablando?
—El crisol no es una simple academia militar, es un centro de investigación científica. No se experimentaba con huérfanos... mataban a disidentes y detractores del régimen, y secuestraban a sus hijos para hacerlos partícipes del experimento. Los vanguardias son la versión de Gelir de los supersoldados de Lonathal. ¿Blindaje Cinético? No hay problema, usan sus confiables hojas de gelita para mermar sus filas. ¿Escudos magnéticos? ¿Para qué usar misiles? Un grupo de treinta vanguardias puede infiltrarse en cualquier objetivo. ¿Entiendes?
—Ya no sé que pensar...
—Así es la guerra, Silur, uno no sabe para quién trabaja; excepto nosotros, nosotros sabemos que no somos los buenos. Siéntete bien ahora, compañero, porque ya estamos por sobre los problemas de los humanos, que se pelean por tierras, poder y riquezas; nosotros solo servimos a un nivel superior.
—¿Y si también estás equivocado?
—Prefiero estar equivocado estando en el lado más poderoso.
Silur tomó un libro de la mesa y lo ojeó mientras Razelión terminaba su gaseosa y se volteaba a tirar la lata en el cesto con precisión.
—¡Boom! —dijo festejando encestar la lata; y volvió a mirar a su compañero—. Vamos, te enseñaré algo.