Cápitulo 41

  El hecho de que el Moscú estuviera tan desierto esa mañana, me ponía todavía peor. Sentía ganas de llorar, de romper cosas, de gritar. Pero no. Debía verme bien, y además cumplir con mis obligaciones de camarera. En cuanto saliera del bar iría a ver a Tommy y luego me encerraría en mi casa y dormiría por extensísimas horas. Hasta que me sintiera con las fuerzas suficientes. La noche anterior, después de salir del hospital en que se hallaba Tommy, con Nico fuimos a la casa que compartía con sus padres, a tratar de tranquilizar a la mamá y a acompañarla hasta que su padre regresara. Prácticamente habíamos pasado la noche en vela, y a las ocho entrabamos al bar. De todos modos, si hubiese estado en mi casa, tampoco hubiera dormido. Estaba de los nervios, pensando en cómo todo se había ido por derrotero. No quería ni pensar en que le pasara algo más grave a Tommy. 

-¿Mejor? –Nico palmeó mi espalda al tiempo que depositaba frente a mí un café irlandés.

-Más o menos. –dije.

-Te dejo a vos el trabajo de explicarle a Mirko lo que paso, ya sabes que mi relación con él no es la mejor.

-¿En serio? –pregunté, de pensarlo ya me daban nauseas.

-En serio –dijo adentrándose en la cocina –voy a estar allá preparándolo todo para el día de blinis.

   Maldita sea, maldita vida, malditos todos. Terminé con lo que estaba haciendo y me dispuse a preparar las campanas de la barra con todas las masas finas rusas que habían fabricado los cocineros de la noche. Mirko arribó al bar en cuanto me disponía a hacerlo. Se me desinfló el cuerpo.

-Nina –dijo nomás traspasar la puerta – ¡Buen día! –se acercó a la barra con aire preocupado. Sería un idiota las más de las veces, pero no era un mal tipo –Necesito que me expliques que fue lo que paso con Tomás.

¡Gracias por leer!

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