El Patriarca miró distraído por la ventana, su nieta caminaba por los jardines acariciando a su paso los delicados pétalos de rosas sembradas por su madre, cuando súbitamente le pareció que Valentina se comportaba más como su madre: su manera agacharse, de oler las flores e inclusive la manera de utilizar los instrumentos de jardinería, le recordó a ella. El semblante era tan impactante que a momento pudo jurar tener a su propia hija frente a sus ojos, allí entre las flores. La improvista venida de Blanche pareció romper el momento de concentración de su nieta. Perplejo, el Patriarca no pareció convencerse acerca del parecido entre su hija y su nieta; ahora, conocía bien a su nieta para saber que no se parecía a su madre, e igualmente conocía de corazón a su propia hija para reconocerla cuando la veía.
Volvió a prender su pipa confuso, definitivamente necesitaba indagar más sobre ese asunto, algo andaba mal, podía sentirlo.
Justo en ese momento entró François, sin tocar, y de una vez comenzó a reportarle la agenda del día y de mañana. Concentrado, el Patriarca mordisqueó su pipa observando a François intensamente: él estaba distinto, algo lo había cambiado, pero lograba entender del todo qué era.
Al final, soltó el humo por su boca pensando que a lo mejor él estaba estresado y que todo se lo imaginaba; pero sin duda alguna, François era aún más confiado y aún más hostil que antes —si es que fuese posible— lentamente tomó su bastón de cristal y caminó con François por los pasillos para dar la bienvenida a toda la familia y a los distintos invitados. François le explicaba sus nuevos experimentos, no obstante la mente del Patriarca se enfocaba más en examinar su actitud que en sus palabras. Media hora de conversación sin rescatar nunca nada positivo, nada jovial, todo el panorama pintado era sombrío. Preocupado, entendió el significado: la satisfacción de su ambición estaba cerca. Instintivamente el Patriarca se agarró el brazo. Necesitaba un plan B, necesitaba conversar con Julien inmediatamente.
—Nina, ¿qué haces aquí a esas horas? Nina, ¿me escuchas? ¡Nina!—me regaño suavemente Blanche.
— ¿Qué? ¿Cómo… qué hago aquí? —Aturdida, agachada en medio del jardín con unas pinzas en mis manos enguantadas entre las rosas damascenas de un rosado perfecto y delicado, intenté entender cómo llegué hasta aquí. Confundida solté la pinza, yo no conocía nada de jardinería, perturbada me quite los guantes tratando de recordar: me dirigía hacia mi cuarto, entonces ¿qué hacía aquí? Miré las flores con sus abundantes pétalos balanceándose bajo la brisa con la certeza que ellas sí conocían la respuesta a mi pregunta.
—Era la flor preferida de tu madre. La rosa damascena, cada una tiene más de treinta y seis pétalos. Me acuerdo el día que tu madre la vio por primera vez, se enamoró. Me dijo que se parecía a un vestido de baile… —Blanche paró de hablar, la emoción le apretó la garganta mientras las lágrimas se deslizaban por sus ojos—; ese mismo día, ella le ordenó a su padre un laboratorio y de inmediato comenzó a destilar los pétalos de esta rosa. Le tomó más de un mes lograrlo, y cuando finalmente sacó su primera gota estuvimos tan orgullosos de ella. Sabes se necesita más de treinta rosas para obtener una sola gota, y esa gota la tengo aquí en este anillo. ¿Ves esa burbuja adentro? Es el aire del líquido, de esa forma siento que la tengo siempre conmigo. Por cierto, ese día tu madre solo tenía 6 años. —Blanche respiró hondo y me hizo señas de levantarme, inmediatamente obedecí. Con cuidado, ella levantó mi camisa echándole un ojo a mi herida, y sorprendida volvió a mirar. —Ya no tienes nada, querida, estás curada.
Mire a Blanche desconcertada, antes de venir todavía sangraba al untarme la crema. —Seguramente la crema de Pierrino me ayudo.
—Sí debes tener razón.
A lo lejos se escuchó el sonido de las campañas y las trompetas sonar.
—¿Qué es? —pregunté.
—La familia llegó. Tendremos mucha gente aquí en el castillo. Pero no te preocupes, nuestras habitaciones quedan alejadas de las demás. Nuestra intimidad no se verá afectada. Vamos, tenemos mucho trabajo, ¡hay que prepararnos! —se emocionó Blanche, jalándome una vez más por el brazo con prisa.
Antes de irme, me agaché y tomé la pinza con mis guantes, con ternura corte delicadamente una rosa y la inspiré profundamente. Esa fragancia me era tan familiar, como un viejo recuerdo lleno de amor, paz y ternura: mi madre.
Vistiéndome para el baile, un sentimiento de irrealidad me impactó. No me sucedía tantas veces como antes, pero la intensidad de esa sensación era tan descomunal que me mareé. Frente al espejo, no parecía ser yo, todo me parecía muy extraño y ajeno: mi habitación, mi ropa, e inclusive el reflejo de mi propio rostro en el espejo. Repentinamente no comprendí qué hacía aquí, un escalofrío recorrió mi espalda mientras unos escalofríos me invadieron. La maquilladora dejó de polvorearme y volvió con un vaso de agua lleno de hielo.
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Editado: 09.12.2018