François caminó hacia la celda del Patriarca, o mejor dicho de Henry el esposo de Blanche. Apenas llegó a las rejas de la celda que el guardia giró la llave dentro de la cerradura metálica. El acero húmedo y viejo chilló al abrir la puerta, François entró y tomó la luz de petróleo tendida por el guardia. Henry, sentado al borde de su cama, intentaba calmar el temblor de sus manos.
—Por fin llegas —dijo el Patriarca, sin perder el porte digno de su posición.
—He estado ocupado —se justificó François.
—Divirtiéndote con tu nuevo rango —sonrió el Patriarca despectivamente.
—Si se hubiera mantenido con el plan, no estaríamos en esta posición —volvió a justificar François.
El viejo patriarca se quedó en silencio y de pronto se rio y poniéndose de pie caminó hasta François: —Crees poder sobrepasarme, François. Ser un líder no se trata del poder porque todo lo puedes hacer. No se trata de aplastar a los demás por capricho, se trata de hacer lo correcto para tu gente, y no para tú persona: eso es ser un buen líder. Y tú, querido François siempre fallarás porque no ves nada después de ti, tu persona es el inicio y el fin de tu estrecho mundo. Pero dentro de tu mundo no está mi gente, para vos son simples herramientas para lucirte y hacer crecer tu desmedido ego. Y cuando te equivoques yo no estaré aquí en persona pero tendré a uno de mis hijos o puede ser a mi propia nieta para ponerte en tu lugar. Confío en ellos. Al final me hiciste un favor, me impediste cometer el mayor error en mi vida porque el error lo harás tú. Y no te culpo, yo te entrené, yo te formé, yo te hice, y por ende cometerás los mismos errores que yo estaba por hacer.
—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
—Cuando tienes al frente a tu nieta, la sangre de tu sangre. Un ser que es el fruto de tus hijos, te das cuenta de cómo el tiempo corre y de los errores que hiciste de los cuales no puedes cambiar, pero ese nieto o nieta al final es el motivo suficiente para cambiar. Sé que no entiendes lo que intento explicarte, porque nunca he tomado el tiempo de hacerlo, y ahora que eres el líder yo solo soy un viejo sin interés.
—No sea tan duro con Usted, Henry. He venido para que me ceda su puesto dentro de las normas de nuestra familia.
—Lamento decirte que ya he cedido mi puesto por voluntad propia, justo antes de ser destituido por el Consejo; obra suya, supongo François. Pero al final no te escogí a ti. No puedo cambiar de voluntad porque es la correcta, así que no te cederé mi bastón ni mi poder. Sabes muy bien que mi bastón es solo una representación, mi poder estaba en mi mente y ahora lo he cedido a alguien más.
—¿A Nina?
—No te lo diré, François. No he justificado mis actos ante nadie y no comenzaré ahora.
—Sabes que no ceder tu poder a tu sucesor es un acto de traición.
—Mira quién habla —concluyó Henry satisfecho.
—No cambiaras de parecer.
—Sabes bien que no.
—¿Conoces las leyes de los Sin-Almas?
—Olvidas chico, que yo las creé y sabía lo que tramabas, te tomó menos tiempo de lo esperado. Pero al final no llegaste a sorprenderme.
—Has escogido tu fin.
—No, François. Tú has escogido el tuyo —Y poniéndole la mano sobre el hombro de François lo miró directo en los ojos, sonrió y se volvió a sentar—. Quiero a ver a mi nieta antes, si no te importa.
—Sabes que no puedo negarme a las leyes, como última voluntad lo haré. Pero pensé que hubieras preferido ver a Blanche en su lugar.
—No es porque ya no soy el patriarca que he dejado de ser abuelo, además mi querida esposa ya no es parte de nuestro mundo, François. Blanche se ha ido.
—No estoy al tanto, no me dijeron nada. ¿Cómo lo sabes?
—Soy su esposo —contestó Henry con la mirada triste.
—Lo que tú digas —François se dio la vuelta y se encaminó con la luz hacia las afueras, cuando de pronto se volvió—: ¿qué quisiste decir con escogí mi final?
François se quedó esperando la repuesta del viejo sentado cuyas manos descansaban sobre sus rodillas la espalda recta y los ojos cerrados. Parecía haber envejecido de unos 30 años, pero su mente seguía enfocada, la autoridad seguía saliendo por cada poro de su piel. El mutismo del viejo irritó a François más de lo que él se esperaba. Enojado se fue de la celda sin siquiera despedirse, él era el patriarca ahora y tenía que obedecer sus órdenes, y pronto el viejo se iba a dar cuenta cómo, él, François, aplicaba sus leyes.
François caminaba, algo se le escapaba, pero era incapaz de saber qué. No podía usar la Llama con Henry porque iba en contra de las normas. Irritado siguió con su camino hasta que llegó sin darse cuenta al cuarto de Nina. Las puertas se abrieron y entró en silencio. Ella dormía, las marcas en su rostro parecían recordarle el error que había cometido con Nina. No había querido dañarla hasta ese punto, Nina no le servía si estaba postrada en su cama siempre en convalecencia, su cumpleaños se acercaba y si no estaba lista él no podría acceder al trono. Cruzó los brazos sobre su pecho meditando sus planes cuando una idea descabellada le pasó por la mente.
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Editado: 09.12.2018