Sin casta

Capítulo 1: Robertson

Como cada mañana, suena la campana que indica que el horario de trabajo ha comenzado. Me levanto y voy hasta la habitación de mi hermano el cuál se encuentra poniéndose sus botas de trabajo. Me dirijo a la habitación de mi abuela, la cual ya se encuentra haciendo su cama. Nunca dejará de sorprenderme su capacidad para mantenerse tan activa a pesar de sus ya extensos ochenta y tres años.

Muchos de vosotros os estaréis preguntando donde están mis padres, donde vivo…bien, pues esta es mi respuesta. No tengo padres; cuando tenía cuatro años mis padres sufrieron un accidente de tráfico que acabó con sus vidas y por ello ahora vivo con mi abuela y mi hermano mayor, David. No vivimos en una ciudad como las que vosotros conocéis, vivimos en lo que antes se hacía llamar Barcelona y que ahora se llama Narbaleth.

Para que entendáis el porqué de este cambio, se debe a que tras la explosión de una central nuclear se filtraron una gran cantidad de residuos tóxicos a través del aire por los barrios más ricos de la ciudad, por lo que tras la contaminación, las personas infectadas comenzaron a adquirir una serie de habilidades específicas; algunos tenían la capacidad de causar dolor con la mente, otros hipervelocidad, algunos tienen la capacidad de leer lo que ha pasado en un objeto y otros muchos de los cuáles ahora no me apetece hablar, las personas que han adquirido estas habilidades son los llamados “puros”.

Mientras que nosotros, los “sin casta” somos aquellos que no fuimos infectados, somos tratados de menos, vivimos en la pobreza y nos vemos obligados a trabajar para los “puros” como sus esclavos. Eso es lo que vamos a hacer ahora; servirles. Mi hermano trabaja como obrero construyendo nuevas mansiones donde puedan engordar y tener hijos aún más gordos y vanidosos. Por otro lado mi abuela y yo trabajamos como asistentas en una de las grandes mansiones.

Me pongo mi traje y junto a mi abuela y mi hermano salgo de nuestra pequeña casa.

Mi hermano se despide de nosotras y monta en la camioneta que le recoge todas las mañanas para ir al trabajo, tomo la mano de mi abuela y camino junto a ella por las calles de la que fue en su momento una gran ciudad, giramos una esquina y al fin llegamos. Entramos como siempre nos enseñaron por la puerta del servicio.

-Pasa un buen día cariño.

-Tu igual abuela.-besé su mejilla y fui hasta el cuarto de empleados tomé mis cosas y comencé a limpiar la planta de arriba de la gran mansión, trabajar en estas condiciones no es lo mejor del mundo todo hay que admitirlo, no obstante esto es lo que hay.

Mientras terminaba de pasar el polvo a una gran lámpara de araña escuché barullo en la planta de abajo así que dejé lo que estaba haciendo y bajé para ver lo que pasaba. El jaleo venía del patio así que fui hasta allí, las demás personas del servicio estaban de pie creando un circulo alrededor de la piedra de castigo que todos los “puros” tenían, me metí entre la gente para ver que ocurría y cuando finalmente estaba en la primera fila pude ver el cuerpo de una chica, de aproximadamente unos trece años arrodillada en el suelo. Detrás de ella se encontraba el dueño de la casa con un látigo en la mano, esto era lo que le esperaba a cualquiera que desacatara las órdenes del señor de la casa.

-¿Qué ha pasado?-le pregunté por lo bajo a Maybe, el ama de llaves.

-Se ha colado en la cocina a por algo de comer, dice que su familia se muere de hambre.- pude observar como Maybe miraba a la muchacha con desdén e incluso repulsión, no podía entender como alguien como ella, una “sin casta” podía tener el descaro de mirar así a otra persona.

No me podía creer que no pudieran tener ni un mínimo de consideración con la pobre niña, no digo que sea bueno robar pero hay que pensar un poco también en el resto de las personas.

Salí de mi ensimismamiento cuando escuché el sonido del látigo azotar en el aire y después el grito de la chica al contacto del cuero en su piel. Ahí me di cuenta de que esto debería parar.

-¡Basta!-grité todos me miraron inclusive el señor Dumont, el dueño de la casa y mi jefe.

-¿Qué ha dicho señorita Anderson?- se alejó de la muchacha y caminó lentamente hasta mí, todavía con el látigo en la mano.-Repítalo…¡hazlo!

-He dicho que basta…no está bien que le haga eso, es una niña.- antes de poder evitarlo tomó mi pelo y me arrastró al centro del círculo.

-De acuerdo, ya que no te parece “bien” que imparta un castigo a alguien de esta edad tendré que castigarte a ti por insolente, a ver si de esta forma aprendes que alguien como tú no podrá nunca darme órdenes a mi.-levanté la cabeza y le miré a los ojos para que se diera cuenta de que sus palabras no causaban ningún tipo de miedo en mi, aunque interiormente me esté muriendo. Una mano impactó en mi cara provocando que cayese al suelo, pude ver como unos hombres se llevaron a la joven mientras que otros me levantaban del suelo y sujetaban de los brazos.-ahora aprenderás lo que no debes decir.-el primer contacto del látigo en mi piel fue en el muslo derecho, un sollozo escapó de mis labios pero aún así no le daría la satisfacción de oírme suplicar, más golpes siguieron a este.




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