Sin Conexión

Para ti

Una sonrisa se dibuja en mi rostro cuando recuerdo una de sus tantas boberías mientras observo el techo de mi habitación. ¿Cuántas veces me habrá dicho la misma estupidez y yo igual me he reído como la primera vez? Creo que he perdido la cuenta. Los años han pasado y el cariño ha aumentado a tal punto que es imposible pensar una vida sin él. Aún recuerdo el día en que nos hicimos amigos.

El día estaba hermoso, el sol brillaba y quemaba con fuerza en plena mitad de enero, no había ni una sola nube que quisiera quitarle el protagonismo a aquella bola de fuego gigante que colgaba en el medio del cielo azul.
Estaba sentada en la esquina de unos de los bancos de madera que estaban allí junto a la mesa principal rodeada de adultos que hablaban y reían a carcajadas. Los demás niños corrían por todo el patio de la casa y a nadie parecía importarle excepto a mí, porque no me habían invitado a jugar. ¿Por qué lo harían? Era la única niña que había sido invitada a aquella fiesta y no conocía a nadie salvo a mi vecino dos años mayor que yo. Era su cumpleaños número ocho.
Suponía que nadie se daba cuenta de mi presencia, con el rostro pegado al mantel de plástico blanco con dibujos de globos coloridos y la boca llena de papas fritas, ya que los adultos comenzaron a hablar de cosas raras que yo no entendía, pero que parecía causarles mucha gracia. ¿Por qué nadie los regañaba al decir “pene” tantas veces? Mi madre me hubiera lavado la boca con jabón tres veces seguidas si me hubiera oído diciendo algo como eso.

—«¡Niños, vengan que vamos a romper la piñata!»— El grito de la madre de Matías retumbó por todo el lugar y no pude evitar pegar un respingo. El barullo por parte de los niños-monos, como me gustaba decirles, se detuvo un instante para luego volver a iniciar a la orden de «¡Piñataaaaa!». Creo que tranquilamente podía compararlo con un grito de guerra espartano con la enorme diferencia que no eran hombres fuertes sino un montón de niños que recién estaban cambiando sus primeros dientes de leche.
Una de las mujeres que estaba allí por fin se volteó a verme e inclinó la cabeza hacia un costado. ¿Me estaba mirando con pena? Sí, denlo por seguro, pero no me sentí mal por ello. Esa señora siempre me miraba con ternura, tenía unos bonitos ojos celestes y su cabello corto la hacía ver demasiado hermosa. Estiró una mano hacía mí cuando se levantó de su lugar y me sonrío.

—«¿Vamos, linda? Así consigues unos cuantos caramelos. Me contaron que son todos muy ricos». —Su voz era casi un susurro y tuve que sonreírle porque me resultó muy amable, sumándole que de verdad quería comer caramelos porque las papas fritas ya las tenía pegadas en la garganta de tanto que había comido.

Cinco minutos más tarde estaba arrodillada en el suelo junto a todos los demás chicos. ¡Me sentía como una hormiga pequeña! De esas coloradas que solo sirven para picar y nada más. La piñata era un enorme globo multicolor, la madre de Matías la sostenía por arriba de nuestras cabezas y tenía una aguja en su otra mano. El susto que me pegué cuando explotó esa cosa casi me hace escupir el corazón por la boca, por lo que tuve una reacción lenta a la cacería de dulces. Uno de los niños me pegó un codazo en la cara justo cuando había agarrado un puñado de caramelos y chupetines, por lo que los solté y otro niño los tomó. Al final todos se levantaron y yo me había quedado sin nada. Con un puchero en los labios y los ojos llenos de lágrimas salí corriendo para llorar escondida sentada en el suelo atrás de un sofá.
No sé cuánto tiempo estuve allí escondida, solo sé que alguien interrumpió mi llanto al tocar uno de mis hombros.

—«No me molestes» —susurré escondiendo mi cara entre mis brazos y piernas, ya que estaba hecha una bolita. No quería que nadie se viniera a burlar de mí por ser tan torpe y no haber tomado ni un solo caramelo.

—«No te iba a molestar, pero si no quieres que te comparta mis caramelos me voy a otro lado». —Esas últimas palabras captaron toda mi atención, obligándome a salir de mi escondite. Gateé sigilosamente.

—«¿Por qué? No eres mi amigo. No te conozco». —Fijé mi mirada en la suya, el niño frente a mí tendría uno o dos años más que yo; con unos ojos verdes y un cabello lleno de rizos castaños que me hicieron querer estirárselos para comprobar si volvían a enrollarse como tirabuzones.

Se encogió de hombros y se movió hacia un lado, la señora que me había tomado de la mano nos estaba mirando fijamente con cara de preocupación.

—«Mi mamá me dijo que si no te venía a hablar no me iba a comprar otro videojuego». —Volvió a ponerse frente a mí, tapando de nuevo la vista hacia el resto del mundo que nos rodeaba. Sorbió por la nariz antes de continuar hablando—. «Quiero el nuevo Mortal Kombat. ¿Lo conoces?»

¡Claro que lo conocía! Mi papá lo había comprado hacía poco tiempo para jugar con mi hermano mayor. Algunas veces me dejaban jugar con ellos y me daban un joystick, aunque por momentos no sabía cuál era mi personaje si solo había dos en la pantalla y nosotros éramos tres. Muy extraño.

Asentí con un movimiento de cabeza.

—«Sí, es súper genial». —Miré sus manos apretadas en un puño, los envoltorios de caramelos se podían ver entre sus dedos. Inhalé profundo y tomé una decisión—. «Te propongo un trato».

Pareció dudar unos segundos, sin embargo, me animó a continuar al asentir con la cabeza.

—«No me tienes que dar ningún caramelo, pero tienes que ser mi mejor amigo e invitarme a jugar a tu casa a los videojuegos. Sino le voy a decir a tu mamá que me dijiste enana fea» —dije con una sonrisa triunfante en los labios. Que inteligente era.

Chasqueó la lengua, pero luego soltó una risa que se me contagió. Se acomodó mejor para poder sentarse a mi lado en el suelo y aceptó diciendo: —«Está bien, pero sí es verdad que estás un poco enana».

No pude enojarme porque luego de ello comenzamos a hablar de un montón de juegos que conocíamos los dos y lo mucho que estos nos gustaban. No sé cuánto tiempo estuvimos allí sentados hablando y riendo mientras comíamos dulces; por que sí, al final me compartió su gran botín; hasta que uno de esos niños-mono nos interrumpió.



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En el texto hay: sentimientos, pensamientos, reflexiones

Editado: 06.02.2024

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