Lo veo bajarse del auto y venir a mi lado. Al llegar al andén estamos frente a una pequeña reja de color negro, Roberto me anima abrir y así lo hago, encontrando con un poco de dificultad la llave que corresponde. Una vez adentro visualizo un pequeño rosal a mi derecha y una casa de color blanco. Observo todo a mí alrededor y veo el estacionamiento, verjas de cemento con enredaderas de algún tipo de rosas y una pequeña fuente.
Hermoso.
Continuamos y al llegar a la puerta alzo la vista para deleitarme con la hermosa casa. No puedo dejar de observar todo con detalle. La puerta de madera negra, el piso de mármol. Todo.
Con temblor en las manos abro y entro a la sala, para encontrarme con un espacio amueblado y bien decorado. Continuo por el lugar y es aún mas hermosa por dentro que por fuera.
Una pequeña sala de estar, cuadros con paisajes del llano venezolano y otras imágenes de flores típicas del lugar. Lo que me llama la atención es que en la mayoría de la sala, hay jarrones de flores marchitas, cuento al menos diez jarrones y de el penden algunas flores con pétalos secos.
Continuó en silencio por el lugar, detallando todo, voy a la cocina, que es pequeña y acogedora. Detallo el granito y lo ordenada que está.
Nuestra casa.
Camino y al darme la vuelta encuentro a Roberto observándome.
-Es muy hermosa. Digo con la mayor sinceridad.
-Ha estado de lleno en este lugar. Cómo te dije al principio, temía que no te gustara. Pero se alegrará mucho al ver que te gusta.
-Me encanta.
-Li. Se que es fuerte lo que ambos están pasando, pero ese hombre te ama y daría su vida por ti. Que te lo digo yo, que tengo toda la vida conociéndolo.
-Ahora todo resulta muy confuso.
-Sé como te sientes, pero él no sabía nada de ti hasta el día del interrogatorio. Nunca se acercó por interés o porque estabas relacionada con el caso. Lo de ustedes fue el destino.
Miro a este hombre y quién es como un hermano para mi esposo y me siento tan confundida con todo lo que está pasando.
Estando en la cocina de la casa el timbre de su celular nos sobresalta.
-Es Vanessa. Indica mientras lleva su teléfono al oído.
Estoy alerta a cualquier expresión que refleje su rostro y me doy cuenta que he aguantado la respiración, hasta que una sonrisa aparece en su rostro.
-Vamos para allá. Dice y termina la llamada.
-¿Caín está bien?.
-Si. Le quitaron el respirador y respira por si solo.
-Gracias a Dios. Digo mientras lo abrazo.
-Debemos irnos. Y es así como ambos salimos del lugar rumbo al hospital.
Recuerdo las explicaciones de Vanesa con respecto al respirador artificial y en lo poco que logré entender fué que, por ahora lo importante es que al quitarlo el pudiese respirar por su cuenta.
En todo el camino hacia el hospital, voy orando para que se recupere pronto. Después de 15 minutos llegamos al estacionamiento y por recomendación de Roberto, cubro mi cabello de nuevo.
Ambos entramos al lugar y nos dirigimos al piso de arriba, cuando entramos Vanesa viene a nuestro encuentro.
-Ya lo pasaron a la habitación. Lo primordial en estas horas es que despierte y así saber cómo se encuentra.
-¿Puedo verlo?
-Claro, eres su esposa. Vamos.
Esta vez no nos cambiamos de ropa sino que avanzamos por el pasillo hasta que estamos frente a una habitación.
-Te dejaré a solas con el. Vendré dentro de poco.
-Gracias. Susurro y entro a la habitación.
Esta en comparación a la anterior es más luminosa, camino y encuentro a Caín tan tranquilo y sereno en su cama.
-Hola. Digo de nuevo como si fuese a escucharme.
-Roberto me mostró la casa y es muy hermosa. Solo pude ver la sala y cocina antes de que Vanesa llamara.
-... Tienes que ponerte bien. Digo mientras le tomo la mano.
Observo sus dedos y veo que en el anular lleva una sombra blanca de de donde normalmente va su anillo de bodas. Beso sus nudillos y agradezco a Dios por su avance. Cómo bien lo dijo Vanesa, las horas anteriores eran la más cruciales por su estado, y que respire sin ayuda de una máquina es un gran avance. No sé cuánto tiempo tengo hasta que oigo que Vanesa entra.
-Hola hermosa.
-¿Ya debo irme? Pregunto y por su cara sé que es así.
-No, pero debes comer un poco. Te necesitamos fuerte.
-Si. Digo porque tiene la razón.
-Vamos por un sándwich.
-Esta bien. Comeremos algo y volvemos rápido.
- Claro. Vamos.
Y es así, como ambas salimos y nos dirigimos a la cafetería. Nos inclinamos por otro batido de frutas y un sandwich, el mío sin jamón. Mientras estamos allí, oigo sobre la compra de casa y de cómo Caín la llamaba para consultar cosas como el color de la sala o la cocina.