Silvia le escribió a Jim en Año Nuevo.
Él respondió de inmediato.
Era obvio que volvería a escribirle cinco horas después, para felicitarla por el Año Nuevo californiano, y que ella estaría esperando para responder al instante como él había hecho.
Dos días después fue su fiesta de cumpleaños, y resultó una noche memorable. Silvia tenía tantos videos y fotografías para compartir con sus amigos, que se negó rotundamente a pasar horas subiendo todo dos veces, primero a Facebook y después al Hey, Jay!
Jim frunció el ceño al leer su mensaje con un enlace a Facebook.
Bárbara se estaba vistiendo para la inauguración de una galería de arte a la que los habían invitado esa noche, y Jim estimó que tenía tiempo de leer las obras completas de Shakespeare antes de que terminara de arreglarse.
—Estaré abajo —dijo saliendo de su dormitorio.
Tomó una cerveza y un armado y fue a sentarse junto a la piscina, en el deck que se abría a la playa un centenar de metros más allá. Se tomó su tiempo para ver cada foto y cada video.
Habían hecho la fiesta en un bar junto al lago, con más de cincuenta invitados de edades variadas, entre quince y sesenta, y Jim notó que los dos hermanos de Silvia estaban allí. Todos vestían disfraces medievales. Las mujeres llevaban vestidos largos, los hombres iban con mantos, botas altas, sayos y hasta cotas de malla. Muchos cargaban espadas verdaderas, hachas, arcos y flechas.
Silvia llevaba un vestido azul gris con un manto de la misma tela hasta los pies. Una diadema de plata le rodeaba la cabeza, manteniendo la capucha del manto en su lugar, con una gema azul en forma de lágrima entre sus cejas. Se veía radiante, tan feliz, sus ojos tan brillantes, esa sonrisa fresca que él recordaba, al borde de su risa cálida y animada.
Estaba hermosa.
A medianoche todos los invitados formaron un círculo para que ella bailara un vals con su primo. ¿Con una canción japonesa? Mierda, ¿podía ser más nerd? Varias parejas se sumaron para el siguiente vals, que ella bailó con un muchacho rubio de cabello largo y cota de malla. Al menos la canción era de David Bowie.
Luego todos se quitaron sus disfraces para bailar y beber y pasarla bien como gente normal hasta el amanecer. Entonces se dirigieron todos a la orilla del lago para ver salir el sol y brindar por última vez.
Jim asintió sonriendo y comentó:
“¡Vaya fiesta!”
“El mejor cumpleaños de mi vida.”
Su respuesta lo hizo volver a asentir. Suspiró sin dejar de sonreír. Le hubiera gustado estar allí, compartiendo ese momento con ella.
Las cosas volvieron a la normalidad después de las Fiestas y sus cumpleaños.
Con Mika de visita por sólo una semana, Silvia se tomó unos días en el trabajo y se fue de campamento con sus hermanos, su primo y varios amigos más. Trajo un millón de fotos para Jim de cosas que sabía que no le interesaban en lo más mínimo. Armó un álbum en el Hey, Jay! muerta de risa, lleno de glaciares, arroyos, bosques, fogatas, atardeceres, senderos de montaña.
Sin embargo, Jim miró cada foto que ella subió. Notó que parecía más delgada. Y no se veía mal en su top negro y sus calzas de algodón, suelto el cabello oscuro, descalza a mitad de camino entre la fogata y su tienda de campamento.
Como venganza por tanta naturaleza, comentó en esa foto: “Cuidado, estás casi sexy.”
Su respuesta lo hizo reír hasta las lágrimas. “Que te den, pendejo.”
Había terminado con Bárbara hacía pocos días, pero ni se le cruzó por la cabeza contárselo a Silvia. Si lo hubiera hecho, habría descubierto que ella había terminado con Guillermo el mismo día, casi a la misma hora.
Y Sean en Los Ángeles y Paola en Bariloche habrían advertido aquella sugestiva casualidad, y se habrían preguntado si tenía sentido señalarla. Pero la coincidencia nunca salió a la luz, y ellos se ahorraron una conversación que sus mejores amigos no querían tener.
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Editado: 15.08.2023