Las reservaciones eran en un exclusivo restaurante vegetariano, y Silvia y los Robinson sólo aceptaron quedarse, en vez de largarse al Mc Donald’s más cercano, cuando Jo les mostró que había algunos platos de carne blanca en el menú.
Sus mesas estaban en el segundo piso, que Deborah había solicitado que se mantuviera cerrado sólo para ellos. Ella y Tim llegaron con más de una docena de miembros del equipo técnico cuando ellos acababan de ordenar la cena, y aguardaron que los meseros les montaran una mesa larga para sentarse todos juntos.
La mente de Jo pareció convertirse en una cámara imaginaria, que quedó completamente cautivada por los amigos reunidos. Eran lo más interesante de observar en el sentido más inesperado. Luego del revuelo del reencuentro y la extraña actitud posesiva de Jim, ahora no se habían sentado lado a lado sino uno frente al otro, y se comportaban como si se hubieran visto por última vez hacía pocos días, no un año atrás.
De ese lado de la mesa, la conversación giraba en torno a temas cotidianos de la banda y los lugares donde habían tocado. Jim llevaba la voz cantante de la charla como siempre, y Silvia dejaba que su amiga respondiera las preguntas sobre la ciudad y el país, comportándose con discreta desenvoltura entre todos aquellos extraños como si los conociera de años.
Jo sabía que la comparación era exagerada, sin embargo, ver a Jim con Silvia durante la cena era como verlo con Sean. Tan parecidos y diferentes al mismo tiempo, tan unidos e independientes. No necesitaban hablar en susurros ni ponerse al día para alimentar el vínculo que los unía.
Luego de la cena se dirigieron todos al bar donde la productora local les había reservado el sector VIP. Pero la acera ya estaba atestada de fotógrafos y chicas excitadas con posters de la banda.
—Conozco un buen lugar —dijo Claudia.
Sus palabras pasaron de auto a auto y Deborah la hizo pasarse al suyo, porque no estaba dispuesta a ir a ciegas por la ciudad a la orden Hollywoodense de siga a ese auto.
Era temprano para las costumbres de Buenos Aires y el bar todavía estaba vacío. Deborah hizo que todos permanecieran en los vehículos mientras ella y Claudia entraban de avanzadilla. En pocos minutos los americanos copaban una esquina del bar. Deborah apostó a los guardaespaldas que trajera con ellos para mantener alejado a todo el mundo y se sentó con los demás a tomar un trago.
A pesar de todo, tan pronto el lugar empezó a llenarse, la gente empezó a reconocer a los músicos, que tuvieron que acercarse a firmar algunos autógrafos y tomarse fotos bajo la mirada adusta de los guardaespaldas.
Sam, el esposo de Deborah e ingeniero de sonido de la gira, era un lector ávido, y un comentario de Silvia la delató a sus oídos de conocedor. Pronto se habían engarzado en una animada conversación que parecía espantar a todo el que no fuera rata de biblioteca como ellos.
Sean, Walt y Tom no tardaron en regresar a sus mesas y a sus tragos, dejando que los dos galancitos de la banda pagaran el precio de la fama. El mayor de los Robinson se dejó caer en su silla junto a Jo y apuró su cerveza. Siguió la mirada de Jo, viendo a Sam, Silvia y un par más discutiendo los límites que separaban la fantasía de la ciencia ficción.
Sean sabía que su novia acallaba una multitud de preguntas sobre Jim y Silvia, especialmente la forma en que ella se las componía para mantener a Jim a distancia segura. Sean sabía que eso no duraría. Jim no lo permitiría. Ella había ocupado el único lugar que él le dejara, recibiéndola entre las piernas de otra mujer, y Sean respetaba su presencia de ánimo para jugar el papel de amiga como si nada. Pero Jim no iba a aceptarlo.
No importaba qué lo trajera a Buenos Aires, Jim sentía que había cruzado el mundo para verla, y esperaría que ella actuara acorde. Y si no obtenía la respuesta que quería, la forzaría. Silvia tendría que dejar bien claro cuán importante era Jim para ella. De acuerdo a la experiencia de Sean, tenía unas dos horas para hacerlo, o se vería obligada a enfrentar pruebas más duras que la chica en el bar del hotel. Jim llevaría la situación al límite como solía, y Sean ignoraba cómo acabaría todo. Bien, de acuerdo a las estadísticas, solía acabar con las mujeres llorando, gritando y arrojándole cosas en la cara a Jim.
Su hermano había insistido desde el principio en que esta mujer era distinta. ¿Qué era lo que había dicho en Dakota del Norte? Fuego y acero como tú y yo. Antes que la noche tocara a su fin descubrirían cuán acertadas habían sido esas palabras.
Deborah parecía tener un infrarrojo para saber cuándo Jim estaba a punto de estallar. Esa noche, ordenó a los guardaespaldas que bloquearan el acceso de la gente a él un minuto antes de que Jim matara a un fan, o a ella. Los guardaespaldas se adelantaron para cubrir su retirada y ya no permitieron que nadie más se acercara.
El debate de fantasía versus ciencia ficción se había expandido a películas y series de televisión, atrayendo más nerds a la mesa donde Sam y Silvia seguían sentados, hasta que dos tercios de los norteamericanos la rodeaban, participando en la discusión.
Jim ni se molestó por aproximarse. Pidió un bourbon y se sentó en la silla libre que halló junto a Jo.
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Editado: 15.08.2023