El área detrás del escenario se convirtió en una colmena febril de técnicos, asistentes, personal de seguridad, reporteros, visitantes distinguidos. Los músicos ya se habían retirado al trailer a aguardar el momento de salir a tocar.
Jo había rescatado a Silvia y a Claudia de aquel gentío y las había llevado a un rincón tranquilo al costado del escenario, desde donde podrían ver el concierto sin que nadie las molestara. Pero las argentinas se negaron rotundamente a permanecer allí. Sus amigos se habían adueñado de la mejor posición en todo el estadio, contra la valla directamente frente al micrófono de Jim, y ellas se proponían unírseles. Jo argumentó que las cosas podían ponerse muy agitadas tan adelante en el campo, y corrían el riesgo de salir magulladas.
—Bien, sí, es un concierto de rock, no una ópera —replicó Silvia muy tranquila.
Acabaron haciendo confesar a la americana que no había visto a No Return en vivo con el público desde que dejaran de tocar en bares, dos o tres siglos atrás, y la convencieron de ir con ellas al campo.
Cinco minutos antes de que comenzara el concierto, Deborah vio venir a Ron corriendo con cara de haber visto un fantasma. El asistente no le dio tiempo de hacer preguntas y la llevó apresurado a un punto de observación estratégico. Deborah sintió que le bajaba la presión al reconocer a Jo, Silvia y Claudia en primera fila contra la valla. Buscó al encargado de seguridad, le señaló las tres mujeres y le dejó claro que respondía por el bienestar de las tres con su vida.
Pronto los tambores de Sean sonaron desde el escenario en sombras, un latido complejo que despertó a la multitud y la hizo gritar y revolverse. Y conforme el ritmo sostenido se hacía más intenso, Jim salió a escena, una figura rutilante envuelta en luz que se adelantó a pararse al borde del escenario. La multitud enloqueció cuando se detuvo con los brazos abiertos en cruz, estático, la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados.
Era el momento de reunir sus fuerzas y permitir que aquella horda famélica le arrebatara todo. El momento de sumergirse en aquel torbellino arrollador de energía y no guardarse nada.
Tras él, No Return desató el huracán de su música.
Jim las descubrió por azar, cuando saltó del escenario para trepar a la valla como solía, encaramándose allí en precario equilibrio sostenido por el mismo público, estrechando manos mientras cantaba. Y allí estaba Silvia, una más en la multitud, los ojos alzados hacia él con una gran sonrisa, cantando a todo pulmón como los demás. A su lado encontró a Jo, que lo miraba boquiabierta como si fuera la primera vez en su vida que lo veía. Y en cierto sentido así era.
Sean urdió un complicado rosario de maldiciones al enterarse que su Jo estaba allí abajo, rodeada de fans enardecidos y expuesta a toda clase de peligros inimaginables. Se resistía a contentarse con las promesas de Deborah, que aseguraba que el personal de seguridad sacaría a Jo a la primera señal de riesgo, pero dos canciones después ya no recordaba haberse preocupado siquiera. La respuesta de la gente era increíble, empujando a los músicos a dar más y más, absorbidos en cuerpo y alma por aquel show épico.
El estadio pareció a punto de colapsar cuando tocaron Enemy. Jim hizo cantar a la gente hasta desgañitarse y buscó a Silvia con curiosidad, para ver cómo tomaba la versión normal de aquella canción. Ella cantaba con el resto del público, como la viera hacer en cada canción, dejando claro que comprendía bien la diferencia entre aquel momento de locura con el hit obligado, y la emoción de la versión acústica.
La multitud saludó con entusiasmo el principio de Break Free y cantó con las manos en alto, meciéndose suavemente. A pesar de que Silvia se lo había anticipado, a Jim no dejaba de sorprenderlo que tantos miles de personas que hablaban otro idioma cantaran todas sus canciones en inglés de principio a fin. Lo acompañaron en las dos primeras estrofas y el puente, demasiado ocupados tratando de hacerse escuchar para prestar atención a la letra.
Jim comenzó el estribillo y extendió el brazo con el micrófono hacia la gente, que cantó en su inglés de academia, tan correcto, tan prolijo. Lo sacaba de quicio escucharlos repetir sus palabras como idiotas, sin darse cuenta lo que decían. Los odiaba y los amaba. Los necesitaba tanto como los detestaba. Sentía el calor de esa rabia colmarle el pecho y sabía que no duraría más que unos minutos, hasta que volviera a ansiar verlos gritar y saltar y tender sus manos implorantes hacia él. Inclinó la cabeza, dejándolos destrozar sus palabras por amor e ignorancia, bendiciéndolos y maldiciéndolos.
Y en aquel mar de caras alzadas hacia él, sus ojos buscaron a Silvia. Había cruzado los brazos en torno a la valla para que nadie pudiera apartarla de su lugar. Lo contemplaba con fijeza a pesar de la luz enceguecedora que caía sobre ella desde el escenario. Sus labios se movían como si rezara, indiferente a las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
Me retuerce las tripas cada vez que la escucho.
Lo había dicho la noche que se conocieran, luego de tocarla en la guitarra que ahora lo aguardaba al costado del escenario.
Le costó apartar la vista de ella para seguir cantando.
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Editado: 15.08.2023