Silvia se entretuvo ayudando a Lorna a acomodar al resto del equipo en una hostería a pocas calles del sanatorio. De regreso a la habitación de Jo, hallaron a Deborah sentada en su cama, la laptop abierta sobre sus piernas y hablando por teléfono, abocada a encontrar transporte sanitario aéreo para trasladar a Sean y Sam de regreso a Los Ángeles lo antes posible.
Ron llegó con la enfermera que traía la cena de las pacientes en observación. Les comentó sobre la vigilia de la multitud de fans a las puertas del sanatorio y el creciente número de reporteros, tanto locales como de otros países. Tim y el director del sanatorio habían dado una pequeña conferencia de prensa, pero no habían sido demasiado efectivos. Nadie había visto a los músicos desde el accidente, y los rumores sobre muertes crecían en los reportes y corrían como fuego por todo el mundo gracias a internet. El hashtag “RIP No Return” estaba a punto de hacerse tendencia en Twitter.
—Le pedí a Jim que bajara con Tim y casi me rompe la nariz —concluyó con una mueca de impotencia.
Silvia advirtió que todos se volvían hacia ella, y frunció el ceño cuando Deborah le dirigió una sonrisa que intentaba ser simpática.
—Trataré de convencerlo —suspiró—. Pero no puede mostrarse como está, con su ropa sucia y manchada de sangre. Ya bastante van a hablar de sus vendajes.
—¿Recuperaste nuestro equipaje del ómnibus? —preguntó Deborah volviéndose hacia Ron.
—Sí, lo envié a la hostería. Iré a buscar el suyo.
Jim apenas se había movido desde que se sentara junto a la cama de Sean. Alzó la vista cuando se abrió la puerta, listo para echar a Ron a puntapiés, y se relajó al ver que era Silvia.
Ella rodeó la cama para ir a acuclillarse frente a él.
—¿Cómo está? —inquirió en voz baja.
Jim se encogió de hombros. —Vivo, digamos.
—Oye, Jay, están corriendo muchos rumores sobre tu muerte.
—Ron te envió.
—Yo me ofrecí. Vi a tus fans llorando y rezando afuera, y sé cómo deben sentirse tus seguidores en todo el mundo, con tantos rumores horribles y nada que los desmienta.
Jim respiró hondo, a punto de negarse, y acabó asintiendo. Se incorporó y se aproximó a la cama. Sean aún dormía. En el pasillo, bajó la vista hacia sus ropas e hizo una mueca.
—No puedo bajar así.
—Lo sé —asintió Silvia—. Ron fue por tu equipaje. Puedes lavarte en los baños pasando la estación de enfermeras. ¿Precisas ayuda?
Él logró esbozar una sonrisita que la hizo reír por lo bajo. —Si no estuviera tan dolorido —susurró, tocándole la punta de la nariz—. Bien, ¿adónde tengo que ir?
—Ven, te mostraré.
Silvia se estremeció cuando Jim tomó su mano para dirigirse con ella hacia los baños. Hicieron una breve parada en la habitación donde Walt y Liam maldecían la cena de hospital, mientras Tom se comía sus gelatinas muy contento.
—Puedo lavarme aquí —terció Jim.
—Muy bien, iré por tu ropa.
—Y comida de verdad, por favor —suplicó Walt.
—Sí, estoy hambriento —agregó Liam.
—Yo también —coincidió Jim.
—Compórtense y veré qué puedo hacer —replicó Silvia—. Regreso enseguida.
Había notado la forma en que una enfermera muy joven mirara a Jim cuando pasaran frente a la estación, y decidió probar suerte. Había acertado, la chica era fan de No Return, y para mejor, trabajaba en el turno de la noche. A Silvia le costó unos diez segundos que la chica aceptara cambiar los vendajes de Jim en la habitación de los músicos.
En el cuarto de Deborah, Ron la recibió con una prolija pila de ropa limpia. Silvia lo enfrentó ceñuda al ver el pantalón de vestir y la fina camisa blanca.
—¿Qué es esto? ¿No ibas a traer la ropa de Jim?
Ron procuró ignorar las risitas burlonas de Deborah y Jo, que parecían gritar “te lo dije”. —Aún no traen todo el equipaje —arguyó.
—Tan pronto tengas su bolso, tráelo a la habitación de Walt, por favor.
—¿Significa que aceptó hablar con la prensa? —preguntó Deborah.
Silvia asintió encogiéndose de hombros y se marchó.
—¿Cómo hace? —murmuró Deborah con genuina curiosidad.
Jo le obsequió una sonrisa irónica. —Jim sabe que ella jamás le pediría nada para sí misma o sin motivo.
Poco después Silvia volvía a entrar a la habitación de los músicos, seguida por la enfermera con su carrito de vendas y cremas. La pobre chica estuvo a punto de desmayarse al ver a Jim salir del baño sin más prenda que una toalla en torno a sus caderas. La mirada fulgurante de Silvia acalló la risa de los otros tres, machos sin imaginación, porque ella recordaba bien lo que había experimentado la primera vez que viera a Jim así.
Él fingió no advertir la forma en que la chica había enrojecido, agitada, y enfrentó a Silvia alzando las cejas.
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Editado: 15.08.2023