No planeaban quedarse hasta tarde, pero no podían irse mientras los invitados famosos aún seguían llegando. Privado de su habitual cómplice, Liam se halló solo para lidiar con tantas chicas lindas. Sean y Walt hablaban de autos como si discutieran un plan para dominar el mundo, y Jim conversaba con un par de actores y personajes de televisión que Silvia jamás había oído nombrar, de modo que ella, Jo y Tom decidieron ir a bailar un poco.
Jim le sujetó la mano cuando pasó a su lado, deteniéndola.
—¿Ya me abandonas, mujer? —le preguntó al oído.
—Ya quisieras. Estaremos en la pista.
—Iré en un momento.
Jim se quedó mirándola alejarse hacia la pista de baile, y tomó nota mental de cada cara que la observaba con ojos venenosos antes de volverse hacia él llenos de reproches. Pocos minutos después se disculpó con sus conocidos para ir al baño, con intenciones de procurarse luego más champagne e ir a reunirse con Silvia.
Era ese momento de la noche en que todo el mundo ya había pasado por el baño a cerciorarse que se veían bien, y aún no habían bebido lo suficiente para necesitar regresar. Halló sólo dos muchachos en el baño de hombres, y quedó solo cuando se lavaba las manos.
El sonido inconfundible de tacones de mujer en el suelo de cerámicos lo hizo alzar la vista hacia el espejo. Una chica con un cuerpo escultural en un brevísimo vestido blando se había escabullido dentro de los baños y trababa la puerta.
—¿Serena? —dijo sorprendido, girando para enfrentarla.
La chica lo enfrentó con una sonrisa traviesa. Un instante después lo tenía acorralado contra la pared junto a los lavabos, sus labios separando los de Jim para hacer lugar a su lengua, sus manos guiando las de Jim hacia su trasero.
Jim había salido con Serena un mes el año anterior, cuando rompiera con Bárbara. Hasta que Serena decidiera que los cazadores de fantasmas eran más atractivos y notorios que los músicos de rock. No que culpara a Brandon por salir con ella: habían compartido demasiadas chicas para que afectara su amistad.
Algún genio de la cirugía plástica la había moldeado en la forma exacta para enloquecer a Jim en cuestión de segundos, y siempre había esperado volver a encontrarla sola. Pero Serena nunca estaba sola. Hasta esa noche.
Ahora sentía contra su pecho aquellos frutos redondos y firmes que el escote apenas lograba cubrir, y sus manos sujetaban ese trasero generoso y firme que la falda del vestido intentaba cubrir, y aquellos labios perfectos que resbalaban por su cuello. Tal como él había deseado tantas veces.
Giró con ella, alzándola para sentarla en el borde de los lavabos y pararse entre sus piernas. Logró interrumpir su beso para enfrentarla agitado, sus manos deslizándose por los muslos suaves y torneados, alzándole el vestido.
—Ahí estás —susurró Serena satisfecha.
—Hola, Serena —replicó Jim en el mismo tono, devolviéndole la sonrisita.
Hubiera querido reírsele en la cara. Hubiera querido apartarla de un empellón y marcharse. Hubiera querido arrancarle el vestido y echársela allí mismo.
Las piernas perfectas de Serena le rodearon la cintura y su mano de pedicura le sujetó el cabello, atrayéndolo hacia ella. Jim se detuvo antes de volver a besarla, obligándola a inclinarse para intentar alcanzar sus labios.
—¿De pronto te acordaste de mí, querida? —ronroneó Jim, un mundo de promesas en su mirada.
—¿Crees que no advertí cómo sigues buscándome? Pues aquí estoy. —Serena guió la mano de Jim a su entrepierna.
Los dedos de Jim se escabulleron dentro de la ropa interior de la chica, que cerró los ojos conteniendo el aliento.
—Sabía que no te perderías esto por ese espantapájaros de oferta —resolló—. ¿Dónde la hallaste? ¿Ahora te dedicas a la caridad?
—Tal parece —susurró Jim, arrancándole un gemido ahogado.
Serena intentó volver a besarlo pero él retrocedió, aunque demoró un momento más en apartar la mano de entre sus piernas. La chica lo enfrentó sin ocultar su desconcierto.
—Suficiente caridad por hoy, querida.
Serena lo enfrentó como si la hubiera abofeteado y bajó del frío mármol de un salto. —¿Qué te ha picado? Sé que aún me deseas.
Fue el turno de Jim de sujetarle la mano y guiarla a su entrepierna.
—¿Tú qué crees?
La chica liberó su mano de un tirón y retrocedió, enrojeciendo de furia y vergüenza. Jim le obsequió una sonrisa burlona, alejándose otro paso de ella. Serena le dirigió una mirada furibunda que prometía venganza, dio media vuelta y salió azotando la puerta.
Jim resopló al girar para volver a lavarse las manos. Mejor que se reuniera con Silvia antes que alguien se pusiera desagradable con ella.
—El cuello, bastardo.
Alzó la vista sorprendido y vio que su hermano acababa de entrar. Sean le dio la espalda mientras Jim se frotaba el cuello para quitarse las huellas del lápiz labial de Serena. Sean estuvo pronto a su lado, y se lavó las manos observándolo en el espejo.
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Editado: 15.08.2023