Silvia estuvo a punto de perder su vuelo, absorta contemplando aquel diminuto objeto en la mesa frente a ella.
¿Cómo diablos había llegado allí?
Un anillo de oro blanco con un pequeño diamante.
¡Una alianza de compromiso!
¡Ese maldito cobarde! ¡Arrojárselo así, desde una distancia segura, antes de huir despavorido!
Pero no importaba cómo, Jim se lo había dado.
Era de mi madre, había dicho.
Tráemelo de regreso, había dicho.
Tuvo suerte de que alguna porción de su cerebro registrara la última llamada para embarcar. Se incorporó sobresaltada, y estaba por apresurarse hacia su puerta cuando sintió un tirón, como una correa al cuello deteniéndola. Giró hacia la mesa y le lanzó una mirada fulgurante a la cosa que casi había olvidado en su prisa.
—Si serás… —gruñó.
Al volver a tomar la cosa se dio cuenta lo pequeña y liviana que era. Mierda. Pasaría todo el próximo mes obsesionada por el miedo a perderla.
De camino a la puerta se preguntó cómo podría mantenerla segura. Una cadenilla en su cuello era una buena opción, sólo que no traía ninguna. Y ahora que lo pensaba, podían arrancársela de un tirón en cualquier momento, en la calle, en el autobús. Entonces se le ocurrió que tenía diez opciones para tener la cosa a la vista, y cerciorarse que estaba bien y segura en cualquier momento. Recorrió la manga hacia el avión con la vista fija al frente, probando la cosa en las diez opciones.
Las palabras que brotaron de sus labios no hubieran debido tener como destinatario al hombre que amaba. Pero Jim no había cambiado su asiento de primera clase a ejecutiva como ella le había pedido. Y el único lugar donde la cosa calzaba como hecha a medida era su dedo anular izquierdo.
Declinó el champagne que le ofrecían sintiendo oleadas de frío y calor por todo su cuerpo.
Durante el largo vuelo tuvo tiempo de sobra para acostumbrarse a la leve presión en torno a su dedo, girando la cosa, rozándola, mirándola. Para cuando aterrizó en Ezeiza, estaba segura de que la cosa estaba a salvo donde estaba y casi había olvidado su presencia.
Tal como en su viaje anterior a Estados Unidos, dos años atrás, Juan la esperaba en el aeropuerto. De camino al departamento que compartía con Rob, Juan comentó que habían invitado a Mika y Lorena a cenar y…
—¿Qué es eso?
La brusquedad con que se interrumpió Juan obligó a Silvia a alzar la vista del cigarrillo que intentaba encender, al borde de una crisis de abstinencia después de más de doce horas sin fumar.
—¿Qué es qué?
—Eso. En tu dedo.
—Ah, un anillo.
—Estoy familiarizado con el concepto. No sé, quizá miro muchas películas, pero ese anillo en particular se ve comprometedor.
Silvia extendió su mano, ladeando la cabeza para estudiar la cosa.
—¿Te parece?
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Editado: 15.08.2023