La puerta del apartamento se abrió y Reil entró apresurado al piso. Se palpaba los bolsillos y murmuraba entre dientes alterado y apresurado.
No pude evitar reír. Cada vez que tenía que salir de viaje era lo mismo. Daba vueltas por todo el apartamento con una expresión de concentración en el rostro, como pensando y repasando que todo estuviera en orden, mascullando entre dientes e ignorando a quien estuviera en la misma habitación.
Tomando el control remoto, silencié el programa que estaba viendo y clavé mis ojos en él, quien ahora estaba repitiendo en voz alta lo que debía hacer; una manía suya.
—¿A qué hora sale tu vuelo? —inquirí. Mi amigo parpadeó al escucharme, como si no se hubiera percatado de mi presencia ahí hasta que hablé.
—En… —miró la hora en su celular y maldijo entre dientes—. En poco más de una hora y media, y debo estar en el aeropuerto una hora antes.
Lo vi cruzar el pasillo a grandes zancadas y cerrar su habitación de un portazo. Reil podía ponerse de mal humor cuando las cosas no iban como quería. Volví mi atención a la televisión, sabiendo que no podía hacer nada por él, y comencé a pensar en la semana que me esperaba en un par de días. No era lo que había estado buscando cuando me gradué, pero había sido una gran propuesta y no pude rechazarla. No todos tenían un trabajo bien remunerado haciendo lo que habían estado estudiando justo después de graduarse. Se podía decir que yo era afortunado.
Algunos minutos después, Reil salió de su cuarto mientras hablaba con alguien por teléfono, arrastrando una maleta tras de sí y con una mochila colgando del hombro.
—Ahora sí, me voy —informó cuando cortó la llamada—. No espero durar más de diez días, así que estaré de vuelta para pagar mi parte del alquiler.
—Sabes que no me importa pagarlo completo —dije encogiéndome de hombros, y no mentía al decirlo.
Yo lo había estado pagando por mí mismo antes de conocer a Reil, durante la universidad. Cuando lo conocí por medio de una compañera, él estaba desempleado y acababa de llegar a la ciudad; no tenía dónde quedarse así que no dudé en ofrecerle la habitación extra. Él aceptó agradecido... y el resto es historia.
Él consiguió un empleo poco después en una agencia de modelaje, así que comenzó a ayudar con los gastos necesarios para el departamento; de repente su arte —así lo llamaba él— se hizo bastante reconocido, por lo que debía ir de aquí para allá a hacer uno que otro trabajo. El dinero ya no era un problema para Reil, y solía decir que había sido gracias a que le eché una mano cuando más lo había necesitado.
Revisó algo en su celular y asintió haciendo una mueca. Dudaba de que me estuviera prestando atención en ese momento, pero me sorprendí al darme cuenta de que sí lo hacía.
—Sí, lo sé, pero ese no fue el acuerdo al que llegamos —guardó su teléfono en el bolsillo de su pantalón y clavó sus ojos en el televisor—. El lunes empiezas a dar clases, ¿no?
—Ajá.
—Buena suerte entonces. Trata de no ligarte a ninguna estudiante —se rio de su propio chiste y sacudí la cabeza reprimiendo una sonrisa—. Oh, por cierto, Ross se muda a nuestro edificio. ¿Le echas un ojo por mí?
—¿Tu dizque amiga? —pregunté burlón.
Reil solía decir que esa chica era solo una amiga, pero yo lo conocía bien. Él no se interesaba en cualquiera ni ayudaba a nadie que no le proporcionara algún beneficio a cambio. Estaba casi completamente seguro de que era su amiga con derechos, pero él se empeñaba en negarlo una y otra vez.
Su semblante se volvió serio al escuchar mi burla y supe que venía uno de sus discursos a continuación.
—Con ella no es así —murmuró—, ella es…
—Especial. Diferente y todo eso. Sí, ya lo he oído antes —la divertida incredulidad en mi tono era bastante notoria.
—Me creas o no, así es —acomodó el tirante de la mochila sobre su hombro y abrió la puerta. Parecía molesto, protector tal vez—. Ha pasado por mucho y necesita amigos. ¿Me harías el favor de presentarte si la ves este fin de semana? No te matará saludarla y echarle una mano con su mudanza si ves que la necesita.
Hice una mueca por su petición y suspiré pasando una mano por mi mandíbula.
—Este fin de semana no estaré —confesé. Había quedado en que ayudaría a mi hermana a planear una sorpresa para nuestros padres por sus bodas de plata.
Veinticinco años de casados no los cumplían todas las parejas, y menos en los tiempos que vivíamos, donde los matrimonios eran meros convenios. Ahora el mundo era un lugar donde las relaciones parecían desecharse en vez de ser arregladas, donde las promesas parecían ser insignificantes y fácilmente olvidadas, donde el amor parecía tener fecha de caducidad.
—Ni modo entonces. Igual creo que empieza sus clases el lunes. Capaz y te toca ser su maestro —dijo sonriendo como si supiera un secreto que yo no y lo encontrara divertido.
—Capaz y sí. ¿Cómo dijiste que era?
—Alta, bonita... La reconocerás en cuanto la veas, créeme. Tiene pinta de modelo.
Hizo un movimiento con sus manos, como refiriéndose a un reloj de arena, y sonreí de medio lado. Luego decía y quería hacerme creer que no tenía nada con ella, que no sentía nada más por ella que amistad.
Atracción, por lo menos de su parte, sí había.
—Porque es una —señalé.
—Bueno, sí. Pero ella… ¡Bah! Olvídalo. Te darás cuenta por ti mismo —sacó el celular para checar la hora una vez más y se apresuró a salir—. Maldición, ya se me hizo tarde. ¡Nos vemos!
—¡Suerte! —grité, esperando que hubiera alcanzado a oírme.
Me dejé caer sobre el respaldo del sofá y exhalé cuando la calma se hizo presente en la habitación. A pesar de que Reil era un gran amigo, apreciaba más la soledad y el silencio. Siempre había sido un chico solitario y eso era algo que no había cambiado con el paso de los años, a diferencia de mi apariencia.
Cerré los ojos, disfruté unos minutos de la tranquilidad en casa, y entonces me acordé que debía ir al gimnasio, que desde hacía algunos años se había vuelto parte de mi rutina. Por nada del mundo iba a volver a ser aquel tipo relleno del que todos se mofaban.