Sinfonía del amor.

Capítulo 3.- El taller de música y... ¿un pianista atractivo?

Miré de nuevo hacia el interior del edificio con algo de miedo. No podía creer que estuviera ahí, de pie, frente al taller de música. El edificio era de tres pisos. Por fuera era color crema, con las ventanas de madera muy bien cuidadas y barnizadas -adornadas por algunas plantas- y una enorme puerta abierta. Tomé aire y me adentré en el edificio. Tenía un enorme recibidor con una mujer -no más de treinta años, deduje yo- atendiendo en él. Pregunté por mi taller y di mis datos, ella indicó que mi salón estaba en el segundo piso y que era la primera en llegar.

¡Genial! Tiempo de soledad.

Subí las hermosas escaleras rojas que daban hacia el segundo piso, observando que todas las paredes tenían cuadros y pinturas muy coloridas. En su mayoría eran paisajes europeos. Caminé por un largo pasillo hasta el final. Toqué a la puerta. Nadie respondió. Decidida, tomé la perilla y la empujé para entrar en un salón de paredes blancas, una ventana que daba hacia la calle principal, un pequeño escenario en el que yacía un piano con aspecto rústico y un montón de sillas acomodadas.

Bien... ¿y ahora qué hago?

Esperar, supongo.

Me senté en el primer escalón del escenario y comencé a pensar en lo nerviosa que estaba. El estómago se me estaba revolviendo, sentía comezón en todo el cuerpo y mi corazón empezaba a acelerarse. Como era de esperarse mi cerebro comenzó a trabajar de manera paranoica y comenzó con sus preguntas. ¿Y si me piden que cante?, ¿Y si no me sale bien? No calenté la voz. ¡Ni siquiera se calentar!, ¿Y si desafino enfrente de todos? Esto fue una mala idea. ¿Debería irme antes de que lleguen? Si, definitivamente.

Me levanté ya con la respiración acelerada y caminé a paso rápido hacia la puerta, pero en eso esta se abrió mostrándome a un chico de cabellera roja y una amplia sonrisa. En cuanto me vio su ceño se frunció y sonrió un poco más.

— ¡Madd!, ¡Qué sorpresa!, ¿Vienes al taller?

Me quedé congelada, sin saber qué responderle.

— Pues sí, venía. Pero ya me voy.

Traté de pasar por un lado suyo, pero Eduardo se atravesó.

— ¿Por qué?, ¿Pasó algo?

— No, es solo que... Estoy nerviosa y no me siento bien.

— Cálmate, no pasa nada, es normal en el primer día —Sonrió cálidamente— ¿O hay algo más? Puedes ser honesta conmigo, no se lo diré a nadie.

Pensé por un momento si debía decírselo. No mantenía una gran amistad con él pero siempre se me hizo una muy buena persona y alguien en quien podía confiar.

— No quiero cantar y equivocarme en público — Confesé.

Creí que se burlaría, que diría que soy patética y me ignoraría, pero hizo todo lo contrario. Puso una mano sobre mi hombro y dio un par de caricias en él.

— No te preocupes, aquí nadie se burla de nadie. Todos tenemos derecho a equivocarnos, crear, hacer y deshacer a nuestro antojo. No tienes de qué preocuparte.

— ¿En serio? —Pregunté esperanzada.

¿De verdad era posible que existiera un lugar así en el mundo?, ¿O es que solo yo creía que en cualquier lugar iba a ser juzgada hiciera lo que hiciese? Si de verdad el lugar era como Eduardo lo pintaba, entonces para mí era el mismísimo paraíso.

— Por supuesto. Además... creo que el pianista te puede interesar —Comentó con una sonrisa.

Lo miré con el ceño fruncido.

— Le gusta mucho leer, y adora la música, ¿Quién sabe? A lo mejor y terminan haciéndose amigos.

Negué con la cabeza algo disgustada. Yo no era muy buena haciendo amigos, ni tenía interés en hacerlos. Y mucho menos me interesaba hablar con el dichoso pianista.

El celular de Eduardo vibró y él lo sacó rápidamente del bolsillo. Sonrió y se dio la vuelta.

— Quédate aquí, vuelvo enseguida —Me dijo antes de perderse por la escalera.

Volví a mi lugar en el escenario. Supuse que irme sería como romper la promesa que les hice a mis padres de intentarlo por un mes. Después de todo, si hacía el ridículo, podría irme y nadie volvería a saber de mí, ¿verdad?

A menos que vaya a la escuela contigo, porque en ese caso...

¡¿Te quieres callar?!, Estoy tratando de calmar mis nervios.

Bien...

A lo lejos, tal vez en alguna casa, se escuchaba levemente la melodía de una canción. Era "All I want", de Olivia Rodrigo. Adoraba esa canción, su letra describía a la perfección mi relación con los personajes literarios y la obsesión que tenía por encontrar alguien que cumpliera mis expectativas. Empecé a tararear la canción mientras movía mi cuerpo de un lado a otro con los ojos cerrados. Sin darme cuenta ya la estaba cantando, estaba tan adentrada en la letra, en la melodía, la voz de la cantante, mi voz, una tercera voz, una masculina:

— And all I want is for that to be okay...

Abrí los ojos sorprendida y lo primero que vi fue a tres hombres parados en la puerta. El primero era Eduardo; el segundo era un chico de cabello negro, con facciones muy parecidas a las de Eduardo. Y el tercero era un hombre mayor, de cabello castaño claro que miraba directamente a un punto junto a mí. No, por favor, no...

Mis mejillas estaban rojas y muy calientes. Giré lentamente mi cabeza, encontrando un cuarto chico. Sus ojos chocaron con los míos y me perdí en las profundidades de un verde vivo y casi amarillo. Él me estaba sonriendo de lado. El mundo es tan pequeño que te puedes encontrar en el mismo lugar con quien menos te lo esperas. Y eso lo estoy comprobando yo justo ahora con un chico que por cierto, está a solo centímetros de mí.

Ja, ja...Esto es karma.

— Y he ahí al pianista —Escuché decir a Eduardo.

¿El pianista?, ¿Él era el pianista? Mi boca se abrió por la sorpresa. Quise moverme, pero no pude. El chico solo se quedó mirándome con una sonrisa. Mi corazón comenzó a latir descontroladamente.

— Tú. —Logre mencionar.

— Hola, hermosa.



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En el texto hay: humor, musica, strangerstolovers

Editado: 16.11.2024

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