No creo que a Darío le fastidie que usemos su laptop para investigar nuestra vida pasada, tal vez le moleste un poco que entremos a su habitación para usar su máquina, pero nada que no se pueda arreglar con una mirada de cachorrito regañado. No podemos esperar a que Darío llegue para pedirle permiso, porque las ansias de conocer la vida pasada de Christopher son más grandes que cualquier rabieta del científico surfista. Así que decido confiar en lo dicho por Chris —que Darío está practicando y no regresará hoy—, lo agarro de una mano y me lo llevo a la recámara de Darío, cabe recalcar: solo con intenciones de fisgonear en la laptop ajena.
Al entrar a la habitación de Darío, ambos nos vamos hacia el escritorio de madera blanca donde está conectada la laptop, Chris jala la silla y me hace señas para que yo tome asiento, pero le niego con la cabella repetidas veces, porque tengo cero experiencias en estas cosas tecnológicas, así que le respondo haciendo las mismas señas con las manos para que sea él quien tome asiento.
Chris toma asiento, levanta la pantalla de la laptop y la enciende. Luego de que la computadora termina de iniciarse, le veo navegar con el mouse hasta donde está el icono del explorador de Internet. La página de búsqueda termina de cargar e inmediatamente Chris introduce el nombre que estamos investigando: Ernesto Escobar Miranda.
—¡Oh, por Dios! —grito y me tapo la boca luego de leer aquellos primeros títulos que se muestran en la búsqueda.
«¡Despedida a lo grande! Así fue el funeral del famosísimo comediante de la pantalla grande, el actor Ernesto Escobar Mirada», es lo que se lee en el primer título en la búsqueda; al parecer, esta es la noticia más reciente referente a Ernesto.
Christopher se queda inmóvil frente a la laptop, el temblor que noto es sus dedos me deja claro lo asustado que está. ¿Qué podría significar esto? Yo necesito más información, todo lo que Christopher había soñado parecía encajar con este actor fallecido, ahora queda saber la causa de su muerte. Así que pongo mi mano sobre su hombro y sacudo para que vuelva en sí, para que le de click a ese vínculo.
Al ingresar al artículo, empiezo a leerle en voz alta, porque presiento que la mente de Chris está muy abrumada como para comprender cualquier cosa que se ponga a leer.
—Ha sido María Paredes, compañera y amiga de Ernesto Escobar la que ha resumido en un gesto la despedida al actor, fallecido este miércoles en el centro de la ciudad: con el puño en alto, la sonrisa nostálgica, el orgullo de haberle conocido y el recuerdo de los maravillosos momentos vividos junto a él, dentro y fuera de escena. —Fijo mi atención en los ojos de Chris, los tiene apretados, como si estuviera resistiendo dolor, los ha mantenido así desde que escuchó el nombre de aquella mujer—… ¿Te sientes bien?
—Sí… sí, continúa.
Ambos volvemos a centrarnos en la noticia reflejada en la pantalla.
—La despedida se dio en el Teatro Nacional, sobre un escenario lleno de flores y frente a una pantalla gigante donde se proyectaban continuamente imágenes del actor.
» Hubo un largo momento lleno de aplausos para despedir al féretro, con cientos de personas, familiares y amigos dentro del teatro, y otro ciento de admiradores en la calle, sobre todo, que no querían irse sin antes ver salir y despedir al cuerpo del actor, en las soleadas terrazas de la Plaza, donde tantas veces Ernesto salió del teatro luego de triunfar en cada espectáculo que formaba parte.
Mientras voy corriendo la noticia para seguir leyendo, me quedo cayada al encontrar una fotografía del actor Ernesto Escobar: piel clara, cabello rubio oscuro, ojos grandes y castaños, sonrisa amplia y entusiasta; en la foto se le ve saludando a todas las personas que están a su alrededor, yo diría que son sus fanáticos. Él se ve muy feliz, como si disfrutara de la ovación de las personas que le rodean.
—No… No… —escucho a Christopher quejarse, tiene ambas manos apretando sobre su cabeza y su expresión le hace parecer desquiciado, perturbado.
Christopher se levanta de la silla, da media vuelta y empieza a caminar sin rumbo fijo, sigue apretando su cráneo con sus manos; de repente, empieza a gritar de dolor, cae de rodillas mientras se jala los cabellos.
—¡Christopher! —grito y luego corro angustiada hacia donde está él. Me le arrodillo de frente y trato de desprender su agarre de sus cabellos—. ¡¿Qué tienes, amigo?!
Christopher no responde, él sigue gritando de forma desgarradora, como si estuviera lidiando con un dolor de cabeza insoportable. Trata de levantarse, pero no lo logra, cae de medio lado sobre el suelo y su cuerpo queda inmóvil.
—¿Christopher?...
Él sigue sin responderme, y no creo que lo haga, nada en él reacciona, está como desmayado.
«¡Mierda!... ¡¿Qué hago?!»
Salgo corriendo de la habitación para buscar el botiquín que está dentro del baño, al entrar ahí agarro una botella de alcohol y, a toda prisa, regreso hacia donde está el cuerpo inconsciente de Christopher, me arrodillo frente a su cabeza y la dejo reposando sobre mis muslos. Destapo la botella de alcohol y la paso bajo su nariz para intentar despertarlo, pero no funciona.
—¡Vamos, Chris! No me asustes de esta forma…
Pongo mi mano bajo su nariz para comprobar si está respirando… Por lo menos lo está haciendo.
Decido levantarlo del suelo, lo agarro bajo sus brazos y lo arrastro hasta donde está la cama de Darío, me subo a la cama y desde ahí lo levanto hasta dejarlo acostado boca arriba sobre el colchón.
«¿Qué debería hacer ahora? Tal vez Jacky pueda ayudarme», pienso e inmediatamente salgo corriendo rumbo al apartamento de al lado, donde vive Jacky.
Entro al apartamento de Jacky sin tan siquiera avisar, desesperada al no saber que podría estar ocurriendo con Chris; desconcertada, porque no estoy segura si sea buena idea acudir a un hospital. Encuentro a la chica echada sobre su sofá viendo televisión. Ella, al escucharme abrir la puerta, levanta su espalda del sofá y, con un rostro sorprendido, me observa mientras corro hacia ella.