Prólogo

Prólogo.

Dos años antes...

Acaba de sonar la campana anunciando la salida de clases y el inicio del fin de semana. Salgo del salón con dirección a mi casillero. Cuando llego a este lo abro y procedo a guardar, en mi mochila, todos los libros que necesito para estudiar este fin de semana.

Gracias al cielo que estoy a una distancia considerable del casillero cuando el bobo de mi hermano cierra abruptamente la puerta de este.

—¿Lista para irnos, Kylie?—me pregunta con su típica sonrisa ladina.

—Más que lista—le contesto a Kyle, mi mellizo.

Me coloco la mochila en el hombro y junto a Kyle comienzo a caminar hasta el estacionamiento, donde se debe encontrar Cristian, nuestro chofer.

Con Kyle le hemos suplicado un millón de veces a nuestros padres que Cristian no nos venga a buscar,  sabemos conducir y podemos venir a la escuela por nuestra cuenta. Luego de un tiempo ya dejamos de insistir al darnos cuenta que si fuera por ellos si nos dejarían. Ellos no lo admiten pero la razón de todo son los abuelos.

Al llegar a la camioneta negra, Cristian nos abre la puerta de los asientos traseros—como si nosotros no pudiéramos hacerlo—y nos subimos sumergidos en un silencio el cual ya estamos acostumbrados.

Treinta minutos más tarde. Llegamos a nuestra casa, bajo de la camioneta y voy directo hacia la puerta principal, me detengo abruptamente al ver a un chico apoyado en la pared lateral de la casa mientras come, apresuradamente, su emparedado.

Cuando se da cuenta de que lo estoy mirando, su mirada se encuentra con la mía y su expresión alegra pasa a una fría mientras aprieta su mandíbula fuertemente.

—Kylie ¿Entras?—me llama mi hermano desde la gran puerta principal.

Volteo a ver a mi hermano, miro nuevamente hacia el lugar donde estaba el chico que comía su emparedado, pero ya se ha ido. Miro nuevamente hacia mi hermano y asiento con la cabeza.