Pasó una semana y mis flores siguieron desapareciendo.
Primero mis crisantemos, luego corrieron la mala suerte las petunias, rosas, orquídeas y azucenas.
Cada vez que veía un hueco faltante, lo volvía a rellenar para no sentir el vacío dentro de mí cuando veía el jardín.
Esta mañana desperté más temprano de lo habitual y vi como la servidumbre se ponía más nerviosa de lo normal, tal vez era por mi máscara pero después de acostumbrarme a llevarla puesta ya era tipico que me vieran con miradas de intriga, misterio y algunas de rechazo.
Aunque más bien seria por que cuando despertaba a estas horas, los hacia limpiar más de lo acordado, pero no era mi culpa que dejaran polvo en los cuadros y en las decoraciones.
Al bajar de las escaleras me encontré con August leyendo el periódico en la sala, al verme se levantó de su asiento y me abrazó efusivamente.
—Veo que has crecido más este último tiempo—dijo con alegría y se hizo a un lado para que fuera a sentarme al comedor—. Perdón por no venir el día acordado, tuve algunos problemas con…
—Con mi padre—respondí sin más al tomar asiento—. Puedes nombrarlo, no te sientas culpable por su abandono al monstruo.
August hizo una mueca de dolor y no volvió a tocar el tema en el resto del desayuno.
Estábamos en un silencio incómodo y solo se podía escuchar el sonido de los cubiertos chocando en el plato, así que para apaciguar el ambiente pregunte lo primero que se me vino a la mente.
—¿Cómo puedo capturar a un mapache?
August me volteó y me miró con una mirada de intriga.
—No me mires así—exclame por lo bajo—. Es que uno se ha estado metiendo desde hace unos días y está arrancando mis flores.
Este rió y llevó una mano a su mentón, estuvo así por unos minutos hasta que hablo.
—Hay unas trampas pequeñas guardadas en las caballerizas, déjame buscarlas y te las traeré—respondió, se levantó y salió del comedor, seguramente iría por ellas.
Terminé de desayunar y fui a la biblioteca a buscar un libro, pasé la mayor parte de la tarde encerrado en la biblioteca, traté de tocar el piano pero no pasé de las notas de "estrellita donde estas" era un asco para la música, tal vez Beethoven me vería muy decepcionado en este momento. Decidi bajar hacia la cocina a buscar un vaso de agua y vi las jaulas sobre la mesa de la cocina.
Realmente August se toma las peticiones muy encerio, tendré que darle clases de como captar las formas de salir de la incomodidad.
Reí por aquel pensamiento y pude percibir unos movimientos por el rabillo del ojo y note por la ventana que las flores se movían.
Ya no podía permitirlo, me cansé de rellenar esos huecos.
—No volveré a rellenar flores por tu culpa— susurré.
Ya tenía mi máscara puesta, solo tomé mi capa y un sombrero, y fui tras ella.
Al salir pude notar que solo faltaba una media hora para que el sol cayera y tenía que mantenerme a una distancia prudente para que no se diera cuenta que la seguía.
Hacia años no salía ¿Y si ocurría algo malo? ¿Y si ocurría lo mismo que la última vez? Y si... Y si creen que soy...
No, no puedo pensar en eso, no puedo vivir bajo el susurro de la gente.
Tome fuerzas y salí de la casa.
Llegamos hasta un pequeño pueblo no tan lejos de mi residencia, busqué un lugar para esconderme y caí al pisar una roca.
Genial, si trabajara de espía seguramente ya estaría despedido.
Varias personas se me quedaron viendo y me escondí lo más rápido posible, podía verla escondido desde un árbol.
Estaba vestida con un vestido azul claro y un tapado marrón que combinaba con sus zapatos, llevaba la canasta llena con mis flores, todas en pequeños ramos.
Iba a acercarme y acusarla de ladrona, lo haría porque eran mías y tenía el derecho de hacerlo, tomé unas cuantas respiraciones y me acerque lentamente.
Estaba a solo unos metros cuando escuche que comenzaba a… ¿Venderlas?
Si, las estaba vendiendo.
Volví a esconderme en el árbol y contemplé la escena.
Las estaba vendiendo con una sonrisa en sus labios, tenía la mirada iluminada mientras las personas se acercaban a comprarlas y pude ver la emoción que reflejaban sus ojos. Tal vez, solo tal vez podría acercarme a… No.
No me acercaría.
No podría quitárselas y romper esa ilusión, las trataba con amor, las acomodaba con tanta delicadeza que casi podía sentirla en mi alma destrozada.
Me quedé hasta que vendió hasta el último ramo y se despidió del hombre de avanzada edad que ilustraba los zapatos, mientras ella le prometiste que le traería unas galletas al día siguiente y que descansara bien.
Decidí retomar el camino a mi hogar y al entrar me encontré con la mirada de preocupación de mi nana y de August.
Nana se acercó y comenzó a abrazarme, más bien asfixiarme.
Oh, demonios.
—¡Pensamos que te había pasado algo malo!—exclamó nana en medio del llanto—. Mira si te secuestran o te olvidabas del camino a casa.
Siguió llorando en mi pecho y pude ver cómo August sonreía y me hacía una seña que subiría a su habitación, le agradecí y asentí a su petición.
Sentía mi pecho mojado pero no podía quitarla, la entendía encierra forma, psique deje que siguiera votando lagrimas como cascada.
—¡Que hubiera pasado si no volvías, no tendría a quien cocinarle!—limpió sus lágrimas y me dio un manotazo en el brazo—. ¡Porque no hablas, casi me matas del susto, ingrato!
—Como quieres que hable si gritas y tras de eso, me golpeas—señale mi brazo con diversión, a lo que ella respondió con más golpes y llanto.
¿Acaso está mujer no se deshidrata?
Pase los siguientes treinta minutos consolándola y tratando de que fuera a descansar y prometiéndole que no me iría de la casa sin avisar.
Me advirtió que si lo hacía otra vez ya no me haría sus postres y que me encerrara en mi cuarto hasta que las vacas volaran.