Ada.
Varias veces me dijeron que la vida se vive un paso a la vez.
Yo no quiero vivir a pasos. Quiero vivir en saltos, dar grandes giros y vivir en movimiento.
No quiero quedarme estancada en un pequeño pueblo, ver los mismos rostros, mismas casas y engañarme a mí misma como la mayoría de aquí que comentaban que era la mejor vida que podrían tener.
No podría ver como mis sueños se marchitan al igual que los de la señora Babette, vende postres hace cuarenta años en su pastelería, hablando del cómo tuvo las oportunidades de viajar, de conocer el mundo. Pero su temor y las opiniones de los demás quebraron sus alas, marcaron su alma y pensó que era absurdo abandonar el lugar en donde había nacido.
Que era un lujo que no podía darse,
"Un sueño absurdo para alguien de tan corta edad" me había dicho una vez.
Babette se convirtió en un árbol. Hecho raíces y se olvidó de sí misma.
Pero la verdad era que nunca pudo liberarse de este lugar, de la vida que le obligaron a seguir y decidió vivir bajo las sombras que daban aquellas ramas.
Yo tomaría las oportunidades y las convertiría en realidad. Y algún día, cuando menos me lo esperara, podría decir que lo había logrado.
Pero por ahora, solo podía dedicarme a trabajar para hacer realidad mi sueño.
Mis días se basaban en realizar pequeños trabajos de costura, lavado de prendas, ayudante en la taberna "Dulce Despertar" tres dias a la semana. Eran pesados pero solo pensaba en un futuro bajo un árbol en las afueras de París.
Me aferraba a esa idea para soportar el cansancio. No me permitía pensar en negativo porque no me llevaría a ningún lado.
En mi último trabajo como costurera, tuve un inconveniente con una de las clientas por un alfiler.
Claramente le dejé dicho a la niña malcriada que el vestido no estaba listo. De igual forma se lo colocó y uno de los alfileres se le incrustó en la cadera.
Me despidieron ya que ella era una de las pequeñas familias influyentes que se encontraban aquí.
Aunque agradezco haber sido despedida, era un trabajo duro y las ganancias no dejaban mucho, la mayoría se los quedaba Antonia, con la excusa de "Es mi taller por lo tanto el mayor porcentaje era mío".
Salí de la cama y luego me prepare para otro día más. Tome un poco de leche y salí con una galleta en la boca, fui directo a tomar mi abrigo y comenze mi rutina.
Sin las ganancias de la costura, aunque fueran pocas. Eran las encargadas de abastecerme de comida y ropa.
Entonces se me ocurrió la idea de vender flores, aunque ya había una florería, las poca variedad solo hacia que tomara la oportunidad.
Y no estaba mal ¿no?.
Y tampoco estaba mal quitarlas del jardín de aquel lugar a las afueras del pueblo, ¿no?.
Aunque vivía en uno de los lugares con los montes más bellos que existiese, las flores eran escasas. Casi todas eran vendidas y enviadas a la capital.
Cuando era niña, solía imaginarme dentro de ese lugar. Me imaginaba recorriendo el castillo y mandar a los sirvientes que hicieran todas la cosas que se me podían ocurrir.
Siempre llamo mi atención ese gran jardín.
La mayoría de la gente del pueblo tenía tachado ese lugar como un tabú.
Se decía que vivía un anciano malhumorado que odiaba la existencia de los demás. Otros, aseguraban que estaba embrujado y que por eso los encargados de limpiar ese lugar solo trabajaban a altas horas de la mañana para no caer en la maldición al caer el sol.
Una tarde pasaba por aquel lugar en busca de flores para venderlas, vi que una parte de la valla estaba suelta. Seguro lo habían roto los niños que salían a explorar cuando no tenían que hacer compañía a sus padres con los trabajos de ellos, tome la oportunidad de poder ver que cosas podría encontrarme.
Tampoco estaría allanando su propiedad.
Me acerqué y pensé unos segundos si valía la pena ensuciarme mi vestido con tierra.
Al demonio, claro que lo valía.
Solo una miradita.
Mire hacia mis lados para cerciorarme de que nadie me viera, tome un gorro y me tape el cabello.
Porque si iba a infiltrarme, lo haría sin errores que pudiera delatarme.
Lentamente comenze a bajar y pose mi mirada en el agujero.
Que por cierto, entraba mi cara por completo.
Cuando acerque mi mirada, me encontré con una gran sorpresa.
Era un jardín amplio, de muchos colores y flores de varios tipos.
Metí mi mano y corrí las que tapaban un poco mi vista, seguía viendo maravillada el lugar.
Si pudiera describir el lugar, sin dudas, diría que era algo mágico. Solo faltaba el canto de los mismísimos angeles y podría estar en el cielo.
Pero no podía quedarme mirándolo, tenía que seguir con mi misión.
¿Acaso podía…?
Claro que podía.
¿Tengo la personalidad?
Si.
¿Tengo la capacidad?
Absolutamente.
En mi historial podría escribir "secuestradora de flores por una buena causa". Me han dicho peores cosas en mi corta e inocente vida, podría arriesgarme una vez más.
Metí mi mano y comenze a tirar de las primeras que mi mano tocaron.
Estaban muy duras para arrancarlas y tuve que tirar el doble de lo pensado.
—Vamos, florecitas.
Si tan solo hubiera traído unas tijeras esto sería más fácil.
—No me hagan pasar vergüenza—tire aún más fuerte, aterrize en mi espalda provocando que algunas piedras se incrustadas en mi espalda, había varias flores desparramadas a mi lado—. Maldita sea, ya no me siento culpable por arrancarlas.
Me levanté y seguí tomando más flores.
Estaba por la mitad de canasta de llenarlas, hasta que escuche unos pasos que se acercaban.
Mi corazón comenzó a latir rápido porque las últimas no salían.