Ada.
Dos semanas pasaron desde que pisé este lugar.
Dos semanas en las que tuve que acostumbrarme a las apariciones y desapariciones repentinas de Stefan.
Había días en los que no compartíamos una palabra, solo nos dedicábamos a mirarnos hasta que desaparecía de la sala o el comedor y por la tarde me invitaba a caminar a los alrededores del castillo y me pedía que le explicara más sobre amar.
Había momentos en los que me quedaba en blanco y era porque ¿Como se suponía que supiera a la perfección un sentimiento del cual nunca experimenté?
Desde aquella tarde donde me explicó que su seudónimo era "Smeraldo". Al principio no le creí, y al final tampoco.
Era muy difícil de creer que uno de los pintores más populares y elogiados por su trabajo fuera el chico que tenía frente a mis ojos. Sus pinturas eran escandalosas, los aficionados al arte estaban deleitados por tales obras. Las texturas, colores y formas que utilizaba eran innovadoras y caóticas, las mezclas de líneas finas y gruesas en una misma pintura fue revelador para ellos, los colores ocres y apagados contrastaban con los colores vivos y luminosos que connotan alegría.
Pero el cuadro que se ganó su reconocimiento fue el de un armario dentro de una habitación a oscuras. Según desde donde se lo mirase, dentro del oscuro armario se podía ver una figura. Varios críticos aseguraban que la figura se podía tomar desde varias perspectivas, para algunas era esperanza, ilusión y confianza. Para otros, caracterizaba el miedo, desesperación y tormento. Otros tan solo lo tomaron como una señal divina.
Pero claro, solo eran especulaciones ya que el autor nunca dio detalles sobre la pintura y su misteriosa identidad abrió el paso a su reconocimiento dentro del mundo del arte, siendo idolatrado por unos y aborrecido por otros.
¿Cómo sabía todo esto?
Al trabajar en una taberna en un pueblo de viajeros, se podía escuchar y observar muchas cosas.
El que entraba por la puerta, era objeto de historias y chismes de la capital. El centro del espectáculo por la noche.
Aunque en este momento yo tengo la exclusiva, el misterioso pintor no era un hombre de edad avanzada, no era un excéntrico y ni tampoco un misterio. El famoso pintor Smeraldo no era nada más ni nada menos que un chico de veinte años con un talento nato, obsesionado a las flores y a su soledad, y aunque él tratará de cambiar ese último rasgo suyo con mi repentina presencia, aún le costaba adaptarse a la compañía ajena y estaba bien. Él había creado sus propias barreras, dejando entrar solamente a quienes lo rodearon desde siempre. Aunque intentará entablar y socializar conmigo, podía observar como le costaba hacerlo con fluidez ¿Tal vez era miedo de que no lo aceptara? No tenía idea, pero lo que sí sabía, era que no podía exigirle que cambiara ese aspecto en él de la noche a la mañana y de un cierto modo, yo era igual.
Me senté en el alféizar de la ventana, recordando nuestra primera "cita" a la que según Stefan debíamos llamarla así para no corromper la inspiración.
Nos preparamos para una cena improvisada, así podíamos admirar el atardecer.
Ofrecí esa idea al recordar una de las escenas que leí en un libro, no tenía idea si funcionaría pero era mejor actuar que imaginar.
—Esta fue una buena idea—comentó luego de sentarnos sobre el mantel.
Saqué las cosas de la canasta y recosté mi espalda al árbol.
—Supuse que ayudaría con la pintura.
Tomó un poco de agua, pasó su mano por su cabello y se quedó mirando al horizonte.
Por un momento, recordé cómo me sentía hace solo algunas semanas.
Preguntándome si tenía lo suficiente para pagar la renta, si alcanzaría a poder comprar comida o si podría comprarme un nuevo par de zapatos. Viví en un constante "alcanzaré para pagar esto", a veces tan solo tenía que hacer sacrificios para poder obtener una cosa u otra.
Algunas veces comía lo que sobraba de la taberna o lo que Yuri alcanzaba a cocinar en su casa. Llegaba a casa a las horas de la madrugada, cansada, con dolor de pies, mis manos ásperas debido al jabón para lavar los platos. Acepté esta oferta no solo por lo que él me ofreció, sino porque necesitaba una pausa a esa vida. Mi vida. Quería experimentar lo que era ser otra persona, solo disfrutar de lo que podía ofrecerme el momento, aunque sea por unos cuantos meses.
Estaba tan absorta en mis pensamientos que no me di cuenta que Stefan me tiró con una de las fresas del plato.
Estaba por devolverle el golpe cuando pronunció aquella palabra.
—Gracias.
Voltee a verlo, su perfil era perfecto, sus pestañas eran largas, en sus ojos grises se podía ver el reflejo de hacia dónde miraba con perfección y su cabello negro que contrastaba con su tez clara, ver como se le formaba ese pequeño hoyuelo al hablar. Stefan era hermoso y no podía negarlo.
Sus brazos estaban en sus rodillas, después de tantos días de verlo ajetreado, cansado y huyendo, podía decir con seguridad que en este momento, él estaba relajado.
—¿Por qué?
Mi mente creó un sin fin de escenarios que podrían pasar en su cabeza pero en el instante que volteó a verme, todos esos pensamientos se volvieron nulos ante sus palabras.
—Por no temer.
Dirigió su vista al cielo y se mantuvo fija en todo momento en esa dirección, maravillado con la mezcla de colores.
—No entiendo.
Sonrió ante mis palabras.
—Cada vez que paso frente a mis empleados, siempre está esa mirada con la misma pregunta "¿Porque la utiliza?" O tan solo se escucha el mismo cuchicheo—ladeo su cabeza en mi dirección—. La primera vez que te vi me preguntaste si venía de una fiesta de disfraces—desvié mi vista hacia otro lado, no podía avergonzarme de algo que ya había pasado—. Fuiste la primera persona que luego de verme con esto puesto no me observaste con cara de interrogatorio, lo tomaste como si fuera lo más natural del mundo, como si… como si no utilizará nada.