—¿Iremos en tu motocicleta?
—Sí ¿Te da miedo?
—Un poco.
En realidad me asusta bastante.
—¿Es la primera vez que te montas en una?
—Sí.
—Es ese caso, seré gentil contigo.
Me dedica una sonrisa traviesa y siento que no está hablando de la motocicleta.
—Siempre que lo hagas, debes usar protección —me pone su casco y se sube a la motocicleta.
Yo me subo tras él.
—No vayas muy rápido, sólo tengo un brazo.
Él vuelve a reír.
—Como ordenes. Sólo intenta no gritar mucho. A los hombres no les gusta tanto como se cree.
—¿Por qué gritaría?
Mejor no quiero ni pensarlo.
~🦇~
Llegamos a una fuente de soda que está a varias cuadras de la secundaria. El lugar está lleno de chicos, pero es bastante tranquilo.
El chico nuevo pide unos refrescos y nos vamos a una mesa en el rincón, junto a una ventana. Me disculpo para ir al baño un momento.
Mi rostro es un asco. Tengo los ojos muy hinchados de tanto llorar y con el casco, mi cabello se ha enredado. Intento peinarlo lo que más puedo con los dedos y vuelvo a la mesa.
—Los refrescos aún no llegan, al parecer faltan meseras, pero las que hay son muy amables —me indica él.
—Está bien, no tengo prisa.
No quiero llegar a casa y descubrir que mamá está allí.
Él mira por la ventana y el silencio empieza a ser incómodo.
—¿Puedo hacerte una pregunta... además de la que ya te estoy haciendo?
—Adelante, lo preguntona se te nota a leguas.
—Dijiste que la escuela apestaba. Si no te gusta ¿Por qué estás allí?
—Porque es un castigo. Me expulsaron de la anterior por mala conducta y yo no quería ir a ésta, pero no tuve opción.
Un castigo, eso explica su humor de perros la mayor parte del tiempo.
Por fin nos traen los refrescos. Para mi sorpresa, él pidió una cerveza.
—No tienes edad para beber.
Y además lleva uniforme escolar, qué clase de lugar es éste.
—¿Me vas a acusar con el dueño? Se supone que vinimos para reconciliarnos.
Trago saliva. La forma en que habla de nosotros me hace sentir extraña.
—No voy a acusarte, sólo creo que no deberías beber si luego vas a conducir.
—Borracho conduzco mejor —dice, dándole un buen trago a su vaso.
—Eso es lo más estúpido que he escuchado —bufo, bebiendo mi juguito de fresa.
—Soy estúpido, no esperes más de mí.
—¡Y ahora me lo dices! Si lo hubiera sabido desde el principio nos habríamos ahorrado muchos problemas.
—Me haré una placa con el mensaje y me la pondré en la chaqueta —se burla.
Ambos reímos. Realmente lo necesitaba. No sé si será coincidencia o no, pero desde que lo conocí, mi vida se ha puesto de cabeza.
—Tenía la impresión de que yo no te agradaba —le comento.
Su expresión se vuelve seria.
—No me agradas.
—¿Por qué?
—Bueno, eres una sabelotodo que cree que siempre tiene la razón y todo lo haces bien.
—Creo que exageras, pero aun si fuera así ¿En qué te perjudica?
—En que frente a tu perfección, todas mis imperfecciones se vuelven mucho más evidentes —explica, con aires de intelectual.
Y yo me río a carcajadas.
—¿Podrías hablar en serio?
—Estoy siendo lo más serio que puedo —reclama ofendido.
—En ese caso, el problema no soy yo, sino tú, que no aceptas tus defectos o los ves donde no los hay.
—¿Lo ves? ¡Lo estás haciendo ahora! Estás siendo una sabelotodo con pretensiones de psicóloga. No tengo ningún problema de autoestima y no veo cosas donde no las hay.
Prefiero no ahondar en el tema o acabaremos peleando otra vez.
—Pues yo no puedo dejar de ser una sabelotodo y como un requisito básico para una buena convivencia es la tolerancia, si vamos a estar en la misma clase, tendremos que tolerarnos. No digo que seamos amigos, pero sí que haya una relación de respeto mutuo y tolerancia.
El chico mira atentamente algo tras de mí.
—¿Escuchaste lo que dije?
—Sí, sí, quieres que tengamos una relación, pero ya te dije que no me caes bien.
Tolerancia, Isabel, haz valer tus palabras.
—Prepárate para lo que dirán mañana en la escuela porque allí está Gar.
Al instante me giro para ver a Gar y Tara saludándonos desde una mesa. La sonrisita pícara de Gar no augura nada bueno.
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Editado: 27.10.2020