El vómito es una respuesta involuntaria controlada por el bulbo raquídeo. Se cree que pudo haber evolucionado como un mecanismo que permitiera expulsar venenos ingeridos, prolongando así la supervivencia. Hay múltiples estímulos que pueden inducirlo y en todos los casos, no es algo que se pueda controlar. Eso me repito una y otra vez, para no morir de la vergüenza.
—¿Te sientes mejor ahora?
—Por supuesto, sólo es un poco de vómito, nada fuera de lo común. Todo el mundo ha vomitado alguna vez en su vida, es tan normal como ir al baño —me callo, notando que estoy hiperventilando.
Jason me ayuda a llegar a una de las mesas de picnic.
—Te traeré agua mineral —ofrece.
—Mejor una bebida isotónica.
—¿Una qué?
—Una bebida deportiva, ayudará a rehidratarme.
Él se va hacia el área donde están los puestos de ventas y me aferro la cabeza. Sigo un poco mareada, pero recordar que gané me sube el ánimo.
Hay otras mesas con gente en el lugar. En una frente a mí hay un chico que no deja de mirarme. Recuerdo que llevo la blusa ajustada y me pongo mi sweater feo inmediatamente. Uso mi teléfono para ver mi cara y luzco horrorosa. La palidez de mi rostro ha hecho aparecer unas ojeras enfermizas que en nada ayudan a mi aspecto y él sigue viéndome. Su expresión es de diversión.
Debo ser la chica más fea que ha visto.
Por fortuna Jason regresa. Los iones de la bebida ayudarán a la rehidratación y pronto me sentiré mejor.
—Todo es mi culpa —se lamenta.
—Pues sí. Si terminas haciendo vomitar a las chicas, deberías replantearte el asunto de las citas.
Frunce el ceño, viéndome con algo de molestia.
—Admito que tal vez me excedí con lo de las carreras. Tratándose de ti, debí partir por un carrusel o algo así.
—¿Estás diciendo que soy infantil?
¿Quién se cree que es?
—No, Isabel. Estoy hablando de la velocidad y la adrenalina. Fue mucho para ti y la presión de la apuesta sólo lo empeoró. Sucumbiste al estrés, pero también es en parte tu culpa.
—Explícate —exijo, frunciendo el ceño también.
Presiento que esta conversación acabará en pelea y en mi estado, podría hasta desmayarme.
—Es bastante simple. Durante toda la cita te has esforzado por ser realmente insoportable. Te conozco perfectamente y tú no eres así, lo has estado haciendo a propósito para castigarme y supongo que me lo merezco, pero terminó por pasarte la cuenta.
Es un muy buen punto el que tiene ahí. Y se dio cuenta de mi plan, pero no dijo nada. Que chico tan listo, eso me gusta.
—Puede que tengas razón —admito—, pero de todos modos lo hice por tu causa, así que sigue siendo culpa tuya.
Él suspira, peinando mi cabello con sus dedos.
—Te ves horrible —comenta, sonriendo.
—Lo sé.
Él sigue peinando mi cabello y el deseo de que me abrace pasa por mi cabeza. Pero de seguro huelo a vómito.
—¿Quieres que te lleve a tu casa?
—No todavía, este lugar es bonito.
Siempre y cuando estemos lejos del circuito de karting y su zumbido infernal. Tomando mi mano, Jason me saca del área de picnic y del bullicio. Avanzamos por un sendero rodeado de árboles de hojas doradas, que danzan con la leve brisa. Nos sentamos bajo la sombra de uno de ellos.
—Las hojas son muy extrañas —comenta, sosteniendo entre sus dedos una pequeña hojita con forma de abanico.
—Los Ginkgos son árboles únicos. Cualquier pariente que tuvieran ya se ha extinto y son tan antiguos que se los considera fósiles vivientes. Lo más maravilloso es el mensaje de esperanza que guardan sus bellas hojas. Ellos sobrevivieron a la explosión de la bomba atómica en Hiroshima ¿Te lo imaginas? En medio de la desolación y muerte dejadas por la explosión nuclear, sus hojas brotaron bajo el cielo radiactivo.
—Es fascinante —dice él, mirando todavía la hojita entre sus dedos— ¿Hay algo que no sepas?
Sonrío, acortando la distancia entre nosotros.
—Por supuesto que hay cosas que no sé, eso le da sentido a mi vida, hay mucho que quiero saber todavía.
Los secretos que hay en tu cabeza, por ejemplo.
Él también sonríe.
—Todavía estás muy pálida —observa, acariciando mi mejilla—. Ven aquí, descansa un poco. —Sus brazos me invitan junto a él.
Me lo pienso más de la cuenta.
—Pero huelo a vómito.
—Claro que no —asegura, jalándome del brazo hasta acurrucarme en su pecho—. Tú hueles muy bien —susurra, besando mi cabeza.
Un escalofrío me recorre por completo y lo aferro, sin desear dejarlo ir. También huele muy bien y la calidez de su cuerpo me resulta muy acogedora. Este momento debería durar para siempre.
—¿Ya tienes pensado qué me pedirás que haga? Tengo curiosidad.
Ahogo una risita contra su pecho.
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Editado: 27.10.2020