Los monstruos ya no durarían ni sobrepasaría más de los dos de segundos en capturar a todos y destriparlos con sus mortales y afilados dientes. Las atemorizantes sombras se asomaban más y más, haciéndoles saber a todos que ya no quedaba más que esperar sus inevitables muertes, por lo que todos cerraron sus ojos mientras eran inundados y ahogados por los gruñidos de esos monstruos que causaban escalofríos hasta el punto de erizarles los bellos de sus cuerpos y torturarles las mentes, aunque, a pesar de que Gunter también lo hizo, la diferencia era que él no iba a quedarse allí y aceptar su fin, como tampoco dejar que sus amigos y sus esposa tuvieran ese destino, así que, bajo ese motivo, apretó bien fuerte sus puños como también sus dientes para servir de distracción y así llevárselos lejos.
De todas formas, cuando estaba por correr, un grito de esos monstruos se escuchó a gran distancia.
Los tres monstruos cercanos a los sobrevivientes se detuvieron, como si algo los hubiese apagado con solo presionar un botón.
Gunter ojeó la sombra, el monstruo dejó de moverse, le extrañó porque ni ese típico gruñido de pesadilla que ellos solían ejecutar ya no se oía más. Su oído funcionaba perfecto, esos infernales monstruos quedaron mudos.
Echó a mirar para saber que ocurría, de manera más cuidadosa posible: visualizó perfectamente que ellos estaban inmóviles, parecían estatuas, miraban hipnóticos hacia al cielo, y arriba nada se veía.
Otro grito similar al que se oyó hace rato, volvió a sonar. Los tres monstruos dieron un escandalizado grito al aire, haciendo esconder a Gunter al instante. Creyó que volvieron en sí, pero no, por suerte, ellos huyeron, dejando a todos como si nada hubiese transcurrido, como si el viviente terror que presenciaban no era más que una experiencia de muerte proveniente de una ilusión mortal y sin buenas intenciones.
La salvación los abrazó una vez más; quedaron a salvo de esas endemoniadas y mortíferas bestias.
Todos suspiraron fuertemente por el alivio que recorrían sus existencias, aún no creían que estuvieron al borde la muerte por un instante.
— ¿Están todos bien? —preguntó Gunter, buscando aún oxígeno necesario para estabilizarse.
Nadie respondió. De todas formas, no era necesario: absolutamente todos reflejaban que en algún instante iban morirse de un infarto. Estaban temblorosos y bajo dominio del horror que seguía cubriéndolos.
Edgar quedó en el medio de estar entre mantener la calma o morirse por el desgarrador susto que sintió hace un momento. Pero, pudo ser fuerte consigo mismo y controlarse. Pensaba en su hija, era su más grande prioridad como para dejarla sola en el mundo, y menos cuando su madre ya no estaba para ella. Ya tenía motivos para dar lo mejor de sí para salir vivo sin importarle su herida, que sentía que quemaba cada vez más y se extendía en toda su pierna lentamente.
—Ya que esas cosas se han ido, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Edgar directamente a Gunter, ya un poco repuesto y tratando de ponerse de pie.
—Tenemos que irnos de Village of the Piece, obviamente —dijo Gunter algo exaltado—. Nos dirigiremos hacia la ciudad Earth Away.
— ¿Sabes cómo? —Evelyn ya respiraba más tranquila.
—No, pero tengo el mapa que me dio el viejo.
Pero, la realidad era otra. La mano de Gunter junto con su cuerpo, se volvieron fríos cuando no sintió el mapa en el bolsillo trasero de su pantalón. Revisó sus otros bolsillos, pero nada. Lo había perdido. Dónde, no lo supo, pero lo perdió.
— ¿Qué sucede, amor?
La miró con preocupación.
—Lo perdí. Perdí el mapa —repuso Gunter, frustrado.
A nadie le agradó lo que Gunter dijo, menos a Edgar que sus ánimos se les derrumbaron.
— ¿Y cómo llegamos ahora a la ciudad? —dejó escapar Maira, con un tono de temor.
Gunter apretó sus labios con fuerzas al momento que cerró sus ojos. Navegó en su cabeza en busca de soluciones. Fue como haber estado en medio de una tormenta; lo que pasó, no le permitía pensar como él quería, le llegaba siempre las imágenes de esos monstruos cobrizos y aquella horrorosa y espantosa transformación luego de haberles volado sus cabezas. Sin embargo, como rayo de sol de la mañana entrando por las orillas de las ventanas, le llegó el recuerdo de cuando checó el mapa antes de comprarlo y dárselo a su esposa Evelyn.
—Sé cómo llegar hasta allá. Lo miré cuando compré el mapa —mencionó Gunter, con una cara de alivio, casi que sonreía.
Todos se alegraron.
— ¿De verdad? —preguntó Edgar, eufórico.
—Sí. —No obstante, Gunter tuvo que ser más sincero—: Bueno, recuerdo algo…
No hubo miradas que le inspiraran confianza.
—Ayuda algo, ¿no? —trató de animarlos.
—Eso no ayuda en nada, Gunter —refutó Edgar. Se había puesto feliz antes de la mala noticia que su amigo le dio.
—Venga, Edgar. Es mejor que nada.
—Amigo, no me preocuparía si no tuviéramos monstruos cobrizos pisándonos los talones o invadiéndonos, pero la situación es otra. Además, estamos en un bosque. Por suerte y vemos algo gracias a la luna.