El clima frío se compadeció lo necesario para que Francis y Jay caminaran por las calles sin que sus cuerpos temblaran a causa de ello.
Ambos miraron el cielo: en cualquier momento llovería, y ellos no querían estar en la calle para cuando eso sucediera, por lo que apresuraron sus pasos hacia el hospital.
Había una sonata de rugidos y gritos de monstruos que se oía por la ciudad, como si el mismo aire arrastrara esos sonidos para aterrorizar a quienes lo oyeran.
Después de una caminata por un par de manzanas hacia el norte que les duró unos cuantos minutos, Francis y Jay tuvieron a la vista el Hospital Heart and Cure. Sintieron que ganaron la batalla con solo haber llegado, pero sabían que debían ir más lejos para alcanzar la victoria.
El aspecto de las calles y de las carreteras era perteneciente a un ambiente apocalíptico: cuerpos tirados y desmembrados por doquier, autos volcados, entre otras cosas.
Dieron con autos de policías y convoy de patrullas cerca de la entrada del hospital. Francis husmeó las pertenecías y encontró armas y municiones de sobra para defenderse.
—Dios bendiga a América. —comentó Francis, con sarcasmo, extrañamente para él.
Jay se hizo el sordo; se centró más en equiparse con las armas. Francis le puso la mirada encima mientras su compañero recargaba las armas y guardaba las municiones necesarias.
— ¿Practicabas a menudo con las armas? —inquirió Francis.
Jay negó.
— ¿Cómo explicas tal experiencia entonces? ¿Videojuegos? ¿Películas de acción?
El joven dio una suave sonrisa.
—No. Nada de eso. Ni siquiera le di importancia a los videojuegos como para aprender a usar las armas desde ese medio —enfatizó.
— ¿Y cuál es el secreto?
El rostro de Jay cambió lentamente.
—Luchaba por mi vida. Es la única razón. —Jay finalizó y le dio la espalda a Francis, yendo a la entrada del hospital.
Le importó más saber qué demonios ocurría en esa ciudad y si su tía de verdad estaba envuelta en ello; solo un por cierto de su cuerpo se resignaba a creer todo lo que escuchó sobre ella, mientras que el resto del porcentaje quería saber el motivo del por qué ha hecho todo eso.
Francis no dijo nada y fue hacia la entrada del hospital también.
La entrada se encontraba bloqueada por una ambulancia volcada y montón de escombros que la cubrían.
Jay frunció el ceño luego de examinar bien lo que veía.
—Dime que no soy el único que está pensando que algo ha lanzado esa ambulancia y pegó contra la pared de arriba cayendo hasta aquí —añadió Jay. Ni él se creía lo que decía, pero ver aquél enorme impacto llena de grietas de arriba, lo afirmaba.
—No… No eres el único —agregó Francis.
Miró por ambos lados sosteniendo su arma. No vio nada. De todas formas, no negaba que estaba un poco nervioso, y más al ver la gran grieta que había arriba de la entrada del hospital y la ambulancia obstaculizando el acceso.
—Sígueme —agregó Francis—. Entraremos por el estacionamiento.
Francis caminó y Jay lo siguió. Ambos sostenían sus armas firmemente, preparados para lo que sea que pudiera aparecerse ante ellos.
Jay frenó su andada.
—Francis. Mira —Jay señaló con la cabeza hacia la otra entrada al hospital que había en el estacionamiento—. Igual está destrozada…
Francis miró los detalles: la puerta estaba hecha añicos, había restos de vidrios por todo el suelo, y un camino de sangre que conducía a la puerta, como si hubieran arrastrado un cuerpo ensangrentado hacia adentro.
—Aun así, podemos entrar por allí —agregó Francis—. Vamos.
Jay obedeció a Francis y siguió sus pasos, empuñando su arma firmemente.
Francis y Jay se pegaron a la pared y caminaron hasta la puerta. Francis se quedó quieto allí, y luego volteó hacia Jay.
—A la cuenta de tres, apuntaremos y dispararemos a lo que sea que esté ahí dentro, ¿de acuerdo? —dijo Francis, listo y preparado.
—Bien.
Francis asintió, y luego se centró en la puerta, contando lentamente hasta llegar hasta tres. Y cuando llegó a la cuenta final, ambos quedaron estupefactos con lo que estaba viendo a toda claridad:
Todo el pasillo que conducía al vestíbulo del hospital, estaba lleno de cuerpos muertos de policías y unidades de SWAT, y las paredes estaban completamente salpicadas de sangre por doquier, al igual que el piso.
No había rastros de monstruos.
—Jay. Cubre mis seis —ordenó Francis, apuntando con el arma hacia el frente.
Jay no dijo nada, pero acató la orden apenas Francis comenzó a caminar.
Francis se horrorizaba al mirar más de cerca los cuerpos fallecidos con cada paso que daba. Jay también entraba en la lista; aquellos gigantescos zarpazos que había en las paredes y sobre los sujetos no dejaban de ser el único centro para sus ojos.