Sofia

Capítulo Cinco

Sofía

Capítulo 5: Una semana de caos llamada escuela

Si crees que mi vida es un desastre en un solo día, deberías ver lo que pasa en una semana entera. Porque, sinceramente, la secundaria no es más que una montaña rusa de caos, una película de acción donde no hay superhéroes, solo estudiantes que intentan sobrevivir a exámenes sorpresa, profesores que parecen enemigos y chicos que te fastidian sin parar.

Todo comenzó como cualquier otro lunes: mi mamá irrumpió en mi cuarto como una fuerza de la naturaleza, tirándome las cobijas como si estuviera compitiendo en los Juegos Olímpicos.

—¡Sofía, levántate! ¡El camión ya pasó! —gritó, como si el fin del mundo dependiera de que yo llegara puntual a clases.

¿Qué puedo decir? Mi mamá tiene un don para dramatizar cada pequeño detalle de la vida, especialmente si implica que me quede dormida.

—¡Ya voy! —murmuré, tropezando con mi propia ropa mientras buscaba mi uniforme en el desastre que llamo cuarto.

Si me dieran un peso por cada vez que prometí limpiar mi cuarto, ya tendría una casa en la playa… pero aquí estaba, buscando el otro calcetín como si fuera el Santo Grial.

Finalmente, salí de casa con la mochila medio abierta y mi cabello recogido en algo que pretendía ser una coleta. Mi mamá me miró con esa expresión que decía "¿en serio sales así a la calle?", pero yo solo fingí no ver nada. Hay batallas que simplemente no valen la pena.

Al llegar a la escuela, me encontré con Fernanda, que como siempre, parecía haber salido de una revista de moda a las seis de la mañana. Increíble, ¿no? Mientras tanto, yo tenía ojeras que podían competir con las de un panda.

—¿Te quedaste dormida otra vez? —preguntó con una sonrisa, claramente disfrutando de mi sufrimiento matutino.

—Sí, pero no es mi culpa. El universo está en mi contra —respondí mientras sacaba un paquete de galletas de mi mochila. El desayuno de campeones.

—Galletas María… en serio, Sofía, podrías intentar algo más nutritivo, ¿no crees? —dijo Fernanda, con ese tono de madre preocupada.

—Lo sé, lo sé, pero no tenía tiempo. Y, además, son las mejores galletas cuando estás al borde del colapso —dije, mordiendo una de ellas como si fuera el manjar más delicioso del mundo.

Las clases empezaron como de costumbre, con la típica mirada aburrida del profesor de matemáticas mientras dibujaba ecuaciones en el pizarrón que parecían jeroglíficos para mí.

No podía evitar preguntarme si algún día entendería para qué me serviría todo eso en la vida real. ¿Acaso alguna vez le diré a alguien en el futuro: "Oh, claro, puedo ayudarte con ese problema, déjame resolverlo usando una función cuadrática"?

Bien dice el dicho "No es lo mismo ser inteligente en la escuela,a ser inteligente en la vida "

A la hora del recreo, Fernanda me seguía con su mirada crítica mientras yo devoraba mi segunda galleta del día. Y, por supuesto, aquí viene la parte divertida: justo cuando estaba tratando de pasar desapercibida, Pedro, el chico más molesto de toda la secundaria, decidió que sería buena idea aparecer.

—¡Sofía! —gritó desde el otro lado del patio—. ¿Tienes la tarea de ciencias?

—No, Pedro, no la tengo. Y aunque la tuviera, no te la daría —respondí, rodando los ojos.

—¡Venga, Sofi, no seas mala! Solo un vistazo rápido.

Ahí estaba otra vez: el encanto especial que tienen algunos chicos para arruinar tu día sin ni siquiera intentarlo.

—¿Y si, en vez de pedirme la tarea, la haces tú? —le respondí, con mi mejor cara de "déjame en paz".

—Siempre tan graciosa —contestó él, antes de irse a molestar a alguien más.

Qué alivio.

Después de eso, las clases continuaron, pero mi cerebro ya estaba en modo automático.

A veces, siento que la escuela es un entrenamiento para sobrevivir a la vida: si puedes soportar siete horas de profesores hablando de cosas que no entiendes y compañeros que solo buscan fastidiarte, entonces probablemente puedas soportar cualquier cosa.

Por la tarde, cuando ya pensaba que el día no podía ponerse peor, recordé algo crucial: tenía un examen sorpresa de historia. Porque, claro, ¿qué mejor manera de terminar el día que con un examen para el que no habías estudiado ni un poquito?

—Sofía, si sacas un cinco más, te vas a quedar en secundaria para siempre —murmuré para mí misma, mientras intentaba recordar algo, cualquier cosa, de la Revolución Francesa.

Spoiler: No lo logré.

Finalmente, cuando sonó la campana y salí de la escuela, sentí que había sobrevivido a una semana entera… pero solo era lunes.
SOFÍA

El martes llegó como una repetición del lunes, pero con un toque extra de desesperación. Como siempre, mi mamá entró a mi cuarto lista para comenzar el "Operativo: Sofía a la escuela", y, para mi sorpresa, esta vez me desperté antes de que ella pudiera arrancarme las cobijas.

—¿Ves? Estoy mejorando —dije, arrastrando las palabras mientras trataba de levantarme de la cama.

—Tienes cinco minutos para salir por la puerta —respondió mi mamá con esa mirada que decía: "No te creas demasiado".

Cinco minutos. Es gracioso, porque cinco minutos para un humano normal significan tiempo suficiente para hacer algo razonable. Para mí, cinco minutos son apenas lo necesario para encontrar mis zapatos. ¿Por qué siempre se esconden cuando más los necesito?

Conseguí salir de casa un poco más presentable que el día anterior (en mi mundo, eso significa que mi cabello estaba medio decente y no llevaba las galletas en la boca mientras corría). Sin embargo, el día solo mejoró cuando me di cuenta de que había olvidado mi tarea de ciencias en la mesa de la cocina. Clásico.

—Fernanda, necesito tu ayuda —le dije tan pronto como la vi en la entrada de la escuela—. ¡Olvidé la tarea!

Ella suspiró y me miró como si fuera una criatura extraterrestre que no entendía el concepto de responsabilidad.



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Editado: 11.11.2024

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