Softober 2022 (reto de octubre)

Día 3: Vela

(Narra Diana)

Estoy sola en la habitación, sentada sobre un mullido cojín. Tengo las piernas cruzadas y mis manos sobre mis rodillas. Frente a mí hay tan solo una vela que ilumina parcialmente la estancia con su cálida luz. Su llama danza con lentitud, tan ligera y calmada. Yo la observo y me concentro en ella con todos mis sentidos. El olor del bosque se cuela por las persianas echadas, lo que me ayuda a profundizar aún más en la relajación.

Este fue uno de los ejercicios de meditación que me enseñó mi padre tiempo atrás. En aquellos tiempos, ya tan lejanos, era una chica impaciente e impulsiva que solo quería deshacerse de su don. De aquella bestia que vivía en su interior y que tanto le asustaba. Mi padre, en aquel entonces mi maestro, me dijo que mi poder era como el fuego. Peligroso y voraz cuando se descontrolaba, pero cálido y hermoso cuando estaba dominado y encerrado en una hoguera. Me pidió que me concentrase en una vela y la observase con atención. Que me imaginase mi poder como una pequeña llama que podía controlar a mi antojo.

En aquel entonces me costaba horrores permanecer calmada tanto tiempo, y mucho más concentrarme en mi don para intentar controlarlo. Lo odiaba y solo quería encadenarlo en lo más profundo de mi ser para que no pudiera salir más.

Hoy ya no es ayer, y por eso puedo conectar sin problemas con aquella parte de mí. Cierro los ojos para entrar en el estado mental necesario. Me sigo imaginando mentalmente la vela mientras realizo unas respiraciones profundas. Poco a poco me deslizo más profundo en mi mente. Cada vez más.

Aparezco en un prado lleno de flores, colinas y montañas. Un mundo interior que tardé en descubrir. Es entonces cuando él despierta. Sonrío cuando lo visualizo caminando hacia mí y mentalmente abro mis brazos para recibirle. Aquel tigre, al que acabé llamando Banhang, llega hasta mí. Yo lo abrazo con fuerza, y aunque no es nada físico, siento una agradable sensación de amor y calidez que me recorre las células. Banhang es un tigre enorme de ojos dorados y pelaje rojo fuego y blanco. Sus rayas negras se iluminan al ritmo de mi respiración calmada. Cuando descubrí que aquella bestia de mi interior era un tigre, vi mi don desde otro punto de vista.

«Hola de nuevo, Banhang», le saludo en mi cabeza. Le acaricio el hocico y él cierra los ojos con ternura, mientras se acerca más a mí.

En momentos como este pienso lo idiota que fui al querer destruir a esta bella alma que vive conmigo. Le he pedido perdón tantas veces que perdí la cuenta, y aún así siento que no es suficiente. Me alegra haberle conocido. Me alegra que podamos encontrarnos así y que nos llevemos ahora tan bien. Me costó tiempo entender que, desde el principio, él solo quería protegerme. Protegernos.

Estamos un rato así. Abrazados en aquel prado, compartiendo juntos los minutos de meditación. Comunicándonos sin palabras, porque no hacen falta. Yo le acaricio y él se restriega contra mí para demostrarme lo cariñoso que puede ser. Estoy segura de que mi cuerpo físico está sonriendo ahora mismo.

Cuando beso su cabeza, él empieza a dormirse y es entonces cuando entiendo que debo salir ya de aquel trance para dejarlo descansar. Me alejo de Banhang, que permanece tendido y sereno sobre las flores. Yo, poco a poco, nado hasta la consciencia. Muevo lentamente mis dedos y respiro profundamente mientras llego a la superficie.

Cuando abro los ojos, ante mí solo queda aquella vela y una sonrisa en mi rostro.


 



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En el texto hay: fantasia, amor, microrrelato

Editado: 14.10.2022

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