En una habitación no muy grande se encontraba Jonathan Pierson tecleando frente a su computadora, apresurándose para terminar uno de los tantos favores que le estaba haciendo a su jefe. Se froto los ojos con cansancio y desvió la mirada hacia el inferior de la pantalla; Sábado, una de la madrugada. Sus amigos habían salido de fiesta, lo invitaron a pesar de saber cuál sería la respuesta y no se enojaron cuando la rechazo como en todas las demás ocasiones, ellos comprendían.
Extendió su mano hacia un pequeño recipiente que estaba a su alcance, puesto allí para no tener que pararse en ningún momento, se quito los lentes y luego de tirar su cabeza hacia atrás dejo caer una gota en cada uno de sus ojos. Aquel medicamente recetado por el médico de su madre realmente le aliviaba la vista, antes de comenzar a usarlas la idea de separar los parpados le era sumamente tortuosa y no es para menos, no es sano para ningún ser humano estar frente a la computadora durante tanto tiempo… ¿Pero qué podía hacer? ¿Renunciar? ¡Ni hablar, hay demasiadas cuentas que pagar! ¡Cada uno de sus trabajos son esenciales!
El primero, de 6:00 a 12:00, como mesero en una cafetería a pocas calles de su hogar. Si bien un autobús pasaba en la esquina de su casa el joven Pierson prefería ir caminando todas las mañanas para ahorrarse unos cuantos centavos.
El segundo, de 15:00 a 21:00, como cocinero en un restaurante muy transitado y de buen renombre en su pueblo. A 20 minutos en autobús pero gracias a la bicicleta que le obsequiaron sus amigos en la navidad pasada, y debido a que este trayecto es más largo, puede hacer buen uso de su regalo.
El tercero, sin un horario nocturno definido, como ayudante académico. Si bien ayudar o mejor dicho realizar correcciones a trabajos de estudiantes, que en algunas ocasiones él mismo realizo, no puede considerarse un trabajo el hecho de que le paguen lo convierte en uno. Así como existen dos o tres profesores que le dan dinero para acelerar el proceso de revisión de tareas también hay estudiantes que están dispuestos a pagar una buena cantidad para terminar un trabajo que debe ser entregado en dos horas.
Jonathan siempre intentaba ahorrar hasta el más mínimo centavo, incluso en momentos como estos, con temperaturas tan bajas prefería colocarse incontables prendas en lugar de encender la calefacción. A sus cortos 22 años comprendió que alguien en su posición no podía darse el lujo de malgastar el dinero que podría necesitar en un futuro no muy lejano. Por esta razón el brillo del monitor era lo único que iluminaba su habitación, en todo momento, de día o de noche sus luces se mantenían apagadas incluso su televisor estaba desconectado. El dinero no podía faltarle.
Un quejido reprimido llego a los oídos de Jona y al instante volvió a abrir sus ojos. Ni siquiera se había percatado de haberlos cerrado. Aparto sus largos cabellos negros de un movimiento y con rapidez se puso de pie para dirigirse a la habitación frente a la suya, con temor a pesar de esta ser la única con luces encendidas en todo su hogar.
—Mama ¿Estás bien?—. Pregunto luego de abrir la puerta suavemente, no quería asustarla. —¿Mama?—. Repitió al no obtener respuesta. Sin más se adentro al cuarto el cual era iluminado por dos veladores, aunque estos no alumbraban al lugar en su totalidad permitían ver con claridad por donde uno se dirigía, la calefacción estaba encendida manteniendo el sitio a una temperatura agradable, cálida. Recostada en una amplia cama se encontraba una mujer de 43 años, con sus ojos cerrados completamente dormida pero apretando con fuerza las colchas. —Todo está bien, es una pesadilla—. Susurro Jonathan, mas para sí mismo que para ella. Con una leve sonrisa se sentó en la orilla de la amplia cama de su madre, pero al ver que esta continuaba quejándose entre sueños tomo su mano percatándose al instante de cómo esta temblaba levemente. Con rapidez junto su frente con la de su progenitora dándose cuenta finalmente que comenzaba a tener fiebre, al igual que la noche anterior. En menos de un minuto corrió hasta la cocina y fue en busca de una pequeña toalla y un recipiente con agua fría. —No te preocupes mama, me quedare contigo—. Dijo luego de exprimir el trapo para que no goteara, lo coloco en la cabeza de su madre y volvió a sonreír al ver como esto parecía relajarla. Esta sería otra noche sin dormir y no le importaba.
La única razón por la que había pausado los estudios en su último año para comenzar a trabajar en tres sitios distintos era Valery, su madre. Hacía varios meses había sido diagnosticada con Leucemia mieloide aguda con una mortalidad alta si no es tratada a tiempo. Pero ellos al nunca haberse acostumbrado a hacerse revisiones anuales terminaron por descubrir esta enfermedad algo tarde e iniciaron con los tratamientos cuanto antes, mismos que fueron un gran golpe en sus cuentas.
Si bien Jonathan pudo haber sacado un préstamo en el banco no lo hizo ¿Qué loco querría endeudarse de esa forma? ¡Preferiría vender su alma al diablo antes de deberle dinero a esos desalmados!... Si, esa era la verdad él nunca cometería ese error por nada, pero su madre si lo hizo. Sin que Jona supiese Valery, años antes de descubrir su enfermedad, había hipotecado su hogar para que su hijo pudiese ir a la universidad que tanto quería, ella nunca hubiese podido lograrlo sola, su marido había muerto en un accidente cuando Jonathan era tan solo un niño. Al ser su único hijo quiso darle lo mejor de lo mejor, aunque eso le costase su vivienda.
Cuando el joven Pierson se entero de esto era demasiado tarde. Ese mismo día, pasadas las 17 hs. había llegado una carta notificando que el pago se había atrasado tres meses, los cuales debían abonar a la vez si o si, y para su mala suerte solo tenía dinero para pagar dos. Eso gracias a todas las cosas de las que Jonathan se privaba en caso de tener que llevar a su madre al hospital de emergencia, eran ahorros exclusivamente para su progenitora y si lo gastase en pagarle a esos mal nacidos se quedaría sin nada. Su próxima paga seria dentro de una semana, pero esta tampoco sería suficiente.