Desde que tuvimos aquella conversación en Alemania, me siento mucho más cercana a James. Eso es bueno y malo: he comenzado a sentir cosas por él. Todavía no lo descifro, todavía no sé si tiene a otra persona, no se lo he preguntado… quizá no quiera saberlo. Tal vez no tenga caso. Quizá estas señales que estoy percibiendo tan solo sea él siendo amable. O quizá, al igual que cualquier otro músico, él esté buscando un ‘rollito de gira’. No lo sé. James parece distinto.
Muchos ‘quizás’ y ‘tal veces’. En este punto ya te habrás dado cuenta que pienso demasiado.
Hoy estamos en Polonia para el show de mañana, el cual promete. Hay mucha emoción en el ambiente y también nervios. Es tipo festival así que hay que hacer las pruebas de sonido un día antes, y la de los Blackbirds está saliendo de todo menos bien. Los hermanos (Chris, el vocalista, y Ryan, el guitarrista) se están frustrando, lo que los lleva a pelear, lo que lleva a mi hermano a levantarse de la batería e irse, y a mí me hace respirar hondo mientras miro. Se acabó el ‘se estaban llevando bien en este tour’.
Me doy la vuelta y veo que James está ahí a mi izquierda, mirando, y casi me da vergüenza que haya tenido que ser testigo de esto.
Lo veo mirando todo a su alrededor, a donde estará el público, los asientos del estadio, y todo lo demás, hasta que me ve y sonríe. Creo que se da cuenta de mi frustración.
“Amor de hermanos, ¿Eh?” James pregunta, casi con cinismo. Eso me encanta. Es mucho menos tímido conmigo y siempre hace esos comentarios cínicos que he llegado a adorar.
“Sí, bueno…” sonrío, “Ya era raro que se estuviesen llevando tan bien en esta etapa de la gira, casi siempre empiezan a pelear antes del primer show”, le contesto.
“¡Pasa en las bandas, pasa en la vida!” dice James.
Seguimos observando el desastre, perdón, la prueba de sonido, mientras por el rabilo de mi oo miro a James acercarse.
“Escucha…” dice, “Sean me contó sobre esta tiendita de discos que descubrió a unas pocas cuadras del hotel, y me dijo que hay vinilos antiguos fantásticos. Pensaba ir más tarde, ¿quieres ir conmigo?”
O… key… Zara, tranquila.
“¡Seguro!” contesto entusiasmada, “¿Qué es más cool que los vinilos antiguos?”
Ni siquiera tengo un tocadiscos en casa, ¿pero cómo iba a decir que no?
Más tarde, estamos en la tienda. Sí que es pequeña, casi diminuta, parte de un edificio viejo. Aparentemente, todos estos son discos que entraron de contrabando desde Occidente durante los años del Comunismo. A veces se olvida toda la historia de estos lugares los cuales tenemos la suerte de visitar.
Me doy cuenta que James mira todo a su alrededor, casi como para ‘absorber’ la esencia del lugar. Luego me dice, casi en secreto:
“Sean dice que hay muchos fantasmas aquí”.
Me río entre dientes, tratando de mantener el silencio, ya que somos solo nosotros en la tienda.
“¿Sean ve fantasmas?” le pregunto sorprendida.
James sonríe. “Los ve todo el tiempo: fantasmas, espíritus…”
Sigo intentando no reírme. “Pero eso no te da miedo a ti, ¿verdad?”
James sonríe y voltea los ojos. Me he dado cuenta que es algo que hace con frecuencia. “Nah, me frikea un poco cuando dice ‘muchos fantasmas’ pero lo conozco desde hace tanto tiempo que ya no le doy mucha importancia”.
Asiento, y decido hacer un chiste.
“Bueno, a mí los fantasmas me aterran”, digo, con expresión seria, “Así que es bueno que a ti no te den miedo porque voy a necesitar que me protejas si de repente aparece uno”.
James ríe tímidamente y yo también. Dios, son tan mala coqueteando. Espera. ¿Estoy coqueteando? Nah… cuál es el punto…
“Yo ni siquiera puedo verlos, pero… tendré eso presente”, James dice, todavía sonriendo.
Su sonrisa, Dios mío.
Para mí, el comprar discos es una experiencia muy personal. Lo dejo ir por su cuenta, y yo voy por la mía, dentro de la pequeñísima tienda. Yo no estoy buscando nada en concreto, sin embargo parece que él sí.
“¿No encuentras nada?” pregunto.
“Eh… buscaba algo en específico, pero creo que no lo tienen…” James contesta, sin verme.
Decido entonces dar un paso, que resultará bien, y me permitirá obtener la información que quiero, o resultará ser algo increíblemente incómodo. O una mezcla de los dos.
“¿Para ti, o para alguien más?” Le pregunto. “¿Alguien especial, una novia, tal vez?”, levanto una ceja.
Puedo sentir como me sonrojo. James aun no voltea a verme, pero tiene una gran sonrisa y noto que también se está sonrojando.
“No tengo a nadie, ninguna chica. Es un poco difícil para mí estar en una relación en estos días”, contesta.
Debo admitir que esa es la respuesta que esperaba, más o menos, pero lo que vino después, no: