Samantha llegó cuando me llevaban hacia el quirófano, trastrabillando al verme. Percibí el terror en sus ojos al ver la sangre, los golpes y las heridas, así como la manera en la que los paramédicos se movían y les informaban todo a los doctores.
—Tiene una herida muy grave en la cabeza, costillas rotas y….
Samantha se cubrió la boca y trató de ir tras de mí, pero los médicos y enfermeras la detuvieron. Su hermana la abrazó por la espalda, mientras ella se desmoronaba.
— ¿Qué sucedió? ¿Qué…? ¿Está bien? —le preguntó a una de los paramédicos que venía conmigo en la ambulancia.
— ¿Es usted Samantha Grayson? ¿Qué es del paciente? —le preguntó con amabilidad.
—Reeves, Samantha Reeves —corrigió y no pude evitar sonreír—. Soy su esposa, así que dígame ¿cómo está mi marido, por favor?
No necesitaba incentivo para seguir viviendo, pues con su mera presencia en mi vida era suficiente. Sin embargo, haberla escuchado decir aquello fue como una inyección de esperanza directa en mi corazón.
—En estos momentos irá a cirugía. Sufrió contusiones muy fuertes, traumatismo, un par de costillas fracturadas. Se le reanimó una vez en la ambulancia, su estado es muy delicado. Se puede esperar cualquier cosa —respondió, mirando a mi prometida con cierto pesar.
— ¿Tan grave quedó…? —la voz de Sam salió en un hilo y sus ojos se cristalizaban de nuevo.
―Muy grave, señorita, las siguientes horas son críticas y deben estar preparados para lo peor.
A Samantha le temblaron las piernas y se tambaleó, aferrándose con fuerza a su hermana para no caer. Mis padres se acercaron para reconfortarse el uno al otro, mientras yo me quedaba observando tal escena, viendo como el mundo de mi mujer se hacía pedazos.
La Parca estaba detrás de Samantha y me miraba con pesar, bajando la mirada al suelo y en ese momento lo comprendí todo. Era el final y todos los errores que cometí quedarían como un peso insostenible en mis hombros. No tenía una segunda oportunidad para enmendar mis errores, para hacer a Samantha realmente feliz; para escribir mejores capítulos en nuestra historia de amor.
Me tocaba aceptar mi destino y esperar que morir me ayudara a olvidar todo lo malo y me dejara solo las cosas buenas.
Una electricidad me dobló sobre mis rodillas, haciéndome caer al suelo. «No, no, no» pensé. Estaba pasando de nuevo, me estaban reanimando. Estaba muriendo y no sabía qué hacer para evitarlo.
― ¡Ah! ―mascullé entre dientes, al sentir otra descarga―. Vamos, Dyl. Por ella. Tú puedes. ¡Ah, joder!
«No me daré por vencido, maldita sea» pensé.
―Él no puede hacerme esto. No ahora ―lloriqueó Samantha, abrazando a su hermana—. Si a él le pasa algo… será… es… será mi culpa, Amanda. ¡Mi culpa! —sollozó.
Me acerqué a ellas y acaricié su rostro, asombrándome al sentir su tacto. Ella jadeó, tocando su pecho, y su piel se aclaró como cuatro tonos. «¿Acaso puede…? Puede sentirme. ¡Ella me siente!» celebré sin poderlo evitar.
―Prometo luchar por sobrevivir, con todas mis fuerzas ―juré con lágrimas deslizándose por mis mejillas―. Te amo, Samantha. Te amo.
―Él está aquí ―murmuró, haciendo que todos la observasen, confundidos―. Dylan está aquí, debe… debe estar luchando. Por mí, por todos nosotros.
―Creo que necesitas descansar ―intervino Amanda, observando a mis padres quienes afirmaron con discreción.
― ¡Y una mierda, Amanda! Necesito estar más despierta que nunca. Hasta que el jodido doctor no salga de cirugía no voy a dormir ―gritó ella, alejándose de su hermana.
Amanda suspiró y me fijé en su mirada cristalizada. Entendía a la perfección la impotencia que sentía y esa vez era mi culpa, por mi maldito orgullo y egoísmo.
Al cabo de unos largos minutos, hizo acto de presencia un doctor y nombró mi apellido. Todos nos levantamos y nos acercamos a él, pues queríamos escuchar que diría sobre mi estado.
―El Sr. Reeves sufrió grandes contusiones y traumatismos. Tiene varias costillas rotas y una perforación en el pulmón que fue tratada. Su estado está muy delicado, por lo que hemos decidido inducirlo en un coma para que las heridas del cerebro sanen poco a poco. Él debe despertar en unas semanas, si todo marcha bien ―explicó con lentitud, mirando a cada uno de mis familiares.
Mierda.
― ¿Si todo marcha bien? ¿Qué quiere decir eso? ―preguntó Sam, trémula. Sus ojos percibían la respuesta, pero necesitaba escucharla.
―Sra. Reeves ―una sonrisa rota apareció en mi rostro y desvía mi mirada al suelo―. Puede que la situación se agrave o mejore, todo dependerá de él. Sin embargo, si no logra despertar en un par de semanas, ni se ve mejora en su salud… tendremos que desconectarlo.
Recuerdo haber pensado que desconectarme era una extraña forma de decir que moriré.
Samantha volvió a tambalearse, llevando sus manos a la cabeza mientras negaba con la misma. Amanda la sostuvo junto con Jack, quienes se miraban entre ellos con la preocupación brillando en sus ojos.
—Estás pálida, Sam. ¿No necesitas tomar algo? —inquirió Jack y mi prometida afirmó con la cabeza.