Solo pido un instante más (spudm #2)

2.

GREG

            El sol sale de su escondite, iluminando de a poco la habitación de Lucy. Ella se remueve un poco, dándole la espalda a la ventana y se recuesta de lado, quedando frente a mi pecho.

            Bajo un poco mi rostro para observarla dormir. Su cabello largo y castaño cae en ondas por su espalda y cuello, rozando su rostro, sus ojos están cerrados y sus labios ligeramente entreabiertos mientras respira con tranquilidad.

            Acerco mi mano con lentitud, esperando que no despierte, y quito los mechones de cabello sobre su cuello, dejándolos caer a su espalda por completo.

            A veces me pregunto qué hubiese sido de mí si jamás una niña de cuatro años se hubiese atrevido a hablarme. Tal vez seguiría vagando por el mundo, solo y triste. Es por eso que agradezco el que haya aparecido en mi vida, o yo en la de ella, porque es la persona que más quiero en el mundo.

            Solo que jamás lo admitiría en voz alta. O al menos eso creo.

            Se remueve de nuevo y alza su rostro hacía mí, parpadeando con mucha lentitud. Frunce el ceño y se recarga más en mi pecho.

― ¿Qué horas es? ―pregunta, somnolienta.

―Demasiado temprano ―murmuro.

― ¿No duermes? ―puedo sentirla bostezar.

―Sí, solo no tengo sueño ahora.

―Bueno… ―suspira, volviendo a quedarse dormida.

            Quisiera poder recordar algo de mí pasado, lo que sea. Mi fecha de cumpleaños, cómo se llamaban mis padres o dónde vivía. O tal vez cómo perdí la vida.

            No puedo recordar por qué estaba manejando bicicleta, sintiéndome atemorizados, junto a otros niños. ¿Quiénes eran? ¿De qué escapaba? ¿O solo estábamos jugando? Esa imagen se ha repetido día tras día en mi cabeza, tratando de memorizar sus rostros y acordarme de algún nombre.

            Necesito una jodida pista para empezar y no tengo nada.

            Bueno, la tengo a ella.

***

            Cuando despierto, Lucy está sentada sobre el puf casi que metida en la pantalla de su nuevo celular. Está sonriendo a nada en específico y tecleando como loca hasta que alza su rostro y me mira.

―Hola ―saluda, dejando el celular en la mesita de noche antes de sentarse a mi lado―. ¿Cómo estás?

―Bien, ¿y tú? ―pregunto, sentándome.

―Bien, contenta porque tengo celular ―admite, sonriendo―. Estuve hablando un buen rato con Serena, tal vez salgamos por ahí más tarde.

            Como no sé qué responder, me quedo en silencio. Miro su mano y reprimo una sonrisa al ver el anillo azul en su tercer dedo.

―Ayer cuando desapareciste… ―habla, jugando con sus manos y sin mirarme―, ¿es por qué te causa algo el ver familias reunidas?

            Suspiro y restriego mi cara. Sabía que lo preguntaría en algún momento, porque nos conocemos demasiado y lo deduciría.

            Al no responder, alza su rostro y me insiste con la mirada.

―Es difícil, sí. Solo me recuerda que… no recuerdo nada y que, probablemente, no tenga nada. No me entristece el hecho de que no tengo una familia ahora, sino que no tengo idea de si la tuve antes de morir ―admito, mirando mis manos que descansan en mi regazo―. Es… solo eso. Me siento frustrado por tener todo eso bloqueado o borrado de mi mente.

― ¿Acaso no extrañas tener una familia? ―pregunta.

―No puedes extrañar algo que no recuerdas haber tenido, que no sabes si tuviste ―le digo, mirándola.

            Ella asiente con lentitud, pero me deja ver un brillo de tristeza en sus ojos. ¡Detesto eso! Que se sienta triste por mí y que sienta que no puede hacer nada cuando el solo hecho de que pueda verme y hablarme significa todo para mí.

―Corrijo entonces ―habla, encarándome de nuevo―. ¿Acaso no quieres tener una familia?

―A veces cuando los veo a ustedes reunidos y noto lo felices que son, como se quieren y se aman… Sí, me da ganas de tener una familia o de al menos rememorar todos los momentos que viví con la mía, si es lo que hice ―admito―, pero no es algo que me martille en los pensamientos, Lucy. Estoy bien, en serio.

―Mi familia es tu familia, lo sabes ¿no? ―dice, tomando mi mano entre las suyas.

―Tu hermano y tu papá no me tienen tanto aprecio y tu madre no puede verme, solo tú. Así que, en dado caso, mi familia serías tú ―le corrijo, haciéndola sonreír.

―Los hombres de esta casa son unos celosos nada más. Cuando entiendan que entre nosotros solo hay una amistad, sana y verdadera, se les pasará ―me dice como por millonésima vez―. Me quieren proteger, no quieren que nada malo me pase.

―Lo peor es que no saben que jamás permitiría que algo malo te pasara ―digo y ella vuelve a sonreír, esta vez, mostrando los dientes.

― ¿Por la garrita? ―pregunta, alzando el meñique.

― ¡Ay, por favor! ¿Cuántos años tienes? ¿Cuatro? ―me burlo, negando con la cabeza.




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